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Algunos días después, empuje  distraidamente la puerta de madera para entrar al aula de clases y me sorprendí al ver a Zach en uno de los asientos

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Algunos días después, empuje  distraidamente la puerta de madera para entrar al aula de clases y me sorprendí al ver a Zach en uno de los asientos. El chico tenía el mismo aspecto de siempre —despreocupado y relajado—, y demostraba esa expresión seria que era tan característica en él, solo que esta vez sostenía un lapicero en su mano y estaba dibujando garabatos en su libreta.

Me aferré a tener el valor necesario y decidí acercarme. Detuve mis pasos al llegar a su lado plasmando la mejor de mis sonrisas apenas él levantó la cabeza y me miró.

—¿Qué quieres? —me preguntó bruscamente, fijando sus ojos grises en los míos, mirándome con intensidad e insistencia. Yo desvié la mirada y me senté a su lado sin decir nada.

—¿Acaso estás sorda? Melodie, no estoy de humor para discutir, agradecería que te cambies de asiento.

Volteé a verlo con el ceño fruncido y los labios apretados. Odiaba esa actitud de parte de él, ese comportamiento tan distante y ese tono tan grosero con el que solía hablarme.

—Me senté aquí porque no hay más lugares libres, y no me llames Melodie, odio que me llames así —le dije en el mismo tono que él utilizó segundos antes, solo para demostrarle mi molestia.

Él solamente alzó los hombros sin tomarle importancia a mi reclamo y eso me enfureció aún más.

—No tenemos que hablar de nada, pero si tanto te molesta mi presencia puedes cambiarte de sitio a la última fila, es una sugerencia, depende de ti.

—Melodie, me estás sacando de quicio. Joder.

Y de nuevo me estaba llamando Melodie, argh, odiaba ese estúpido nombre, pero odiaba aún más la manera en la que él lo pronunciaba.

Zach pasó sus manos por detrás de su nuca y me miró fulminante durante breves segundos, dejando a la vista su enfadado y la frustración que le producía que yo estuviera sentada a su lado.

—Si te vas a quedar allí debes callarte y dejarme en paz —exclamó en un tono bastante grotesco y frío.

—Lo haré, a partir de este momento para mí dejas de existir —le dije con resentimiento, cruzando los brazos y recargándolos sobre la mesa de madera.

Él no dijo nada y tampoco volteó a verme ni una sola vez en el transcurso de la clase. Yo intenté atraer su atención participando en clase y diciendo estupideces que me venían a la mente, pero él no se inmutó y se limito a realizar el apunte en su cuaderno en completo silencio, ignorando mi existencia y mi presencia.

Lo detestaba por comportarse así conmigo, odiaba su mal temperamento y su pésimo humor. Hace unos días hablamos y compartimos un cigarrillo juntos, lo cual me hizo pensar que yo comenzaba a agradarle, pero al parecer estaba totalmente equivocada.

El timbre sonó anunciando el fin de las clases, el profesor Peyton dijo que ya podíamos retirarnos y tras escucharlo todos se incorporaron de sus asientos y salieron del aula de manera ordenada, pero una vez que cruzaron la puerta, en el pasillo se hizo un caos.

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