Capítulo 27

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La mirada miel del chico lo había visto suplicante, bajando y subiendo con rapidez. Iba desde sus ojos a sus labios una y otra vez, pidiendo permiso sin siquiera decir una sola palabra. Se veía desesperado, lleno de incertidumbre. No lo culpaba en realidad. Era magnetismo. Química pura que nunca antes había visto o sentido con nadie más. Era tener escalofríos dentro de su piel. Su estómago se revolvía y su corazón sonaba como caballos de carreras, galopando a toda prisa. Era tan extraño, mas le gustaba la extraña sensación. Era emocionante. Adrenalina pura que podía saborear. Cerró los ojos, intentando tranquilizarse, esperando con desesperación aquel beso que nunca llegó.

Dios santo, era tan patético. Seguramente se había visto ridículo, cerrando los ojos esperando a ser besado. El aliento húmedo del alfa le había puesto los pelos de punta. Su corazón pegó un vuelco y su estómago se hundió en el momento que se dio cuenta: ese beso nunca iba a llegar. Su cuerpo lo anhelaba. Lo quería. Deseaba ser besado. No tenía la energía suficiente para negarlo, para decir que eso estaba mal y que no deberían. Así que no lo hizo. Se sintió como un verdadero bastardo.

No lo merecía. No merecía la plena confianza de ese chico. No merecía ser considerado una buena persona. No si estaba dispuesto a besar a alguien que seguramente solo actuaba por supervivencia. "Nunca muerdas la mano que te da de comer". Bueno, él no solo le daba de comer, era todo lo que tenía. Le daba todo. Seguramente, si se lo pidiera, no le negaría nada. Por eso era un bastardo. Era un jodido y enfermo bastardo que no era mejor que Erick en lo más mínimo. No importaba cómo se sentía o por qué. Nada importaba.

No era correcto, sin importar qué.

No era correcto. Incluso cuando su cuerpo se atrevía a llamarlo alfa, antes que sus labios Ethan.

Intentó juguetear con el anillo en su dedo, sin embargo ese oro era nada más que un fantasma. Un recuerdo en la parte de atrás de su mente que todavía lo atormentaba hasta este día. Se conformó con morder la uña de su dedo pulgar con suavidad, claramente ansioso por todo lo que estaba sucediendo.

Seguía exhausto. Apenas había despertado se había dado un baño y luego había corrido a su oficina, rogándole a los dioses no encontrarse con nadie que lo conociera a nivel personal en lo más mínimo. Quería olvidar sus penas aunque sea por algunas horas, más no parecía estar funcionando. Seguía cansado. Acababa de terminar su celo y su cuerpo aún le reclamaba por eso. Sus huesos dolían y comenzaba a darle jaqueca. Tomo un buen respiro.

Intentaba olvidar como al pasar por al lado del personal de limpieza lo habían visto como si tuviera tres cabezas, incrédulos de que su jefe se viera de alguna manera que no fuera autoritaria e imponente como usual. Incrédulos ante la pequeña pizca de humanidad que pensaron ni siquiera existía en su pequeño cuerpo.

—Señor, — Comenzó Eduardo, abriendo las puertas de la oficina con cuidado, pues en su otra mano tenía a la pequeña sobrina de Aiden, quien únicamente intentaba alcanzar el cabello del chico. Seguramente Astrid le había dado un buen bono para cuidarla por un rato. Aiden estaba a punto de preguntarle qué pasaba, y quejarse de que lo estaba interrumpiendo, pero observar letras en lugar de realmente leer no es una actividad del todo productiva así que solo alzo la vista de sus papeles, dejando que su mirada impactara con la de su mano derecha.

El chico se veía ansioso, nervioso. Sabía muy bien cuál era la única razón que pondría al pobre chico de esa manera. Astrid.

No entendía muy bien por que, mas su personal parecía estar aterrado de su hermana. Era casi como un miedo nato. No importaba quien, siempre temblaban ante la presencia de su pequeña hermanita. No tenía ningún sentido para él, era una chica que había hecho de todo para llegar hasta donde estaba, tranquila y amigable con todos. Tan solo había que verla junto a su esposa. Era casi como un cachorro perdido. Tal vez, la palabra correcta sería "mandilona", pues eso es lo que era. Aun así, ahí estaba su asistente, casi muere de miedo solo por darle un mensaje de ella. Sudor recorría su frente, mientras levantaba un poco más a la pequeña.

Un Alfa RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora