5. Una interrupción

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[Verónica]

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[Verónica]

Ahora mismo mi vida se divide básicamente en mi estadía en dos lugares específicos: mi habitación y el jardín de mi casa. Tengo toda una rutina y a menudo le hago ciertas modificaciones para no caer en la monotonía, así que lo que estoy viviendo ahora, digamos que es... aceptable. Ah, y he aprendido a ser optimista. Hasta hace muy poco, lo tengo que admitir, me sentía bastante miserable, pero ahora estoy mejor de lo que pensaba que iba a estar y eso no me lo debo del todo a mí.

Pero creo que mi introducción no ha sido la mejor, así que iré al grano. Perdí la vista hace casi cuatro meses en el que fue el peor día de mi vida.

A muchos, incluyendo tíos, tías y primos que no se comunicaban conmigo hasta saber de lo que me pasó, les interesó mucho saber cómo fue que ocurrió. Adelante, pueden empezar a adivinar. ¿De nacimiento? No, para nada. Fui una niña sana, planeada y deseada. Tampoco por ninguna enfermedad, me cuidaron y alimentaron bastante bien toda mi vida, así que me enfermaba muy poco y mis heridas, si es que las tenía por jugar demasiado en el jardín, sanaban rápido. No. No fue por descuido propio. Fui siempre prudente y cuidadosa.

Exacto. Fue un accidente. Ahora incluso me parece algo gracioso, porque días antes de que pasara, nos habían estado hablando mucho de seguridad vial en el colegio. No es que me haya atropellado un auto o algo parecido, pero la seguridad vial sí que tiene que ver. Y puedo decir con seguridad que no me sirvió de nada ser la persona más prudente sobre la faz de la tierra en ese aspecto.

Los chicos y chicas de mi edad no suelen ser prudentes, no es un secreto para nadie. Yo podría incluirme en el grupo escaso, modestia aparte. Dieciséis años, esa es mi edad, por cierto. Todavía iba al colegio antes de eso, pero tuve que terminar en casa porque me fue imposible seguir asistiendo. Cito las palabras que la misma directora dijo al respecto: "nuestras instalaciones no están preparadas para las nuevas necesidades de Verónica, etcétera, etcétera". Y entonces, mi graduación fue en mi cuarto, en mi cama; el momento que esperé durante años, tuvo lugar entre las cuatro paredes de mi dormitorio y sola, completamente sola. Fue duro en su momento, pero se podría decir que lo he superado.

No es mi intención deprimir a nadie (al menos no por el momento, luego será inevitable), así que tal vez deba empezar hablando de lo mucho que me gustaba mi vida un poco antes del accidente, cuando mis ojos todavía tenían función.

Yo era una chica de quince muy ordinaria, con una vida común y corriente. Vivía (y aún vivo) solo con mi padre, ya que mamá se fue de la casa cuando yo era bebé. Papá trató de inventar para mí una historia en la que mamá fue a buscar una vida mejor y murió en el intento, pero a los once años, en una reunión familiar en víspera de navidad, mi tío Javier, borracho como una cuba, me contó la verdad: mamá había conocido en el trabajo a un guapo asesor financiero a los pocos meses de mi nacimiento y se había fugado con él para jamás volver.

No le he dicho a papá que lo sé. A veces, cuando estoy con él, me pregunto si él sabe que yo lo sé. Hemos vivido bien y felices toda mi vida, pero hay momentos en los que temo que un par de detalles nos quiten esa felicidad. Hay cosas demasiado delicadas como para hablar de ellas en un mal momento.

Amar a la nada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora