Capítulo 20

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Calor. Hacía tanto calor. Estaba ardiendo. La simple idea. Las simples ideas en su mente, repitiendose como películas eróticas. Sus pensamientos. Hacía tanto maldito calor. Estaba anhelando. Había deseo dentro de su pecho. Dentro de su pequeño cuerpo. Hormigueaba. Había picazón muy dentro de él. El calor lo recorría como olas.

Lo quería. Deseaba que su alfa lo tocara. Que lo besara. Que pasara su boca y lengua por los lugares más recónditos de su cuerpo. Que aliviará aquel calor infernal que lo recorría. Que lo utilizara para saciar los deseos más primitivos de sus cuerpos. La simple idea de las manos grandes y rasposas de su alfa le ponía la piel de gallina. Lo hacía temblar con éxtasis.

Quería ser utilizado como nada más que un juguete. Quería que lo tomara. Que hiciera con él lo que le plazca. Ser devorado. Ser observado con deseo de pies a cabeza. Quería que frotará su miembro erecto contra su espalda, contra su trasero antes de arremeter contra él como si fuera nada más que un muñeco.

Que su alfa se olvidara de lo que está bien y lo que está mal. Que su alfa lo tratara como nada más que un maldito objeto que tenía a su disposición. Sabía que estaba mal. Sabía que esos instintos y deseos carnales eran nada más que una mente nublada por ese maldito calor.

Pero con tan solo imaginarlo... Imaginar a su alfa pinchando sus pezones. Arremetiendo contra el. Sus grandes manos en su cintura, haciéndolo sentir pequeño y frágil. Sus labios contra los suyos. Ni siquiera podía imaginarse a sí mismo gimiendo. Pero sí que podía imaginarse a su alfa gruñendo con éxtasis al borde de venirse. La cara que haría...

Quería que pusiera su miembro erecto en su boca, y lo follara.

Estaba quemándose dentro de su propia carne, y ni siquiera el agua helada de la regadera podía calmarlo. Lo quería. Lo necesitaba.

Su camisa blanca de botones, esa misma que estaba empapada y transparente, se pegaba a su piel morena. Se sentía tan erotico. Rozaba su pecho. Sus pezones. No podía imaginarse cómo su alfa reaccionaría a esa imagen. Tal vez se acercaría, y comenzaría a tocar su pecho por encima de la ropa. Tal vez lo besaría. Tal vez jalaría su cabello para exponer su cuello. Tal vez... Tal vez tocaría su entrepierna por encima de la ropa, haciéndolo jadear.

Y con todos esos pensamientos, su mano se movía de arriba hacia abajo. Quería que alguien lo follara. Cualquiera. Quien sea.

Bueno... No cualquiera.

Quería que su alfa lo tomara. Que le hiciera el amor o, por el contrario, que lo tratara como una maldita muñeca inflable. Ya ni siquiera le importaba si era rudo o no. No importaba nada, más que ese sentimiento en su vientre, en su entrepierna, se sentía tan vacío dentro, y ese maldito hormigueo. No importaba.

Lo que importaba era que su entrada estaba mojada, y no estaba seguro de si era por la jodida regadera y el agua fría o ese maldito líquido extraño.

Aun así, con su mente borrosa y todos sus sentidos aturdidos sabía que Ethan posiblemente nunca estaría listo. Nunca lo tocaría de esa manera. Nunca le haría todo lo que desea que le hiciera. Sus instintos, el omega dentro de sí chillaba al saber que su alfa nunca le haría nada de eso. Aun así Aiden le gritó a sus instintos de vuelta que ese NO era su alfa.

Ese NO era su alfa.

Simplemente no lo era. Ambos lo sabían. No lo era porque ese alfa tenía otras cosas de las cuales preocuparse. El pobre había ido por el infierno en la tierra, y ahora, como persona era su deber mostrarle humanidad. Aunque sea un poco de cortesía y humanidad.

Ese alfa se lo merecia.

[...]

"Me tocó" Escribió Ethan en un papel, extendiéndolo con vergüenza hacia las dos mujeres de la limpieza, las cuales estaban en claro shock al ver uno de sus compañeros de trabajo en el piso, inconsciente y lleno de sangre. Ambas mujeres, ante tal noticia se horrorizaron, y le arrebataron el papel al pobre de Ethan con rabia y furia.

Una de las mujeres vio a Ethan con compasión, sin embargo, la otra, un poco mayor, se acercó al bastardo del piso, y le dio una buena patada, y luego otra. Ethan se preguntó por qué se tomaban la molestia, y sin embargo, la otra señorita de la limpieza suavizo su mirada, y abrazó al joven con ternura de una manera maternal y cálida la cual Ethan nunca antes había experimentado.

Era tan difícil respirar, y aun así, cuando la mujer le mostró esa calma y amabilidad, Ethan no logró evitar que las lágrimas se formaran y comenzaran a caer. Sollozaba contra el hombro de aquella empleada. Ni siquiera sabía por qué lloraba de esa manera. Solo lo hacía. Y, por alguna razón, ante cada sollozo su pecho se sentía mejor.

[...]

Ethan comía con calma un pan dulce, y tomaba un refresco, según las empleadas para que se le "bajara el susto."

Estaba más calmado. Estaba seguro. Estaba en un lugar seguro. Estaba a salvo. Pero, ¿donde estaba el pequeño sirviente omega? Había salido a toda prisa, después de llorar en su pecho.

Se veía tan destrozado. Estaba asustado e indefenso, y... Ya no se sentía distante. Siempre había esta barrera entre ambos. Estaba ahí aunque no lo estuviera. El pequeño sirviente omega era... distante. Siempre lo era. Mantenía su distancia. Era cuidadoso con las palabras que usaba. Era cuidadoso con los movimientos que hacía. Temerario. Era todo, menos alcanzable. Siempre se sentía miles de millas lejano, incluso cuando durmieron en la misma cama...

Pero, por alguna razón, ya no se sentía de esa manera. Había sentido su pánico. Su miedo. Su desesperación. Todo al mismo tiempo. Sentía que el pequeño omega estaba más cerca que nunca.

Tal vez alucinaba. Tal vez estaba equivocado. Tal vez todo eso era nada más que su imaginación haciéndole una mala broma. Tal vez nunca sería cercano a ese pequeño sirviente omega el cual admiraba con tanto fervor. Entonces, palabras resonaron en su pecho. Claras. Contundentes. Precisas.

Omega. Mio. Aqui. 

Un Alfa RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora