MAX
– ¡Ay, lo siento! Cruce la línea… ¿No?– dijo Emma sonrojada.
No podía dejar de observar la cuatro ollas que humeaban en la cocina, la fila de recipientes alineados perfectamente sobre las encimeras, y los productos que estaban ordenados de mayor a menor en la barra que divide la cocina del comedor.
–Emma, ¿Qué hiciste?
–Lo siento, yo… estaba aburrida y tenía hambre y sabía que también tenías ganas de comer una comida real. Me lo dijiste antes de irte. Y yo sé cocinar, no tan bien como mi mamá, pero si sé. Entonces cuando fui a la tienda de María, me ofreció unos tomates que estaban preciosos y luego vi las espinacas y dije ¡Que ganas de comer una tarta! Y luego dudé, nunca te pregunté si te gustaban las espinacas, hay gente que no le gusta… a Ariel le dan asco, entonces se me ocurrió que podía hacer una salsa de mariscos pero me faltaban cosas entonces fui al mercado de Daniel y ahí tenía un montón de productos para llenar tus alacenas y terminé comprando un set de tapers y metí…– miró sus zapatos– metí la comida adentro y los ordene por…–su voz se apagó y terminó murmurando sin lograr entender sus últimas palabras. Nunca había visto a Emma nerviosa, ni tampoco la había escuchado decir tantas palabras juntas en una misma conversación.
Me acerqué lentamente y miré de cerca. En cada uno de los envases había una etiqueta que decía el tipo de comida que era y un día de la semana.
– ¿Y esto?– pregunté señalando la etiqueta.
–Es el día que expira…– suspiró–. Debería haber hecho la cena para hoy… solamente ¿no?
Tuve que morder mis labios para no soltar una carcajada, aunque fue imposible no sonreírle cuando encontré su mirada.
–Hiciste todo esto…– señale a mi alrededor– solo porque ¿estabas aburrida?
Ella se encogió de hombros, y luego se sentó en uno de los taburetes.
– ¿Estas enojado?
–Creo que enojado no es la palabra correcta– medité unos segundos viendo como el vapor subía lentamente. –Sorprendido, desconcertado, asombrado, impresionado.
– ¡Deja ya de decir sinónimos!– rio.
–No había terminado– carraspeé y seguí. –Atónito, extrañado, maravillado, deslumbrado.
Emma me golpeó el brazo con un repasador.
–Pasmado, estupefacto.
– ¡Basta! ¡Ya entendí!– dijo con una carcajada.
– ¿Dije sorprendido?– reí. –Y por último hambriento. No creo que todo esto dure hasta la fecha de caducidad del último plato.
La abracé y le susurré en el oído un «gracias». Sabía que no lo había hecho solo por un simple aburrimiento, aunque ella no lo reconociera.
–Nada mejor que una psicótica manía– canté cuando me alejé de ella, para inspeccionar lo que había en los recipientes.
–Es: una caída mejor, una psicótica manía. Es solo mi corazón que es más toxico que mi vida.
– ¡Lo sé! Pero no pegaba con la situación. Queda mejor como yo, la canté.
Me golpeó con su pequeña cadera y prosiguió a detallarme cada una de las comidas que me habían preparado. Revolvió con una cuchara de madera –que no estaba enterado que tenía– una gran olla de mariscos con arroz y luego los sirvió en dos platos.
Cenamos y nos proponemos terminar nuestros respectivos proyectos. Ella toma lugar sentada en el suelo como indio en la mesa ratona, mientras que yo, opto por la mesa. Llegamos a un acuerdo y decidimos escuchar “The police” para poder concentrarnos.

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Recuerdos Fragmentados
RomanceEmmaline Heit, olvidó lo que es vivir sin miedo. Un brutal suceso hizo que su vida gire sin retorno. Desde entonces lucha por encontrar estabilidad y la confianza en sí misma que le ha sido arrebatada. Su aliento, es su extraña y numerosa familia y...