Capítulo 12

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El tiempo es egoísta. No se detiene por nada ni nadie. No le importaba nada. Ni siquiera es capaz de darle importancia a la tranquilidad del momento, o los encantadores sentimientos encontrados. No parecía importarle nada. No le importaba siquiera cuan aferrado estuviera alguien por mantenerse enfrascado en la perfección y sosiego del instante. Solo importaba su necesidad por seguir avanzando. Siempre ansioso por el futuro, nunca volviendo al pasado. Maldita sea, ¿por qué el tiempo no podía ser menos egoísta?

Ethan estaba ansioso por mantenerse en aquel fugaz momento de calma, estático por el resto de su vida en aquella faceta bondadosa y gentil de la realidad, la cual había sido capaz de encarar debido a los constantes esfuerzos del pequeño omega. Si estuviera en su poder, Ethan se hubiese mantenido en los fuertes y pequeños brazos de aquel omega, siendo resguardado con valentía y seguridad… Pero, no importaba que tan tranquilo fuera el momento, ni que tan encantador o satisfactorio, nunca podría observar únicamente la belleza de su alrededor. Los colores encantadores de su nueva y refrescante vida.

Tenía que seguir avanzando. Tenía que seguirle el paso a todos aquellos a su alrededor. 

El joven alfa era realmente feliz con su vida pasada, no me refiero a la que tenía al lado de Erick, sino a la que tenía al lado del pequeño omega, ese que del cual aún no conocía su nombre, el mismo sirviente que le había permitido dormir en su cama, y acompañarlo por la mansión, ese mismo que le había descrito a qué olían las flores, y ese mismo que le obsequiaba libros una y otra vez. Ese mismo que le daba comida y medicina. Ese mismo que le había hecho sentir especial e importante.

Pero todas esas cosas parecían ser tan lejanas a su vida presente, y comenzaba a ponerse nervioso. ¿Qué tal si nunca lo veía nuevamente? ¿Qué pasaría si habían dejado de tener contacto debido a que se había cansado de él? Todo había sido tan repentino. ¿Habrá sido porque finalmente se dio cuenta de que era un alfa defectuoso? Tal vez era porque había invadido su espacio o debido a que lo despertó a mitad de la noche. Tal vez porque finalmente se daba cuenta de que no valía nada.

No me malinterpreten, su vida no era mala. De hecho, era fabulosa. Ethan estaba completamente agradecido. Estaba más que agradecido, si eso era posible. Tenía una deuda la cual nunca podría pagar. Con todos. Desde el cocinero que se tomaba el tiempo para preparar cada una de sus comidas diarias, hasta la pequeña joven que era enviada para limpiar su habitación un par de veces a la semana. No era su derecho el quejarse de todos aquellos lujos o privilegios que le habían brindado de manera bondadosa. El alfa que mandaba la mansión era un verdadero santo, el cual no le exigía nada. No le pedía ni limpiar, ni trabajar, ni siquiera le pedía… Bueno, eso. Nada. No esperaba nada de él.

Tal vez porque sabia que era incompetente, pero a Ethan le gustaba pensar que era más por un acto de caridad. Sabía perfectamente ese fetiche extraño que tienen las personas de reparar todo lo que está roto por un sentimiento moral hipócrita. Lo había leido muchas veces, en todos lados, seria tonto no contemplarlo de aquella manera.

De cualquier manera, Ethan no tenía derecho a quejarse de nada. Pero, si pudiera quejarse, se quejaría de cómo aquel joven de pecas y ojos verdes había sido alejado de su cargo. Ya no frecuentaban como antes. Había veces que no lo veía por semanas, y, por el contrario, parecía que se le había dado la orden de no volverlo a ver, justo en aquella noche donde los cálidos brazos del chico le habían rodeado y apegado a su pecho. Ya habían pasado un par de meses, y eso no había cambiado.

La primera semana pensó que era una broma cruel, y, durante tres de esos días se rehusó a comer, esperando con paciencia por el omega que venía a probar la comida con él, pero nunca llegó. También se había rehusado rotundamente a salir al patio por un par de semanas. Pero, no importaba cuánto esperaba, el omega simplemente no había vuelto.

Pero eso no importaba ahora. Habían pasado ya tres meses.

Tal vez… también podría quejarse de lo agotadora que se había transformado su vida en tan poco tiempo. Los primeros días simplemente enviaban a otra persona para darle sus tres comidas diarias, aparentemente la mano derecha del alfa que mandaba el lugar, un beta llamado Eduardo, un chico de no más de veinte años, con complexión esbelta y cabellos negros. Era pequeño, no tanto como el omega, pero si había una diferencia bastante considerable entre ambos. También, el pobre beta parecía tener un gran número de restricciones e instrucciones verdaderamente específicas dadas por alguien de un alto rango. Era prácticamente quien mantenía la mansión funcionando, y un joven agradable que nunca paraba de hablar una vez que comenzaba. Hablaba de las noticias, o el clima, o incluso programas de TV. Era un joven agradable.

Luego de esas charlas, debía de dirigirse a un salón al ala opuesta de la mansión, con su profesor de educación particular desde las ocho de la mañana hasta las tres de la tarde. Su profesor era un hombre mayor, tal vez de cincuenta años, quien usaba lentes y tenía muy poca paciencia, pero, por alguna razón, nunca alzaba la voz, y tampoco lo golpeaba cuando sacaba algo mal, solamente le repetía los procesos o la respuesta, y le daba una leve explicación para esa conclusión. Por otra parte, cada vez que acertaba una respuesta el hombre sonreía de lado, asentía, y el joven alfa era capaz de preguntar cualquier cosa que quisiera, fuera relacionada con la clase o no. Esa era su recompensa, por ponerlo de alguna manera. De vez en cuando preguntaba cosas acerca del profesor, algunas otras veces preguntaba acerca del mundo exterior, pero, la única cosa que Edwin nunca respondía era quien era el dueño de la mansión, ni qué había pasado con el omega. Siempre decía que no lo sabia, pero Ethan no era tonto. De algún lado debía recibir su cheque.

Después de sus clases, las cuales duraban de ocho a cuatro de la tarde, el joven alfa tenía un par de horas de calma. En este tiempo podía tener su segunda comida, y después de eso hacer lo que le plazca.

Luego, Eduardo lo llamaba para sus citas diarias con la terapeuta, las cuales duraban de entre media hora a cuarenta y cinco minutos dependiendo de qué día de la semana. Amanda era muy amable, la beta de cabellos cafes y ojos negros siempre se aseguraba de hacerlo sentir adecuado. No importaba que dijera, ella no tenía reacción alguna, y, de alguna manera, eso le gustaba. Se sentía normal a su alrededor. No importaba si la única manera en la que hablaba era a través de una hoja de papel y una pluma.

Ella le preguntaba cosas que ni siquiera él había pensado, y lo dejaba divagar, no importaba cuanto lo hiciera. Esperaba con paciencia a que terminara de escribir lo que sea en su cuaderno, y luego lo leía, haciendo comentarios simpáticos o chistes. Leía cada una de las cosas que escribía, y al final de la sesión le sonreía y le deseaba una buena noche, diciéndole que ya podía irse, y que esperaba poder verlo mañana. 

Sin importar que tan amable fuera, o que tan tranquilo era hablar con ella, la mujer tampoco era capaz de decir quién era el dueño de todo, ni que había pasado con el pequeño omega que lo había cuidado.

De las 6:45 hasta las 8 de la tarde, el joven alfa iba a un pequeño gimnasio en la mansión, donde una beta llamada Ariana le ayudaba a entrenar físicamente. No solo se enseñaba respecto a cómo ejercitarse para tener buen rendimiento, sino que también le enseñaba kickboxing, debido a las órdenes de su superior, quien había alegado que necesitaba aprender a defenderse. La mujer era enérgica, y sonreía bastante, y, por la manera en que le hablaba, podía suponer que no le desagrada su compañía. Aunque, seguramente, solo fue muy bien pagada y no tenía más opciones. 

Si, ninguna de esas personas haría todo lo que hacen por él si no hubiese dinero en la mesa, y él lo entendía bien. Nadie pasaría tiempo a su lado sin ningún incentivo. Seguramente quien sea que controlara todo había tenido que rogarle a todos esos trabajadores que se quedaran, y tenía que pagarles una fortuna. Nadie sería capaz de soportar la presencia de algo con tan poco valor durante tanto. Aún peor eran aquellos que tenían que fingir una sonrisa para él.

Nadie estaba ahí de manera genuina. Seguramente ni siquiera el pequeño omega había estado a su lado de manera genuina, y por eso ya no estaba.

Seguramente lo había abandonado en la primera oportunidad que tuvo… Si, seguramente eso hizo.

Un Alfa RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora