Capítulo 13

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Aiden vivía de manera tranquila nuevamente, justo como hacía antes de que el joven alfa llegará de improviso y pusiera todo patas arriba. Aquellos encuentros casuales que frecuentaban habían cesado de manera repentina. Ni siquiera intentaba acercarse al alfa para cumplir con aquella rutina tan encantadora donde lo acompañaba a comer. Nada. 

Si, se había preocupado bastante cuando el joven dejó de comer en una especie de huelga (o eso suponía), pero esperó con paciencia para ser informado a detalle acerca de las reacciones del joven, intentando asegurarse de interferir únicamente si era imperativo, diciéndose a sí mismo que todo era por el bien de aquel desconocido, quien debía de encontrar finalmente el significado de independencia emocional. Debía de ser capaz de sobrevivir solo, y eso incluía ser capaz de controlar sus emociones. 

Aiden quería que el alfa no lo necesitará para ninguna cosa, y que se acostumbrara a todos los betas que comenzaban a haber a su alrededor. Sabía que traer algún alfa a su vida aún sería difícil después de lo que había pasado, y por ende pensó que contratar betas resultaría menos problemático para ambos. Había sido realmente vago con los requisitos del trabajo, diciéndole a Eduardo que fuera ciego ante los pequeños detalles y pequeñeces de todos, de lo único que debía de asegurarse durante su búsqueda fuera de encontrar a lo mejor de lo mejor, sólo debía de asegurarse que todos los nuevos trabajadores fueran altamente capacitados, para, de esa manera, darle al alfa lo mejor que podía.

De hecho, Aiden no era realmente insensible respecto al joven en su custodia, por el contrario, cada miércoles limpiaba por completo su itinerario—apilando el trabajo de esos días entre los lunes y martes—para hablar con todos aquellos que trabajaban con el chico.

Quería ser informado a detalle el proceso de recuperación y avance que tenía el alfa. También quería dar su opinión, y cambiar su itinerario por sí era muy pesado. Quería asegurarse de su salud mental y de su felicidad mientras se quedaba en la mansión. Quería realmente saber qué pasaba por la mente del chico, y quería ser capaz de hablar de ello con todos los especialistas en su vida.

Justo hoy era miércoles, por ende, era el día en que le informaban que tal iba el joven, y estaba ansioso por saber. De cierta manera, estos días también eran su único momento de descanso, donde, por una vez en la semana, alejaba su mente del papeleo y los asuntos internacionales para concentrarse en algo mucho más emocionante y agradable.

El primero en entrar a su oficina siempre era el tutor particular del joven. Edwin era un hombre de cincuenta y seis años de edad, quien fue bendecido sin una pizca de paciencia en su ser.

Era el maestro más estricto y salvaje que ha conocido en toda su existencia. 

Aún podía recordar con claridad todos los golpes que le había dado en la cabeza con un periódico enrollado, alegando que debía de prestar más atención o ser más considerado con sus compañeros. 

En su época de oro, Edwin fue conocido por educar a las familias más adineradas del país por un largo precio, y había formado a muchos jóvenes empresarios respetables, pero también era un hombre de buen corazón, quien también enseñaba a aquellos jóvenes de familias necesitadas… como al joven Aiden, quien, al ser un trabajo de caridad, nunca se había quejado por sus maneras estrictas, salvajes e insensibles. Sí, Edwin fue alguna vez uno de los maestros de Aiden en su escuela secundaria, mucho antes de su fama y fortuna. Mucho antes de su empresa y su vida llena de trabajo y estrés. 

El joven pecoso le había asegurado que en algún momento lo haría orgulloso. ¿Quién diría que ahora él pagaría sus cheques, le enviaría regalos de navidad, y se tomaría el tiempo de escribirle una tarjeta todos los años, además de haberlo mencionado incontables veces en alguna que otra entrevista en televisión, halagando su trabajo?

Aiden confiaba en que Edwin, ese hombre esbelto, canoso y con lentes sería capaz de enseñarle al alfa todo lo que debería de saber.

—¿Qué puede decirme?—Comenzó Aiden, sirviendo un poco de café en el par de tazas encima de su escritorio, extendiendo una de estas al contrario. El hombre aceptó la bebida, y tomó un sorbo de esta sintiendo cómo la amargura del café extra cargado de Aiden impactaba con su paladar. —¿Cómo le está yendo al chico? ¿Va todo bien en sus exámenes?— Preguntó el omega, prestando su completa atención, esperando pacientemente respuestas satisfactorias de parte del beta. Estaba curioso, quería saber, adoraba a ese alfa, pero las circunstancias entre ambos eran complicadas, por ende, la única manera de saber de él era por medio de terceros, específicamente los betas que conviven con él. 

—No cabe duda que es un joven brillante, no importa qué ecuación le pongas enfrente, podrá resolverlas en cuestión de minutos. Es maravilloso en matemáticas, física, química y todas aquellas actividades que constatan de patrones y lógica, por otro lado, sigue teniendo muchos problemas con historia y psicología, parece no entender ningún tipo de dignidad humana básica,— El hombre informó negando levemente con la cabeza, tal vez decepcionado en el chico, tal vez en sí mismo por no ser capaz de enseñarle algo tan simple. Edwin era bueno enseñando muchas cosas, y tenía programas de educación para casi todo, nunca esperó tener que explicarle a un joven por qué era una costumbre decirle por favor cada que pedir algo o gracias cuando esta acción era cumplida, o por que le trataba con respeto de una manera que nadie más lo había hecho. Por qué no lo golpeaba o intentaba siquiera alzar la voz…  

—Está bien,— Dijo Aiden satisfecho ante las agradables y relajantes noticias, feliz de saber que el alfa tenía talento con cosas tan complicadas para tantos. Tal vez podría tener un trabajo de matemático, contador e incluso ingeniero o programador, y eso le daba esperanzas. —No hay manera de ser perfectos, ¿no? Si las matemáticas son su fuerte tal vez hay que tratar de darle clases más avanzadas, ¿cree poder hacer eso sin recurrir a los golpes o gritos?—Cuestionó el omega, tomando un sorbo de café, levantándose se su asiento, sonriente y complacido. Comenzó a caminar alrededor de la oficina acercándose a la ventana, donde lograba observar con calma las preciosas flores, esas que alguna vez fueron extendidas por un chico encantador. Tal vez Aiden estaba pensando mucho, tal vez estaba emocionado por los progresos del chico, tal vez feliz de que le fuera tan bien… ¿Quién sabe?

Por otro lado, el hombre se sintió casi ofendido de que siquiera le haya preguntado algo tan tonto, claramente era capaz de enseñarle algo como eso, pero también entendía a la perfección el afán del omega por conseguir lo mejor de lo mejor, y, por ende, cuestionar si podría hacer todo lo requerido. —Tal vez también podría enseñarle un poco de arte, o literatura, le gusta mucho leer, creo que le haría bien.—

—Con todo respeto, jefe,—Dijo haciendo una pequeña pausa antes de la última palabra, levemente extrañado con tener que llamar a una persona mucho menor que él de aquella manera, especialmente debido a que él le había enseñado todo a Aiden. —Ese chico está preocupado. Quiere saber quién es el dueño—su dueño. Quiere saber dónde estás tú, Aiden— Expresó con seriedad mientras miraba al contrario de manera severa, casi regañando con la mirada.  

—Eso son problemas para otra ocasión, señor.—Se apresuró a decir el pequeño chico de ojos esmeralda, —Me alegro que le vaya bien en la escuela. Por favor, incluya lo que le he pedido, pero fuera de eso, le ruego que no cuestione mis decisiones en esto…— 

—Él quiere verte. A ti. Eso es todo lo que pide.— Rogó el hombre.

—Lo sé, pero tengo otras preocupaciones, por favor.—El joven volvió a su silla, tomó un buen respiro y vio al beta a los ojos, —Señor Edwin, deje que yo maneje la situación esta vez, y confíe en que estoy haciendo lo mejor que puedo y lo mejor para él. ¿Podría hacer eso por mí?—

El hombre mayor se levantó de la silla aterciopelada, tomó su chaqueta y su cheque con calma—los cuales Aiden siempre tenía preparados antes de hablar con sus empleados—y comenzó a caminar hasta la puerta de madera. 

—Eres mi alumno, lo sé, pero si no te apresuras recordaras porque odias los periódicos—

Un Alfa RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora