39. Soñar

94 15 62
                                    

[Paloma]

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

[Paloma]

Es de noche. Hace un poco de calor, pero el aire corre fuerte, así que está bien. La noche es fresca.

Estoy en la azotea de un edificio brillante y alto. Si miras por el borde te mareas, pero yo no, yo estoy acostumbrada, tengo que estarlo. No podría hacer lo que hago si me mareara un poquito de altura.

Miro mi reloj, dándome cuenta de que es hora de volver a casa. Esta parte es emocionante, porque ya sé cuál es la forma más rápida.

Me vuelvo a poner la máscara del traje rojiazul, cuidando de que todo el pelo atado en una cola de caballo baja quepa dentro, y sé que estoy lista: camino hasta el centro de la azotea para tomar impulso, corro hacia el borde y doy el salto, cayendo a gran velocidad, viendo pasar con mucha rapidez las ventanitas brillantes del edificio en lo que sigo mi camino hacia abajo, pero en ningún momento siento miedo. A bastantes metros del suelo, levanto el brazo y la telaraña sale disparada, pegándose al edificio de en frente y sosteniéndome a mí. Es así como me empiezo a columpiar por entre los edificios altísimos sin poder evitar reírme en el camino. Este es el sueño de toda mi vida, nadie puede esperar que lo tome con seriedad.

Después de un par de minutos, llego a casa Vereau y aterrizo en medio de la calle. Casi todas las luces de la casa están apagadas, todas menos una: la de la ventana de un cuarto que yo conozco bien. ¿El principito amargado sigue despierto? Pues bien, la hora de molestar a René nunca se acaba, así que un sustito no vendría nada mal ahora mismo.

Me trepo por los muros (mis manos y pies se pegan a las paredes, así que no me tengo que esforzar mucho) hasta aterrizar en el jardín, en silencio, para no despertar a nadie más. Camino casi de puntitas hasta llegar a debajo de la ventana del cuarto de René y calculo por un segundo. Después, lanzo una telaraña hacia la parte del techo de la casa que sobresale de la pared y subo por ella, aguantando la risa para no arruinar el truco. El trajecito es ajustado y la máscara ni hablar, pero vale la pena. Me siento la reina del mundo así.

Cuando llego arriba, la ventana está abierta. Bien. Más fácil para mí. No tengo que buscarlo demasiado en el cuarto para encontrarlo, él está sentado frente a su escritorio junto a la ventana, dibujando. Siempre me parece curiosa la forma en que dibuja sin ver.

Solo para presumir un poco, quedo colgando de cabeza, y estoy a punto de decir algo para asustarlo cuando él habla (asustándome a mí. Mierda).

—Llegas tarde —dice.

Resoplo como un burro. Qué decepción.

—¿Qué? —pregunto, todavía de cabeza—. ¿Cómo supiste que estaba aquí?

—¿Después de todo este tiempo crees que no sé cómo suena el ambiente cuando estás cerca? —presume, esbozando una media sonrisa que ya conozco. Cruza los brazos sobre la mesa, dejando su dibujo un poco de lado.

Amar a la nada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora