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Melodie

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Melodie

Después de haber ido a la heladería a comprar un par de helados conversé con Logan un rato y después le dije que tenía que irme porque debía comprar unos libros para una clase, lo cual no era cierto, solamente fue una excusa para librarme de él.

Salí de la heladería, crucé la calle y tomé el autobús, tras algunos minutos decidí bajar para mantener mi mente distraída, recorrí con calma el largo camino de la banqueta, dando vuelta al final de las calles y pensando en una razón lógica por la cual Zach me dejó plantada, no la encontré, pero eso no detuvo mis pasos ni mi recorrido por las calles y avenidas de la interminable ciudad de Londres.

Continué caminando sin prestar atención a mi alrededor, escuchaba las voces de la gente que pasaba cerca de mí, percibía los pasos y el ruido del motor de los autos, veía a personas cruzando las calles extensas, sentía el soplar del viento suave en mi rostro, rozándome los hombros y los brazos.  No calculé el tiempo que pasé rondando sin rumbo como una sonámbula, cruzándome con gente desconocida y adentrándome a sitios desconocidos, solamente me desperté de mi ensimismamiento cuando mis piernas se detuvieron y mis ojos miraron el letrero de madera que había justo arriba de la puerta. Al instante que bajé la mirada y miré al frente no podía creer dónde estaba parada, de algún modo mi subconsciente me había hecho caminar hasta ese sitio. Mi corazón latió con tanta fuerza que pensé que iba a desmayarme, estaba impresionada y sorprendida.

La tienda era pequeña, los lados laterales estaban pintados de color crema y la parte de enfrente de color blanco, la cual estaba cubierta de enredaderas y flores diminutas de colores diferentes, las ventanas eran grandes y la visibilidad hacia el interior permitía ver los objetos y accesorios en venta.

¿Cómo podía ser posible que de tantos caminos y calles en la ciudad me haya dirigido justamente ahí?

Toda clase de preguntas invadían mi mente, haciendo eco y provocándome una terrible confusión. Me encontraba parada frente a la tienda de accesorios antiguos en la que Zach trabajaba los fines de semana, aquel lugar del que me había sacado sin contemplaciones.

A través del cristal pude verlo atendiendo a los clientes, no lo estaba imaginando, era real, tenía puesta una sudadera negra que ya había visto en más de una ocasión. Su expresión era neutra y seria, lo cual ya no me sorprendía, Zach era así de predecible, así de inaccesible y distante.

Tome valor de mi caja fuerte interna y empujé la puerta de cristal, una vez estando adentro mis sentidos se pusieron en alerta, advirtiéndome que de seguir avanzando me arrepentiría, pero yo era necia y preferí arriesgarme. Me acerqué disimuladamente al mostrador, observé en las estanterías las variadas pirámides de piedra organizadas por tamaños diferentes, algunas pulidas a mano y otras desgastadas (aparentemente antiguas) en las repisas que estaban detrás de él.

Entonces no pude evitar preguntarme: «¿Por qué Zach trabajaba en un lugar como ese?», lo más lógico sería que trabajase en una tienda de discos, de cajero en un centro comercial, incluso en un lugar espiritual o algo parecido.

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