[ XL ]

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Ya no lo podía soportar, las clases de volvían cada vez más aburridas para ella y su vida se estaba convirtiendo en un infierno total.

Los profesores eran estrictos con ella y sus compañeras, pero al ser hija de quién era, lo eran aún más.

No sabía si era una jugarreta de su madre o de verdad eran así en actitud los maestros que le enseñan ahí. Pero de algo estaba segura, se iría de ese lugar lo más rápido que pudiera una vez que el toque de queda sonara.

Todas sus compañeras se irían a sus dormitorios y todo quedaría desierto, dándole así la oportunidad exacta para salir corriendo de ese horrible lugar.

Y una vez que vio la oportunidad, abrió la puerta de su habitación y contemplo el lugar que estaba totalmente vacío. Nadie caminaba por ahí a esas horas, aunque no fuera demasiado tarde ya que pasaban de las ocho de la noche, esa era la regla, no salir hasta que amaneciera más aún así ella lo haría.

Estaba cansada de ese sitio, ese convento se estaba haciendo el lugar que menos quería en aquellos momentos y estar ahi la estaba volviendo loca en las cuatro paredes. Antes de poder salir por uno de los corredores escucho a unas mujeres caminar por estos, así que se escondió con rapidez detrás de una mesa.

Eran algunas de las monjas que venían de su lugar de rezo, se dirigía a sus habitantes, pero al hacerlo también revisaban todas las puertas para verificar que todas las jóvenes que estaban ahí estuviesen en sus recamaras. Una vez que dejó de escucharlas, salió con rapidez de su escondite y camino lo más rápido que pudo para que no la escucharán.

Cuando estuvo frente a la puerta de salida de ese convento, miro a sus espaldas y se preparó mentalmente para abrir la puerta.

Una vez afuera ya no abría marcha atrás, sería valiente para poder seguir adelante.

Y una vez lista, abrió el gran portón y salió corriendo por las escaleras, el aire frío golpeó su rostro y se lamento el no haber llevado su chal para cubrirse del frío de la noche.

Camino con sus pasos resonando por las calles deseando recordar el camino que tomo aquella vez su cochero que la trajo por órdenes de su madre. Debía ser rápida si no quería escuchar el alboroto que harían por buscarla una vez que no la vieran en su recamara.

Ya casi no había mucha gente en las calles, todo podía decirse estaba vacío, solo unos cuantos que salían de sus trabajos o personas que simplemente se dedicaban a estar a fuera.

Recordaba alguna que otra calle ya que en ocasiones salían a despejarse un poco de las clases que les daban.

En realidad, ninguna clase aportaba muchas cosas útiles, solamente la estaban enseñando a comportarse como una dama, una dama que pronto se convertiría en esposa de alguien.

Y aunque su madre llevaba toda su vida preparándola para eso, está vez se sentía en una prisión de la cuál no podía salir.

En ese convento había reglas que tenía que acatar al pie de la letra, su amiga Chloe ya no estaba en sus ratos libres y a su hermano ya no lo podría ver hasta que terminara sus lecciones.

Pero sobre todas las cosas, estaba aquel chico de mirada esmeralda, aquel a quien no le dió ninguna explicación antes de irse, dejándole una simple carta explicándole de su partida. De verdad esperaba que el la leyera, que entendiera que no fue algo que ella decidió sino su madre, una decisión de la cuál se enteró esa mañana y que en tan solo dos horas partió a Londres.

«Adrien mi amor, espérame un poco mas»

Antes quería alejarse lo más pronto de la mansión que la custodiaba, pero ahora más que nunca quería regresar.

Amor y Destrucción Donde viven las historias. Descúbrelo ahora