48. La charla

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[René]

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[René]

Han pasado unas semanas desde un día que Nada de seguro no tiene la intención de recordar. Agosto ha dado inicio con todo el esplendor de la transición hacia la primavera y la única razón por la que tengo conocimiento de ello es la gente a mi alrededor.

Nada ha sido mucho más fuerte de lo que pensé que sería. Creí que necesitaría mucho tiempo y voluntad para superar lo que le pasó (no es para menos, si yo pudiera borrar ese suceso nefasto de su línea de vida, lo haría sin pensarlo dos veces), pero, una vez más, me ha sorprendido. Es tan admirable. Es tan resiliente y tan valiente. Lo que a otra persona le hubiera costado años de terapia y cuando menos meses de depresión inmóvil, a ella solo le ha costado unos cuantos días grises y mucho pero mucho optimismo. No digo que lo haya ignorado, porque eso hubiera sido imposible hasta para la persona más fría. Solo lo ha enfrentado con la entereza de una guerrera y ha recurrido a sus motivos de alegría para no perder el aliento.

En cuanto me enteré de la historia completa, por mi parte, no pude evitar sentir que una llamarada de lava me invadía la sangre. No concebía ni las posibilidades más remotas que alguien hubiera sido capaz de rechazarla o tratar de jugar con sus sentimientos, no a ella con lo maravillosa que es. De la misma forma, quedé paralizado cuando supe de la probabilidad que había habido de que ella no existiera. Por más que me doliera, no pude argumentar en contra de su madre, una mujer herida e invisibilizada cuyas decisiones no se respetaron, aunque, en secreto y con secreto remordimiento, agradecí que la hubiera traído al mundo. He tenido mucho tiempo para pensar en eso durante este tiempo. Quizás su origen es muy doloroso, pero su existencia es un regalo. No he dejado de sentirme afortunado en lo más profundo por conocerla.

No muchas otras cosas han pasado en estos días. Quizás solo una además de lo relacionado con Nada y es que el salón de arte ha quedado desolado una vez más. No ha sido una decisión sencilla, pero he abandonado la pintura.

No, no es parte de algún trauma ni consecuencia de la frustración. De hecho, estaba comenzando a conseguir la destreza de antaño, pero descubrí con la mayor de las sorpresas que ya no me llena como antes. Hay sensaciones y emociones que solo puedo experimentar cuando hago las cosas que amo de manera genuina, como tocar el piano, por ejemplo. Al pintar, todo rastro de emoción y deleite, descubrí, había desaparecido.

Al principio pensé que, razonablemente, muchas cosas tenían que cambiar en mí a raíz de la pérdida de la vista. Después, reflexionando un poco más a fondo, comprendí que no es la pérdida de la vista lo que me cambió, sino el tiempo. He crecido. No soy el chico de diecisiete que amaneció un día en su cama y al abrir los ojos los halló cubiertos por un manto azabache. Soy una persona diferente que en más de un año ha aprendido, experimentado y crecido. La pintura y yo hemos tenido una ruptura amigable, pero creo que definitiva. A veces todavía dibujo cuando estoy aburrido, pero hasta ahí. Por lo demás, lo he dejado ir.

Hace un rato, por ejemplo, ya que Nada ha salido a visitar a su familia en el orfanato, me encontré sin ningún plan para el día, así que me senté frente al escritorio y me dejé ir. El resultado es un pequeño zorro acurrucado y dormido. Ni siquiera sé por qué lo he hecho. Sé que está bien hecho porque el talento siempre lo he tenido, pero no sé de dónde con exactitud ha venido la inspiración.

Amar a la nada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora