33. Los ruidosos

79 18 29
                                    

[René]

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

[René]

Estoy nervioso.

Quiero salir de aquí.

No sé en qué estaba pensando cuando le pedí a Nada que me ayudara a concertar un encuentro con Esteban y Paola, pero ahora mismo, con las rodillas temblando por nerviosismo puro que esto me produce, estoy dudando con seriedad de si fue una decisión cuerda.

—Dijeron que se iban a ver en esta banca, ¿no? —pregunta Nada por tercera o cuarta vez.

Supongo que ha vuelto a preguntar porque llevamos algo de un cuarto de hora sentados uno junto al otro en la banca del parque en el que mis dos amigos dijeron que nos íbamos a encontrar. Asiento con la cabeza para responderle, pero me quedo en silencio por un segundo más, pensando.

Si tuviera un poco más de seguridad en mi capacidad motora (o un poco menos de dignidad) ya habría salido corriendo.

—No tenemos que esperarlos —comento, como si fuera un pensamiento casual.

—Buen intento —se ríe en tono sarcástico, imitando las mil y una veces que yo he dicho eso en el pasado.

—No, lo digo en serio —insisto—. A lo mejor tienen una razón de peso para haberse retrasado y...

—¿René?

Escuchar una voz diferente a la de Nada y todas las personas que viven en mi casa es, en cierto modo, extraño y escalofriante. De hecho, escuchar esa voz en particular pronunciando mi nombre me remece las entrañas dado que pensé que sería algo que jamás volvería a pasar. Aun así, la reconozco, por más tiempo que haya pasado. Aunque no sé dónde está, dado que es un lugar abierto y no percibo muy bien cuál ha sido el origen del sonido, por lo que me quedo quieto en mi lugar.

—¿Esteban? —pregunto, solo para cerciorarme, con el corazón latiéndome a mil dentro del pecho.

—¡René! —vuelve a exclamar casi de inmediato, pero esta vez el sonido de su voz es acompañado por el de pasos apresurados que comienzan a acercarse a mí de forma alarmante.

Me levanto de mi lugar con ayuda del bastón para poder recibirlo, pero antes de que siquiera consiga abrir la boca para decir alguna otra cosa, siento un par de brazos robustos cerrándose alrededor de mi cuerpo, cualquiera diría que con la intención de romperme una a una todas las costillas.

—¡Te dije que iba a volver! —sigue exclamando sin soltarme, pero sé que no me lo ha dicho a mí—. ¿O no te lo dije?

Es en este punto que su emoción por verme eclipsa toda mi inseguridad y le devuelvo el abrazo como puedo.

En este momento más que nunca me encantaría recuperar la vista, aunque fuera solo por un rato. Tengo una imagen vívida de la última vez que lo vi, pero no estoy seguro de cuánto habrá cambiado para este punto.

Amar a la nada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora