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Esperé a que todos se fueran y, en silencio, me escabullí bajo la suave penumbra de la noche hacia mi habitación

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Esperé a que todos se fueran y, en silencio, me escabullí bajo la suave penumbra de la noche hacia mi habitación. Aún sentía mi corazón latiendo con fuerza y recordaba la agradable sensación de los labios de Zach sobre los míos.

No podía creerlo; ni en mis sueños más optimistas Zach habría sido tan dulce conmigo. Era una fantasía, una encantadora fantasía que se había convertido en realidad esa noche.

No sabía qué pasaría al día siguiente, pero albergaba la esperanza de que nada cambiara.

Zach podría tratarme de manera cruel, gritarme y decirme cosas dolorosas, pero aún así yo permanecería a su lado.

«No te dejaré si eso es lo que buscas», le había comentado cuando estaba segura de que ya se había quedado dormido. Acaricié su cabello mientras lo observaba con detenimiento.

«No importa cuánto digas que me odias, siempre estaré dispuesta a amarte», susurré antes de salir de su habitación.

«Y ahora lo repito: si se desata una tormenta, si caen mil relámpagos, si el mundo pierde su color, si la tierra se quiebra en dos o me encuentro sumergida en la oscuridad infinita, de alguna manera te volvería a encontrar, Zach, y estaría dispuesta a quedarme a tu lado para siempre.»

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Llegué a la primera clase del día en el aula de Física. El profesor aún no había llegado, pero la mayoría de mis compañeros ya estaban ocupando sus asientos, conversando entre ellos y prestando atención a una persona en especial: Zach.

Él estaba sentado cómodamente en una de las sillas, con los brazos descansando sobre el pupitre, y tenía un lápiz en la mano, dibujando algo en su libreta. Se veía completamente absorto en sus pensamientos.

Caminé hacia él y me senté a su lado. No giró la mirada hacia mí, pero una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios, lo que dejó claro que mi presencia le alegraba un poco, y yo también sonreí al darme cuenta de ello.

—Mel, sabes que te acabo de ver mirándome, ¿verdad? No hace falta que lo disimules —comentó de repente, y me sonrojé porque era verdad—. Buen día —añadió mientras mantenía su mirada en el cuaderno.

Puede que me estuviera mirando de reojo, o quizás no, pero sinceramente, eso no importaba.

—¿Buen día? Pensé que dirías algo como... «Siéntate en otro lugar, no estoy de humor para discutir» —dije imitando su voz, lo cual le hizo reír a carcajadas.

—¿Por qué diría eso? Suena patético, incluso viniendo de mí —aclaró, y no comprendí a qué se refería.

—No importa —dije encogiendo los hombros.

PerdiéndonosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora