Era casi como estar debajo del agua. Ahogándose. Intentaba nadar con todas sus fuerzas contra la violenta corriente que lo envolvió. Esa misma que lo asfixiaba con novedad. Estaba sofocandose con sensaciones desconocidas que venían desde muy dentro de él. Era como si su cabeza estuviera por explotar. Como si sus pulmones estuvieran a punto de reventar. Estaba siendo atosigado por su dolor, y acechado por el miedo de perder todo lo que conocía. La calidez de lo familiar se había desvanecido.
Por años estaba seguro de que nunca sería capaz de olvidar todos esos recuerdos que apretujaban su corazón. Esos recuerdos de llamas y caos y miedo. Esos que hacían a sus ojos aguar. Sin embargo, le habían probado lo contrario. Podía olvidarlo. Tal vez olvidarlo no era la palabra correcta. Tal vez "paz" sería algo más cercano a ello. Podía tener paz, a pesar de todo. Por esa misma razón, no podía imaginarse algo más doloroso. No podía imaginarse que sería más doloroso que estar equivocado al sentirse seguro. Seguro de que no lo dañarían. Seguro de que a alguien le importaba.
Había sido capaz de ignorar algunas cosas. Ya casi no recordaba cómo se sentía la lujuria de alguien más encima de su piel, consumiendolo como llamaradas. La sensación de manos tocándolo por debajo de su ropa, rompiendo los harapos que llevaba encima para humillarlo.
Era débil. Era pequeño. Era frágil y casi lo había olvidado.
Había sido realmente fácil recordarle que tan banal es su vida. Que tan frágil es un mortal delante de otro. Era tan fácil recordar la historia, y tan malditamente difícil borrarla.
—Ethan,— Hablo una mujer, más sus palabras se escuchaban distorsionadas. La mujer lo observaba. Sus cabellos azabaches caian pesadamente detras de sus hombros como una cascada, y sus orbes negros lo observaban, más no lograba entender sus intenciones. No lograba entender qué quería de él. Podría estar estudiandolo. Viéndolo como una presa. Como un depredador. Con pena o con cólera. No podía saberlo. Aún así, había algo dentro de su voz, algo que le recordaba lo que Astrid le había mostrado tiempo atrás: respeto. —Deberías descansar.—
Ethan negó con la cabeza, levantándose con pesadez del colchón. Había algo. Un olor agrio. Tenía que seguirlo. Quería seguirlo, incluso cuando eso significaba ignorar a la omega que intentaba ayudarlo. Sus pasos lo guiaron, incluso cuando su vista era borrosa y con suerte podía ubicarse. Su mano derecha se movió por sí sola, tomando con gentileza la perilla de la puerta.
—No planeo detenerte, pero si te atreves a salir por esa puerta,— Comenzó la omega tomando un gran respiro y elevando su vista, causando que sus miradas chocaran. —Si decides ver a Aiden... será mejor que actúes como un alfa. Ambos se están haciendo daño, y ambos están sufriendo. Ambos se necesitan.— La joven suspiró, bajando la mirada. No parecía siquiera intentar acercarse.
Él no era un alfa. Era algo más. Algo más allá de una maldita etiqueta de poder. Más allá de un simple título asignado por la biología. Aiden lo necesitaba. No tenía idea de cómo lo sabía. No tenía idea de que pasaría, pero tenía que ir. Tenía que asegurarse que estaba bien, porque Aiden se sentía como lo único que tenía.
—No soy un alfa.— Exclamó el chico, frunciendo el ceño. Dejaba detrás de él una mujer exhausta de cuidar a otros, y la sombra de alguien que pensó alguna vez ser. No era un alfa. Era algo más, pero un alfa nunca.
No necesitaba indicaciones, su olfato atrofiado fue suficiente para guiarlo entre aquellos espaciosos pasillos. Era su habitación. Su vieja habitación. Todo estaba casi igual. Los muebles seguían exactamente en los mismos lugares. El escritorio estaba lejos de la cama, y la cama estaba justo al costado de la puerta del baño. Por alguna razón, algo dentro de su mente le gritaba que comenzará a correr. Que se fuera y no mirara nunca hacia atrás. Que no intentara volver. Aún así ahí estaba, abriendo la puerta con cautela. Tal vez por honor, ese mismo que se había convencido ya no tenía. Tal vez por deber, ese mismo que tampoco tenía. O solo tenía miedo, pues sabía que si decidía escapar, toda su vida huiría de su propia sombra. De sus propios pensamientos. De su propio dolor.
La habitación era iluminada con frialdad por la luna, esa que inundaba todo el cuarto a través de la puerta-ventana. Balcón, mejor dicho.
Ahí estaba. Era el pequeño chico de cabellos rizados y orbes esmeralda, observandolo desde dentro de las pilas y pilas de prendas. Había ropa. Almohadas. Sábanas. Todo parecía valerle para hacer aquella pequeña estructura. Dentro de esta,Aiden tiritaba con levedad, abrazando sus piernas y hundiendo su rostro en la tela. Se ocultaba de la mirada ajena tanto como le era posible.
—Aiden,—Logro llamarlo. Su garganta ardía y su voz temblaba, y sin embargo, le gusto como sonaba. Aiden. Ese era su nombre. Después de meses finalmente podía decirlo. Finalmente conocía su nombre. Su estómago revoloteo ante el simple pensamiento de que había dicho el nombre de ese chico que lo cuidaba tanto, pero no parecía ser el momento adecuado para sonreír bobamente, pues la única respuesta que obtuvo fue un:
—Fuera,— Casi no pudo escucharlo. Su voz casi fue opacada por el galopante corazón de Ethan.
Pero Ethan no podía solo irse. No podía siquiera pensar en dejar a Aiden así. Se acercó con cautela a la cama, sentándose de manera dócil en la orilla de esta, como si el movimiento más mínimo fuera a espantar al omega.
—Estaba asustado— Murmullo el de orbes esmeraldas con un hilo de voz, —Crei que yo iba a lastimarte. Y luego alguien dentro de estas paredes intentó hacerte daño.— Jugueteaba con sus manos. Tomaba con gentileza su dedo índice con su otra mano, y recorría de manera gentil cada uno de sus dedos, casi como si los contara. Estaba temblando.
—Hubiese preferido morir. Cada vez que cierro los ojos no puedo dejar de verlo. Te veo suplicando. Y no puedo sacarme tu expresión de mi cabeza. Y--Y no puedo dejar de pensar que has hecho esa expresión cientos de veces antes. No puedo sacarlo de mi cabeza.— Su voz suave y cansada se rompió entre sus palabras. Entonces comenzó a tomar grandes bocanadas de aire, como intentando darse ánimos para continuar hablando. —Pensé que si te ayudaba a ser fuerte todo mejoraría.—
El chico de orbes esmeralda mordía con fuerza su labio, haciendo su mejor esfuerzo para no sollozar, porque si se rompía no sabía cuándo podría volver a reponerse.
—Quiero que seas feliz. Que nunca más tengas miedo porque eres fuerte. Pero no puedo seguir acercándome... No puedo. Porque cuando te involucras con alguien como yo lo único que obtienes es dinero y soledad.—
Las lágrimas del joven comenzaron a manchar su preciado nido. Lloraba porque sentía que el mundo se estaba rompiendo a pedazos, y no sabía qué más hacer. Lloraba porque tenía miedo. Y lloraba porque, incluso al verlo así: débil y desagradable, el alfa había tenido el valor para tomar su mano con gentileza.
Su pecho ardía, y sus sollozos parecían rebotar en cada pared de la habitación, recordandole que estaba siendo débil. Era un eco desgarrador. Pero ahí estaba el alfa, tomando su mano, y mirándolo como si... Como si todo estuviera bien...
—Eres gentil— Comenzó el alfa, forzando su voz a salir. —Y amable.— El alfa hizo una pausa, como si no tuviera idea de qué decir. —Cuando me miras siento que valgo algo— Rió de manera amarga. —Y pasas por tantos problemas debido a mi.— Aiden sintió un nudo en la boquilla de su estómago. Nunca fueron problemas.
—Tal vez nunca sepa qué es enamorarse de alguien, pero sé que nada sería más hermoso que enamorarse de ti, Aiden.—
La mirada de Aiden se suavizó, y comenzó a llorar esta vez con más intensidad, incapaz de formular qué decir.
—Yo debería de estar consolandote a ti, Alfa— Soltó Aiden en una risa mezclada con un amargo sollozo.
—Ethan. Soy Ethan.—
¿Me extrañaron? Es complicado escribir ultimamente, pero al menos lo intento. No siento que sea la escritora que solia ser. Por el contrario. Escribir no se siente como antes. Tal vez porque no tengo tiempo, porque estoy cansada, no lo sé. Pero estoy feliz de haber creado un capítulo tan encantador como este. Gracias por leer, las veo en la proxima.
1404 Palabras.
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Un Alfa Roto
Roman d'amourAiden era una omega. No un simple omega, era el omega mas codiciado de la ciudad. No era realmente único. No desprendía ningún olor especial, ni tenía una cualidad fuera de ser atractivo ante el ojo. No era realmente diferente a todos esos otros ome...