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MAX

Realmente no podía creerlo. Y cuando pensé que mi corazón no podía romperse más aún…

Emma estaba completamente abrazada por mi mejor amigo, su rostro estaba en su cuello y mano izquierda apretaba fuertemente la remera de él. Sus nudillos estaban blancos y Leo tenía su semblante distorsionado, completamente asustado. Maya seguía llorando y se dirigió hacia fuera del apartamento.

La desesperación me invadió, y una ira que jamás había experimentado recorrió mi cuerpo de pies a cabeza. Dudé correr detrás de Maya y asegurarme que estuviera bien, o reclamar a Emma.

–Distante y dolorosa como si hubieras muerto. Una palabra entonces, una sonrisa bastan. Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.

Me detuve en seco. Algo no estaba bien. Nada estaba bien. Reconocí algunas palabras sueltas de lo que Emma murmuraba y lo uní en mi mente. Entendí porque Leo no hablaba, observé sus ojos que brillaban como hacia tanto tiempo no los veía. Respiré profundo. Todavía un poco cegado por la rabia.

–Ve con Maya. Yo me quedo con ella– dije en un susurro.

Él asintió se enderezó y aflojó el agarre de Emma. La acomodó suavemente en la misma posición que estaba pero de mi lado. Al levantarse reparé que su remera gris tenía una gran mancha más oscura sobre todo su hombro.  Emma comenzó a temblar. Puse su mano en mi corazón y comencé a masajearla para recobrar su temperatura perdida.

Comencé lento y sereno.

– Me gustas cuando callas porque estás como ausente, y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca. Parece que los ojos se te hubieran volado y parece que un beso te cerrara la boca. – Besé su pelo y seguí, esta vez Leo y Maya estaban en el umbral, abrazados, observándonos. –Como todas las cosas están llenas de mi alma emerges de las cosas, llena del alma mía. Mariposa de sueño, te pareces a mi alma, y te pareces a la palabra melancolía. 

Su voz emergió suave, tan suave y triste como aquellas baladas viejas.
–Me gustas cuando callas y estás como distante. Y estás como quejándote, mariposa en arrullo–. Su mano se afirmó en el bode de mi camiseta y sonreí.
Completé. Acaricié su cabello, mientras ella se tranquilizaba.

– ¿Tuviste un mal día?– Ella asintió. Pasé mis brazos debajo de sus rodillas y la levanté sin esfuerzos.

A mitad de camino, me di vuelta y me dirigí a mis mejores amigos.

–Si quieren reconciliarse tendrán que conformarse con la sala. Nosotros estaremos en la habitación un laaaaargo rato– sentí una leve sonrisa de Emma en mi cuello.

–Sé que mi idea te encanta, preciosa–. La deposité en mi cama y acomodé su cabello detrás de su oreja.

– ¿Estás cansada? 
– Sí… – susurró. Parecía que iba a continuar hablando pero solo observó sus manos.

– ¿Quieres decirme algo? – pregunté inseguro.

–Mmm….

– Emma… – Asintió, comprendiendo porque solo había dicho su nombre. Ella tenía que ordenar sus pensamientos y luego decir lo que deseaba. Tenía que aprender a expresarse.

–Aún cuando no estabas aquí lograste alejarlo, te escuché, mientras estaba perdida… me encontraste– dijo quitándose la remera. En ningún momento me miró. ¿Estaba avergonzada? Siguió por su pantalón y luego se acostó.

–Y ¿Eso te molesta?– pregunté recostándome a su lado.

Negó por fin encontrando mis ojos. Acaricié lentamente su rostro y besé su mejilla. A veces me preguntaba porque ella nunca daba el primer paso. Deposité pequeños besos alrededor de su mandíbula incitándola a besarme.

Recuerdos FragmentadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora