Capítulo 23

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Aiden abrió la puerta de su mansión con calma, feliz de estar nuevamente en su hogar. Había sido un día duro de trabajo, sin embargo, las feromonas de su alfa inundando el aire hicieron que el omega sonriera realmente aliviado, con el simple pensamiento de estar de vuelta en los brazos de su pareja esa noche.

Una sonrisa fugaz pasó por su rostro al pensar como ese chico le ayudaría a deshacerse del estrés de la oficina. Aún más después de que esos bastardos de la compañía Americana hayan intentado seducirlo a media presentación, haciéndo las preguntas más incómodas y repugnantes. Con solo pensar en ese maldito arrogante que lo devoraba con la mirada, sentado en la silla justo opuesta a la suya se ponía de malas. Deseaba con toda su alma golpearlo. Pero, ¿para qué pensar en eso? Era tiempo de disfrutar la encantadora compañía de su pareja. Era momento de sonreír y disfrutar la apacigua velada.

En días similares el olor dulce de su alfa le haría volver a sus cabales, recordandole lo buena que es la vida. Cerezas, piña y mandarina. Realmente no era un fan de su aroma, sin embargo, después de un tiempo ese olor significaba algo más. Era un hogar. Era una costumbre. Le daba seguridad. Pero hoy no había ningún olor parecido esperándolo.

Era agrio, desagradable. El olor de un alfa melancólico y desesperado fue lo que invadió sus sentidos ese día.

Era como sentir esa seguridad, y ese hogar ardían en llamas. Era tan repulsivo que las nauseas no tardaron en llegar y, preocupado, se apresuró a adentrarse en su casa.

Su alfa estaba ahí. Sentado en el comedor. Una copa de vino en su mano. Un par de maletas ya hechas justo al lado de la puerta. Sus ojos, esos hermosos orbes grises viendo a la mesa sin expresión alguna. Alguna vez, los ojos de ese hombre y la manera en que brillaban le había recordado a la luna. Ahora solamente se veían vacíos. Ese brillo que alguna vez había visto se había desvanecido como humo en el aire. Sin embargo, cuando escuchó los pasos del omega entrar por la puerta levantó la mirada.

Las velas apagadas frente a él, y una cena fría que lo esperaba. Mierda.

Aiden, cómo perro regañado y con cautela se sentó frente a su alfa, mirándolo consternado. Estaba preocupado por las maletas. Estaba preocupado porque lo iban a abandonar de nuevo. Simplemente estaba completamente harto de todo eso.

—Mi madre me dijo una vez,— El alfa hizo una pausa y alzó su mano para lograr ver bien aquel anillo de oro en su dedo anular. Tal vez analizando los cientos de detalles que tenía. Tal vez preguntándose cómo habían llegado hasta donde estaban. —"Si te enamoras de un millonario, lo único que obtienes es dinero y soledad."— El hombre tomó un trago de su vino tinto, sonriendo levemente con amargura. Aiden quisiera poder negarlo, pero había visto con claridad las lágrimas que se habían formado en los ojos del alfa, quien únicamente por orgullo fue capaz de retenerlas. —El dinero sonaba tentador, pero estoy harto de ti, Aiden.—Él se levantó de la silla, dejando su copa a medio beber en la mesa y aquel hermoso anillo de oro justo después.

Aiden lo observó con detenimiento. Vio cómo tomó firmemente aquel par de maletas. Ahí iba.

Había entrado en la vida de Aiden hace cuatro años. Había salido de ella en menos de cinco minutos. Ni siquiera le dijo adiós. Solo se fue.

Y Aiden solo pudo verlo irse. Si solo le interesaba el dinero, entonces era el peor cazafortunas que existía en el mundo, pues se había ido sin arrebatarle un centavo...

El pobre omega tomó la copa de vino tinto que su alfa había dejado atrás, terminando su contenido de un solo trago. No recuerda con claridad que había pasado después de eso. Todo está borroso.

Recuerda caminar hasta su habitación, quitándose la corbata en el camino con una sola mano disponible. La verdad nunca le había gustado el vino tinto. No era su estilo, sin embargo, su alfa, ese hombre atento y gentil le encantaba, nunca le quitaria dicho placer. De vez en cuando incluso él lo acompañaba con una copa, y pretendía que le gustaba. Y su alfa lo miraba, y le sonreía.

Dejó que su cuerpo cayera con pesadez, impactando contra el suave colchón de su cama el cual lo acogió como si siempre hubiera pertenecido ahí. Como si ese fuera su lugar en el mundo. Y lo era, pues ahora estaba solo.

No podía culpar a su alfa. Él estaba en lo correcto. Había descuidado su relación debido al trabajo. Era su culpa. Todo lo era. Tomó un trago de tequila. Hace tanto tiempo que no tenía tequila. Había olvidado que tanto le gustaba. Ni siquiera recuerda con exactitud cómo había llegado a su mano. O a su habitación. ¿De dónde consiguió tequila ese día? Bueno, no importa mucho, pues después de un par de tragos más esa pregunta se había esfumado de su mente.

Tomo tragos directamente de la botella. Tomó hasta que sus ojos comenzaron a picar por las lágrimas. Tomó hasta que su cerebro estaba aturdido y sus movimientos eran lentos. Tomó hasta que su estómago se sentía desagradable y gracioso. Intentó tomar hasta olvidarse la cara de su alfa, sin embargo, mientras más trataba de olvidarlo, más recordaba aquellos ojos grises y aquel cabello café oscuro.

Esa noche abrazó con fuerza las almohadas y sábanas de su cama. Olían a él. Olian a su prometido. Ese que lo había dejado como si fuera nada más que basura... Pensaba--Realmente pensaba que pasaría el resto de su vida al lado de aquel hombre. Sin embargo, ese alfa tenía otros planes en mente.

Hundió su rostro entre las sábanas, preguntándose si esa soledad que sentía estaría con él por el resto de su vida, preguntándose si no se merecía un alfa que lo cuidara y protegiera como todos los demás debido a su puesto. Debido a su maldición. Que lo tomara entre sus brazos y le hiciera sentir mariposas en el estómago. Suponía que era de esa manera porque omegas en este mundo habían muchos, pero él era el único que todos deseaban, no por su olor o personalidad, sino por su imperio y su apariencia.

Con esos pensamientos decidió dormir. Quería dormir un poco antes de otra aburrida y agotadora mañana de trabajo como, nuevamente, el omega soltero más codiciado de la ciudad.

Sin embargo, esa noche pudo recordar...

Alex era un alfa encantador. Su olor era hogar. No importaba si la primera vez que se conocieron le hizo vomitar, conforme el tiempo fue capaz de acostumbrarse... Tal vez ese fue su error. Tal vez su error fue hacer todo lo posible por amarlo. Tal vez su error fue hacer todo lo posible para ser su omega.

Finalmente despertó.

Dolor. Alfa. Por Favor. 

Un Alfa RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora