Los pies descalzos de Ethan caminaban con calma por los pasillos infinitos de la gran mansión. El suelo era frío y, aunque para algunos eso fuera malo, al joven le resultaba agradable. Le gustaba la sensación de escalofríos que recorrían su espina a cada paso que daba. Era casi como una muestra de que seguía en vivo y estaba de pie. No sabía por qué, pero algo tan simple como eso le daba, aunque sea, una pizca de comfort, y eso le aterraba.
Le habían dejado en claro que no tenía derecho en disfrutar los pequeños placeres de la vida. No tenía derecho a siquiera pensar en pequeñeces que le darían tranquilidad, Erick lo dijo una vez. No solo lo dijo. Le dejó muy en claro que de lo único que debería de alegrarse era de estar vivo para ver un día más, y de que a su “amigo” todavía le gustara ese cuerpo suyo porque sino ya estaría seis metros bajo tierra, o con alguien más. Alguien peor. Al pensar en eso tuvo un pequeño escalofrío, y decidió apresurar el paso. Tenía miedo. Por eso estaba fuera de su cama en aquellas horas. Quería ir a buscar a ese amable omega que lo acompañaba a todos lados y le daba seguridad.
Sus pasos no hacían ruido alguno, y eso lo ponía un poco nervioso. Cualquier persona pensaría que a alguien como él le gustaría el silencio, pero, después de tantos años sumergido en aquella asfixiante carencia de ruido, ya no podía tolerarlo. Ni siquiera un poco.
No solo se sentía ansioso por el silencio, la calma y la carencia de luz, sino que el lugar en general le hacía sentir insignificante. Usualmente le gustaba el amplio espacio que había a su alrededor, considerando que había estado tanto tiempo encerrado en una pequeña habitación con apenas un colchón desgastado y poco más, pero, en otras ocasiones, las dimensiones de los pasillos le hacían sentir minúsculo. Sentía que podría perderse en cualquier momento. Sentía que estos pasillos nunca terminarían, no importa que tanto los recorriera.
Estaba ansioso. Bueno, tal vez ansioso no sería la palabra indicada. Estaba aterrado, y no ayudó en nada cuando finalmente estaba lo suficientemente despierto para pensar aunque sea un poco en lo que estaba haciendo. ¿Estaba bien dejar su caja para ir a la habitación del sirviente? ¿Estaría bien pedirle ayuda a esas horas? No estaba seguro de que momento de la noche era, pero sabía que a nadie le gustaría ser despertado en ese momento específico.
No solo eso, ¿estaba bien que recorriera el lugar? ¿Estaba bien causarle tantos problemas a ese pequeño omega? ¿Cómo lo vería si llega de la nada, pidiendo algo tan inutil e infantil como apoyo moral? Era un alfa, se supone que el debía de proporcionar esas cosas, y si buscaba más ayuda no sólo se vería como un alfa débil, se vería roto. Mostraría que tan inutil es. Mostraría que ya no tiene ningún tipo de valor.
No quería que el omega supiera eso. Ese omega era todo lo que tenía. Ese omega que podría deshacerse de él en cualquier momento con tan solo pedirselo a su jefe. Ese omega podría finalmente darse cuenta de que tantos problemas tiene, y finalmente lo dejaría ir. Nadie estaba dispuesto a tener tanta paciencia con él. Estaba prácticamente seguro. Erick lo dijo, y, aunque podría estar mintiendo, sabía que a nadie le gustaban los juguetes rotos, y eso era exactamente quién era. En quien se había convertido. Él era un simple juguete roto el cual había perdido su valor mucho tiempo atrás, cuando era tan solo un niño.
No quería despertar al omega si la razón eran sus tontos miedos, los cuales no tenían ningúna importancia, justo como él.
¿Cómo reaccionaría el omega?
No tenía ni la menor idea, pero de tan solo pensar en las miles de posibilidades su estómago se revolvía, y comenzaba a sudar frío lleno de terror. Debería de volver. Si, era lo mejor. Era mejor volver a su habitación y pretender que esto nunca paso. Nunca tuvo que pasar. Se suponía que se quedaría en su habitación, o jaula—¿o debería de llamarlo confinamiento?—durante el resto de su vida. Estaba siendo realmente descarado al pensar que podría ir por ahí, husmeando y caminando como Pedro por su casa. Él no debería de estar en los pasillos en primer lugar, o al menos no sin supervisión.
Ya habían sido lo suficientemente bondadosos con él al dejarlo quedarse ahí sin hacerle nada hasta ahora, y no quería imaginarse cuál sería su castigo si lo encontraban vagando por ahí. Ni siquiera estaba intentando escapar, pero estaba escurriendose por ahí como una sabandija. ¿Esa era su manera de pagar la bondad del alfa que controlaba todo? ¿En serio? Pues vaya pedazo de mierda que era. Si, debería de volver. Debería volver y mostrarles que puede ser un buen chico. Que es un buen alfa que se queda donde le dices y del que no deben de deshacerse. Si, podía hacer eso. Podía caminar de vuelta y colocarse una estrellita en el pecho para que nunca se les ocurriera desecharlo como si fuera un simple trozo de basura.
Tenía que volver rápido.
Tenía que volver lo más rápido que pudiera antes de que alguien notara que se había ido, pero ¿cómo? Estaba temblando con tanta intensidad desde que comenzó a pensar que con suerte podía mantenerse de pie. Las paredes a su alrededor se cerraban con rapidez, y no sabía que estaba viendo, ya que a cada segundo su mirada se hacía más borrosa.
No sabia que pasaba, pero su pecho dolía, dolía tanto y le costaba tanto respirar que por unos segundos pensó que era el castigo que dios le estaba dando por haber sobrepasado sus libertades. Intentaba respirar, y quería ver qué era lo que sucedía, pero no podía. Dios santo.
“Muevete. Muevete inutil” Se repetía a sí mismo con dificultad debido a la falta de aire. “Si vuelves tal vez aún te quieran. Sólo si vuelves. Si vuelves te darán más de lo que te mereces” Murmuraba. Estaba intentando. Lo intentaba con todas sus fuerzas, pero realmente era un problema. No estaba seguro de cuándo había caído al piso, quedándose de rodillas, pero ahí estaba, hiperventilando y llorando como si su vida dependiera en ser miserable. Mientras temblaba, intentaba arrastrarse hacia su habitación, pensando que dentro de poco le arrebatarían todo lo que le habían dado.
No sabe cuándo, ni cómo, ni porqué, pero sabe que ahora estaba en la habitación del omega, sentado en la cama, tomando té de manzanilla mientras temblaba, lloraba y sollozaba. Tenía una manta en sus hombros y el pobre chico de orbes verdes lo miraba atento. Hacía señas con las manos, y le mostraba como debía de respirar para que intentara coordinarse con el. Después de un minuto de esa agonía, finalmente Ethan fue capaz de tomar él control de su propia respiración. El omega sonrió con levedad y se levantó, caminando hacia su escritorio.
—Creo que tengo Xanax por aquí— Habló con calma rebuscando entre sus cajones, pero él sonido de esta acción únicamente puso al contrario en un estado completo de alerta.
—N-No. T-T-Te lo juro. Me porte bien— Chillo lleno de desesperación. Sentía que podría vomitar en cualquier momento, de hecho, esa realidad no sería alocada, considerando que sentía a la perfección como la comida se revolvía en su estómago.
Mientras Ethan corría hacia él baño, Aiden tomaba un respiro, intentando darle un poco de espacio al alfa que estaba teniendo un claro ataque de pánico. Sabía que una gran parte de sus ataques de pánico tenían que ver con él contacto físico, eso pensaría cualquiera que analizara al contrario de manera superficial, pero Aiden podía entender. Entendía porqué tenía tanto terror al silencio.
Aiden tomó un respiro. Ese chico no era su alfa, se supone que ni siquiera tiene olfato, pero no tenía más ideas, y si ayudaba al contrario debería de intentarlo. Por primera vez en su vida tuvo que recurrir a su olor omega, esa esencia que había mantenido al margen durante tantos años.
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Un Alfa Roto
RomanceAiden era una omega. No un simple omega, era el omega mas codiciado de la ciudad. No era realmente único. No desprendía ningún olor especial, ni tenía una cualidad fuera de ser atractivo ante el ojo. No era realmente diferente a todos esos otros ome...