Capítulo 45

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POV. NATE

La vi allí, en medio de la catedral, con las mejillas y la nariz rojas por el frío, con el vestido blanco que yo le regalé.

Parecía el destino, ese vestido no se lo compré para esa fiesta ni esa cena, se lo compré para este mimo instante. Toda ella se la veía tan preciosa, con sus bambas puestas, ella, siempre ella. La miré con una sonrisa triste, ahora sí podía seguir con esto, ahors sí podría decir ese Sí quiero, por que no era real, porque se lo estaría diciendo a ella, a esa chica que estaba interrumpiendo la boda de un puñetero príncipe por amor y que incluso con las bambas manchadas de barro parecía una jodida actriz de Hollywood.

Por mi mente pasó la primera vez que la vi en su trabajo, ahora puedo decir que en cuanto vi esos ojos azules, pedí un deseo en silencio, pedí poder conocerla, acercarme y besar esos labios enrrojecidos por los mordircos que se daba de vez en cuando por estrés. Deseé poder enrollar el dedo en ese pequeño rizo que siempre le sale de la coleta, junto a la oreja y deseé que fuese mía.

Y todo eso se hizo realidad cuando la vi en esa fiesta, cuando la conocí y me enamoré de ella hasta tal punto que iba a traicionar a todo un país solo por mantenerme cerca... No me enamoré de ella por que fuera guapa, que lo es, si no por diferente. Porque no necesitaba destacar para que la viera. Y su interior es igual o más hermoso que su exterior, y eso, es muy difícil de conseguir.

Des de que volví a Suecia me he imaginado qué estaría haciendo ella, era mi mayor entretenimiento. La imaginaba viendo pelis con Bàrbara, es tan sentimental y solitaria, capaz de emocionarse hasta las lágrimas por una simple palabra. Y yo tenía tantas que decirle...

Ese instante me pareció eterno, nuestras miradas chocando mientras yo sellaba nuestro destino, esos ojos azules, los más bonitos que han visto los míos, desesperados por chillar lo que tanto miedo le daba... Y por eso mismo lo hacía, por que ese miedo no era del bueno.

Tuve que desviar la vista, estaba condenado a pasar mi vida amandola.

- ¡Yo me opongo!

No pude evitar una sonrisa triunfante, por que entonces supe que había hecho lo correcto, que ella me amaba tanto como para renunciar a sus principios para estar conmigo. Sonreí de verdad por primera vez hoy y me permití saborear ese instante.

Pulsé el botón que tenía colgado en mi americana y hablé por el micrófono.

- Llevad a la señorita a la sala de baile, decirle que en seguida voy.

Volví a bajar la mano sin quitarme la sonrisa de la cara mientras oía forcejear a Elisabeth. Todos volvimos a la boda y yo sí pude pronunciar esas dos palabras.

- Sí quiero.

Los Secretos De NateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora