Capítulo 22

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—Ethan, Ethan, respira. Respira.— Hablaba Astrid, tomando al chico de sus hombros. Lo miraba a los ojos, y hacía gestos para que logrará imitarla. Tomaba grandes bocanadas de aire, y luego las dejaba ir, haciendo gestos con sus manos para que el contrario siguiera su ritmo.

Gracias al cielo, el alfa logró entenderlas.

—Entraras en celo. Pero tengo pastillas supresoras en mi bolso. ¿Si?—

El chico intentaba respirar. "Me drogaron. Me drogaron. Son pastillas. Me dieron una pastilla." Balbuceaba debajo de su aliento.

—No. No. No. No son pastillas, grandote.— dijo Astrid, esta vez tomando con gentileza las manos del chico, haciendo que su mirada se alzara hasta sus ojos. "No son pastillas" Dijo ahora, esta vez haciendo los movimientos de sus labios varias veces más exagerados, por si acaso el pobre alfa no lograba escucharla. —Estás entrando en tu celo. Tus feromonas responden a las de Aiden— Dijo la joven, esta vez ayudando al chico a levantarse del suelo del baño. —Le envié un mensaje a Eduardo. El se encargará de dejar a Aiden en una de las habitaciones. Nosotros dos tenemos que salir de aquí.—

Astrid le permitió a Ethan apoyarse en ella mientras lo alejaba lo suficiente de las feromonas del pobre omega indefenso, ese que gracias al cielo habían encontrado y sacado de la regadera de agua helada. Sin embargo, eso era todo lo que podían hacer. Como alfas estar cerca de un omega era peligroso. No para Astrid, ya que la mujer ya estaba marcada, y el omega del que hablábamos era su hermano. Sin embargo, Ethan era una historia completamente diferente.

—No me gusta—Dijo el chico, casi tropezando con sus propios pies, hasta que Astrid logró atraparlo.

—A nadie le gusta, grandote.—

El pobre alfa, con ayuda de Astrid, fue capaz de llegar hasta la habitación de Aiden, donde la mujer decidió recostarlo en la cama. Las feromonas del pequeño omega podrían ayudarlo a pasar por su celo. Sin embargo, Astrid corrió hasta la cocina para sacar su medicamento de su bolso, y luego volvió de la misma manera.

Ugh. ¿Como su tarde familiar se había convertido en ese tremendo caos? No lo sabía, pero lo que sabía es que quería estar en los brazos de su omega, mientras que su hija jugueteaba con su pelo. Dios santo. Aún así, aún recordaba las primeras veces que su celo había llegado. Era desagradable, y odiaba sentirse fuera de control. La verdad podía empatizar con el pobre chico. Podía entender por qué lo odiaba. Especialmente después de todo lo que Aiden le había dicho. Todo lo que ese pobre alfa tenía que soportar. No podía ni siquiera imaginarlo.

Podía entenderlo. Podía entender por qué tenía menos control que cualquier otro alfa. Podía entender perfectamente por qué cuando vio a Aiden se lanzó para protegerlo de ella. Podía entender por qué la había visto como si fuera nada más que otro maldito enemigo. La había visto como si fuera otro maldito bastardo que intentaba dañarlos a ambos.

La manera en que sus ojos miel se habían puesto encima de ella. La manera en que le enseñó sus colmillos de manera retadora. Sus músculos tensados. La había visto con tanta rabia. Con tanta ira y amenaza. Hizo que todos sus sentidos gritaran que se alejara.

[Hace Tan Sólo Treinta Minutos]

—¿Intentas usar tu voz contra mi, alfa?— Cuestiono Astrid alzando una ceja, mirando al pobre joven frente a ella de manera retadora, justo de la misma manera que él la veía a ella. Pero, al contrario de los peores pensamientos de Ethan, la chica sonrió y alzó la barbilla con orgullo. No parecía tener miedo, pero tampoco parecía enojada por su actitud irreverente.

Aún así, se apegó más al cuerpo del omega, ese mismo que no podía defenderse, y ese mismo que él debía proteger. Podía usarlo a él de juguete, pero no al pequeño omega. Ethan se aferró con fuerza al cuerpo empapado de Aiden, aun viendo a la contraria como si fuera uno de esos bravucones que se había aprovechado de su debilidad miles de veces, solo que esta vez estaba dispuesto a defenderlos a los dos.

Mientras Ethan se preparaba para pelear internamente, pensando que perder era mejor que no intentar defenderlos a ambos, la joven únicamente soltó una pequeña risa.

—¿Quieres atacarme? Vamos, alfa. Relájate.— Dijo ella. Se veía incrédula. Si tan solo hace poco estaban siendo amistosos el uno con el otro. ¿Por qué mierda pensaría que ella era una amenaza para el omega? ¡Era su hermano, demonios! ¿Por qué rayos intentaría dañarlos? Pensaba haber sido muy clara cuando apenas se conocieron.

Si, Astrid sentía con claridad que Ethan estaba marcando territorio, y se aseguraba de probar que era una amenaza. Dios santo, sus feromonas inundaban todo el lugar, y el miedo instintivo en el pecho de aquella alfa no provocó nada más que una sonrisa y una risa divertida.

Le gustaba el miedo. Hace tanto que no lo sentía. Era una madre de familia, ya no tenía por qué pelear con ningún otro alfa. Ya no tenía necesidad de sentir miedo, sino de imponerlo. Ningún otro alfa la percibirá como una amenaza. Nunca más. No hacia sus omegas. Sin embargo, este pobre diablo no podía entender eso.

Había cosas que no se podían comparar a nada, y el miedo era una de ellas. Los instintos primitivos de los humanos los hace altamente susceptibles al miedo. Puedes saborearlo. Oírlo. Sentirlo. Y, en el caso de Astrid, disfrutarlo. Reír ante él. Regocijarse ante la ferocidad de alguien más.

—Me agradas— Habló la joven, mostrando sus colmillos de alfa ante el contrario. Había sido casi un reflejo por parte de Astrid pero, en lugar de intimidar al chico, Ethan únicamente frunció el ceño repitiendo el mismo gesto. Entre un omega y un alfa mostrar los colmillos es un acto de seducción. Es básicamente gritar "Estos algun dia se clavaran en tu piel". Entre alfas, por otro lado, representaba reto y desafío. El alfa de colmillos más largos ganaba. El que ganaba era el más fuerte. El más fuerte se quedaba con el premio. Pero, cuando Ethan mostró, por primera vez sus colmillos, la sonrisa entretenida de la contraria se ensanchó incluso más.

Eran grandes. No como los de ella. Tal vez un poco más pequeños que los suyos. Pero cualquiera que sea capaz de competir contra ella es capaz de competir con el noventa por ciento de la población. Este alfa es un diamante en bruto, sin duda alguna.

—Alejate—

—Grandote, no hagamos esto.—

Gracias al cielo, antes de que tuvieran que pelear, el pobre chico tuvo una gran y negativa reacción ante su celo. Entró en pánico. Tenía miedo y Astrid era la única ahí que podía ayudarlo. Era la única que podía intentarlo...

Ese pobre chico ni siquiera entendía qué le pasaba a su cuerpo. No podía entender porque todo cosquilleaba, ni porque se sentía mareado. Ni siquiera podía entender ese sentimiento gracioso en su... Bueno. Eso.

Sin embargo, la pobre mujer tuvo que arrastrarlo fuera de la bañera y hacer que se recargara en una pared. Luego jalo a su pobre e inconsciente hermano fuera de la regadera, intentando alejarlos a ambos del agua helada. Esa misma que la había empapado a ella también.

—Ethan, Ethan, respira. Respira.— Hablaba Astrid, tomando al chico de sus hombros. Lo miraba a los ojos, y hacía gestos para que logrará imitarla. Tomaba grandes bocanadas de aire, y luego las dejaba ir, haciendo gestos con sus manos para que el contrario siguiera su ritmo. 

Un Alfa RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora