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Cuando llegamos al internado me encargué de llevar a Zach a mi habitación sin que nadie se diera cuenta, lo cual no fue complicado ya que la mayoría de los estudiantes se encontraban fuera de la institución puesto que era fin de semana

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Cuando llegamos al internado me encargué de llevar a Zach a mi habitación sin que nadie se diera cuenta, lo cual no fue complicado ya que la mayoría de los estudiantes se encontraban fuera de la institución puesto que era fin de semana.

Una vez dentro cerré la puerta con seguro y me volví hacia Zach,
él estaba sentado en la cama con la mirada fija en sus nudillos.

—Tienes suerte de que tenga un botiquín de emergencias —le dije y caminé hacia mi tocador, abrí uno de los cajones y saqué la pequeña caja blanca que a los costados tenía estampados de una cruz roja.

Me incorporé y me aparté el cabello de la cara mientras acercaba una silla a la cama, me senté en la misma y le dirigí una breve mirada a Zach antes de abrir el botiquín, tomé la botella de alcohol y el algodón y los puse sobre la mesita de noche.

Sumergí el algodón en la tapa de la botella para empaparlo de alcohol, después tomé con precaución la mano de Zach y la puse sobre mi rodilla.

—Esto va a doler un poco —le dije mientras presionaba suavemente el algodón sobre sus heridas, tenía sangre fresca en los nudillos y algunos cortes de vidrios en los dedos, intenté ser cuidadosa y limpiar los cortes con delicadeza.

Cuando pasé el algodón sobre una de las heridas él hizo una mueca de dolor y se mordió el labio maldiciendo entre dientes.

—¿Te duele mucho? —le pregunté en voz baja, las manos comenzaban a temblarme.

—Tranquila, el dolor es algo que ya se manejar —admitió dirigiéndome una cálida sonrisa que me reconfortó un poco.

Fui rociando las heridas con el desinfectante, limpié las heridas más profundas con el agua oxigenada y le puse vendas en los nudillos, después me incliné hacia su rostro, limpié la sangre de su labio inferior y presioné el algodón sobre el pequeño corte que tenía en la boca, él intentaba no quejarse, pero pude darme cuenta que le costaba no hacerlo.

Le estaba poniendo pomada en los golpes que tenía bajo los pómulos cuando repentinamente él se apartó un poco y me rodeó la muñeca con una mano, nuestros ojos se encontraron y pude ver la profundidad de los suyos, que bajo la luz de la lámpara brillaban de un azul pálido.

—No quería que esto sucediera, lo siento —murmuré con la voz apagada—. ¿Por qué lo hiciste?, ¿por qué le dijiste que eras mi novio?, ¿por qué... me defendiste?

—Si dije lo que dije fue porque... desde que te besé aquella noche en el concierto no he pensado en otra cosa que no seas tú, estoy intentando cambiar y ser mejor persona porque quiero ser alguien digno de ti, porque quiero que seamos novios y estemos juntos.

Mi corazón se derritió con la intensidad de sus palabras, era lo más dulce que me habían dicho, las palabras más románticas del universo, y era Zach quien las había pronunciado, Zach, el chico del que estaba enamorada.

PerdiéndonosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora