8. Intercambio justo

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[René]

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[René]

Para este punto, ya no me sorprende tropezar con Nada en la puerta del salón de música. Estoy entendiendo que toparme con ella va a tener que ser el pan de cada día mientras se quede aquí, así que lo único que hago es decirle que se fije por dónde va y pasar de largo. Se excusa diciendo que no se acostumbra a las muletas y espera dejarlas en un par de días, pero eso a mí como que no me importa. Esperar no lleva a nada. Me importa el presente y el presente ha sido el empujón que acaba de darme (sin querer, si ella lo dice).

—Si entendieras de una vez por todas que no eres el sol para que todo gire alrededor de ti, creerías cuando te digo que no lo hice a propósito —espeta.

—Si entendieras de una vez por todas que hablar contigo no es de mis actividades predilectas, me dejarías un poco en paz —contesto.

—Sí, bueno, eso nos funciona bien a los dos.

Creo que lo dice porque no hemos hablado desde hace unos días, lo cual ha sido una bendición a estas alturas. Desde el día en que salimos a comprar ropa para ella (la peor decisión que he tomado en mucho tiempo, por cierto) no hemos cruzado palabra, y si seguimos siendo conscientes de la existencia del otro, es porque no dejamos de cruzarnos por los pasillos.

—Déjame pasar y se acabó —exijo.

Oigo sus pasos disparejos apartándose de mi camino, así que me animo a avanzar. Me adentro en el salón de música esperando que un par de mis piezas favoritas en el piano me hagan sentir un poco mejor.

—Y si vas a quedarte espiando como sueles hacer, espero que no hagas ruido esta vez —complemento sentándome frente al instrumento.

—¿Cuál es tu maldito problema? —exclama desde afuera.

Me quedo callado y reprimo la risa. Creo que esto de hacerla enojar también me ha servido para el ánimo.

—¿Sabes qué? —escucho a la distancia, pero por cómo su voz se acerca peligrosamente sé que ha entrado y se me está aproximando—. Ahora que lo pienso, voy a quedarme aquí. ¿Crees que eres el único que puede joderle el día a alguien? Aún no has visto nada.

—Por favor, Nada. —Ruedo los ojos, incrédulo.

—Voy a quedarme aquí sentada y tendrás que soportar mi presencia, René. Estoy harta de que me trates como me tratas, así que hasta que seas un poco más amable, me tendrás.

Bufo, ignorándola. Empiezo a hacer ejercicios sencillos en el piano para no lastimarme las manos después y pienso en lo mucho que me desagrada esta chica. No había conocido antes a alguien como ella, así de necia, desesperante, molesta. No es que sienta un odio desmesurado hacia ella, pero no somos compatibles en nada... o en casi nada.

—Tienes una miserable historia, ¿verdad? —le pregunto sin detenerme.

—¿Qué?

—Tú sabes la historia de mi miseria, pero yo no sé la tuya. —Me encojo de hombros sin darle mucha importancia, aunque un poco sí tiene. Si no quiero estar en desventaja, tengo que saber más de lo que sé ahora.

Amar a la nada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora