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MAX

Había sido extraño encontrar a Emma, a esas horas de la noche, pero más aún congelada a causa de su poco abrigo. Estábamos teniendo temperaturas realmente bajas, y se esperaban tormentas para la madrugada. « ¿Cómo se le había ocurrido salir con este pronóstico?»

—No puedes irte. No así— dije tenaz. Intento alejarse, pero no se lo permití. La abracé y ella descansó su cabeza en mi antebrazo. Daba la impresión que en cualquier momento volaría en miles de pedazos. La sentí llorar, pero pronto ese simple sollozo se convirtió en un llanto desgarrador. Nunca había visto a nadie en ese estado, y los peores escenarios cruzaron mi mente. Emmaline no llora por cualquier cosa, y difícilmente de esta forma. « ¿Qué podría haber pasado?»

— ¡Emma! ¡Por el amor de Dios! ¿Por qué estas así?— levantó la vista y vi reflejados en sus ojos el dolor y la tristeza. Murmuró algo inaudible y luego colapsó. La atrapé justo a tiempo. Leo salió a la puerta y se quedó confundido y con una expresión extraña en su rostro pregunto: —Amigo... ¿qué es esto?

—Estoy tratando de descubrirlo— respondí, cargando a Emma hacia el interior. En el corto camino, ella abrió sus ojos débilmente, pronunció mi nombre como en una súplica, y no opuso resistencia cuando la recosté en mi cama meciéndola suavemente entre mis brazos cuando las lágrimas amenazaron con derramarse. Agradecí no tener más ese odioso yeso, ya que podía abrazarla completamente. 

— Emma, va a sonar extraño lo que voy a decir... pero necesitas sacarte la ropa— Ella me observó detenidamente unos segundos y luego asintió como si recién notara que estaba completamente mojada.

— Posiblemente lo mejor sea que tomes un baño— dije levántame de la cama para sacar unas toallas del armario. —De esa forma sacaras el frío de tu cuerpo y correrás menos riesgos que te enfermes—. La acompañé hasta el baño, dejándole todo acomodado en el lavamanos, como a ella le gustaba hacerlo. Pero apenas lo notó, parecía como si una parte de ella se hubiera tomado unas vacaciones. Sus ojos estaban vacíos, el gris de ellos se asemejaban más al glacial frío del hielo que a su acostumbrado toque de calidez asemejándose al aluminio fundido.

Salí del cuarto con la intención de prepararle algo caliente para que recuperara la temperatura perdida, pero encontré con Leo y Maya esperándome con sus brazos cruzados.

— ¿Vas a explicarnos? ¿O vas a fingir que es lo algo totalmente normal?— gruñó Maya.

—Aguárdame unos segundos y hablamos. Primero necesito pedirte un favor— ella no suavizó su expresión de enojo pero tampoco continuó hablando por lo que le pregunté si tenía algo de ropa para prestarle a Emma.

Tomó su bolso con desgano y rebuscó en él, prendas que pudieran serle útiles a Emma.

—Prometo que mañana mismo la tendrás de vuelta— dije mientras me alcanzaba un pantalón negro y una camiseta térmica blanca.

Volví a la habitación para descubrir que Emma ya había salido del baño y estaba cubierta con una de las toallas blancas que le había dado, abrazando sus rodillas sobre la cama.

—Te traje algo de ropa para que te cambies... es de Maya. No sé si te quedará pero es mejor que nada... ¿No?

Ella solo asintió.

Dejé las prendas a su lado y me retiré. Pero al tocar la puerta, un pensamiento hizo volverme. Quizás ahora que estaba un poco más calmada podría preguntarle... Tenía un presentimiento que no había dejado de molestarme desde que había cruzado el umbral de mi departamento con ella en brazos.

—Umm... ¿Emma?— ella levantó la vista que mantenía clavada en el suelo alfombrado. — ¿Tuviste algún problema con Regina?

—Algo así— susurró. Su voz sonó extraña, como si no fuera la de ella. Se oyó ronca y quebrada, con cierto dolor, y algo más que no pude dilucidar... ¿enojo? ¿Quizá?

Recuerdos FragmentadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora