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EMMALINE 

Primer día de trabajo… después de tanto tiempo…

Pensé que me iba a sentir mucho mejor… Como si volviera a recuperar alguna partecita de mí, que estuviera perdida. Pero por ahora todo sigue igual, tal cual como me levante esta mañana. Aunque todavía conservo cierta esperanza... 

«No todo es tan simple, Emma» me susurró una vocecita en mi cabeza. Suspiré y traté de plasmar mi mejor sonrisa. Tengo que ser más positiva.

La directora de la institución me recibió como si realmente me hubiera extrañado. « ¡Oh, Señorita Heit! ¡Estoy tan feliz de tenerla de nuevo entre nuestros pasillos! ¡Los niños estarán entusiasmados!»  Dijo con sus regordetas mejillas sonrojadas de la emoción.

Claro, que mi entusiasmo no era ni la cuarta parte de lo que sentía la señora directora. Había estado anhelando toda la semana desde que había recibido el llamado, volver con los niños. Ellos no me juzgaban por ser quien era, no tenían idea sobre la maldad. Ellos solo conocían a la “señorita Violeta”.

 Y allí estaba sentada en mi escritorio esperando a que los chicos llegaran del recreo, con mi guardapolvo como mi nombre indicaba, de color violeta. Ansiosa  y expectante. Carteles de llamativos colores adornaban la sala y un gran oso colgaba de la pizarra.

– ¿Emma? Los chicos vienen en cinco minutos. La directora les está hablando sobre el día de campo–. Me dijo la señorita Ámbar.

«Sí todas tenemos nombres de colores».

–Ahh… Está bien. Gracias.

Al cabo de unos minutos, una docena de personitas pequeñitas, entraron corriendo por la puerta, y se sentaron en sus mesitas haciendo juego.

Había preparado durante toda la noche un cuento sobre un oso en láminas para luego desarrollar las actividades del día en base a ello.

Los ayude uno a uno a poner sus pintorcitos para no manchar su ropa y nos dispusimos entusiasmados a pintar con pequeños ladrillitos remojados en pintura al “osito Nieves”.

–Señorita, Violeta– me llamaron tímidamente desde una de las esquinas de la mesa.

–Sí, Julieta– respondí leyendo el cartelito con su nombre.

 – Me duele mi pancita, señorita– dijo haciendo un puchero, que me pareció tan tierno e inocente.

– ¿Quieres que llamemos a tu mamá?– le pregunté en un voz baja. Ella asintió–. Chicos, en un segundo estoy de regreso. La señorita Rosa se quedara con ustedes– dije hacia el resto de la sala.

Salí con la niña de la mano y llamé a mi compañera para que se hiciera cargo del curso mientras la llevaba hasta secretaria. Caminamos a su ritmo la larga galería, pasando por las puertas de los otros salones. En la sala de música estaban los más pequeños bailando mientras los mayores tocaban una canción, un tanto desafinada.

– No quiero ir a mi casa– dijo mientras ponía una de sus manitos en su estomago.

–Si vas a tu casa, te sentirás mejor y ¡tendrás muchas energías para venir en unos días!

– Pero… no quiero esperar taaaanto… ¿puedo venir mañana?

Reí.

– Mañana no hay clases, porque tienen que poner todo bonito para que vengan los chicos después.

Llegamos a la secretaria y hablé con la directora para que llamara a su familia.

– Señorita Violeta–  gimió la niña. Me senté a su lado y acaricie su cabello.

Recuerdos FragmentadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora