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—Te escucho, Zach —le dije mientras me apoyaba en el tocador

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—Te escucho, Zach —le dije mientras me apoyaba en el tocador. Tomé un lapicero que había dejado allí hacía semanas; aunque ya no tenía tinta, me gustaba su diseño en forma de corazón y por eso lo había guardado.

Él se pasó las manos por el cabello, visiblemente frustrado. Las gotas de lluvia se aferraban a los mechones y caían alrededor de su rostro.

—¿Y bien? ¿De qué quieres hablar? —le pregunté, arqueando una ceja.

—Yo... —se mordió el labio y luego se volvió a mirarme—. Quería... disculparme contigo.

Su voz sonaba ronca y la expresión de dolor en su rostro me hizo pensar que pedir disculpas no era algo habitual para él, y que estaba haciendo un gran esfuerzo al hacerlo, ¿por mí?

—¿Disculparte?

Zach tomó una profunda bocanada de aire, conteniéndose para no gritarme, intentando no actuar como el mismo idiota de siempre. Estaba haciendo su mayor esfuerzo para comportarse, y eso, de algún modo, me tocaba el corazón.

—Me siento muy mal y estoy realmente arrepentido por lo que hice —dijo mientras se sacudía el cabello con una mano—. Y eso es todo. ¿Podrías perdonarme ahora?

Antes de responderle, caminé hacia el armario, tomé una cobija y volví a su lado, colocando la manta sobre sus hombros. Luego sonreí y lo abracé con fuerza.

—No es la mejor disculpa que he escuchado, pero por ahora es suficiente —susurré, observando los nudillos de sus manos, donde noté que se había puesto una venda para cubrir sus heridas.

—Siento mucho lo que sucedió, no entiendo por qué lo hice —confesó mientras rodeaba mi cintura con sus brazos—. Solo quiero que sepas que nunca te haría daño.

—Lo sé —respondí en un susurro.

Me mordí el interior de la boca para contener las lágrimas, pero no pude evitarlo más. Era consciente de que el rímel se me estaba corriendo, pero a esas alturas ya no me importaba. Zach se apartó un poco y, con sus pulgares, me secó las mejillas.

—No llores, Mel, te prometo que no volverá a pasar, intentaré cambiar... por ti —susurró, mirándome fijamente mientras sus manos acariciaban mis mejillas. Su nariz rozó la mía y no pude evitar sonreír—. Estoy loco por ti, tienes una luz especial, Mel. Contigo me siento increíblemente bien y, sinceramente, no quiero alejarme —me dijo, apoyando su frente contra la mía.

Nuestros corazones estaban indudablemente conectados y latían en perfecta armonía. Nos encontrábamos a escasos milímetros de distancia; en el instante en que cualquiera de los dos decidiera retirarlos, nuestros labios se encontrarían y nuestros corazones se unirían.

Sus dedos acariciaron mi cabello y, por un instante, cerré los ojos, disfrutando de la suavidad de ese gesto. Lentamente, Zach se inclinó hacia mí y sus labios tocaron los míos. Fue un beso cálido y delicado que no duró más de treinta segundos.

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