3. Privilegios

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[René]

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[René]

—René. —Es Laura.

No le contesto. No tengo demasiados ánimos como para lidiar con ella en este momento, no estoy en mi mejor día. O el menos malo, en todo caso.

—René, ¿puedo pasar?

—¿Importa lo que diga? De todos modos lo vas a hacer.

Escucho el rechinar de las bisagras y luego el sonido de sus pasos. No la siento muy cerca, debe estar a unos metros de mí.

—¿Es verdad que fuiste tan grosero con...?

—¿Con Nada? Tal vez. No puedo evitar ser yo.

—No, esp... ¿Nada?

—¿Acaso no es lo que es? Perdona, es lo que vi cuando la miré.

—René...

—Para con ese tono, Laura.

—¡René!

—Si no te importa, quiero estar solo —solicito, extendiendo el brazo hacia donde creo que debe estar la puerta.

—¿Más de lo que estás ahora?

Uh, golpe bajo. No es mucho su estilo, pero lo acepto.

Escucho más pasos, por el sonido y el peso deben ser suyos, seguimos solos. La siento cerca, sé que se ha arrodillado frente a mí cuando percibo el olor difuminado de su perfume.

—René, no puedes seguir así...

—Mmm, me parece que esta conversación ya la he tenido...

—René.

—¿Cuándo podrá haber sido? Déjame pensar...

—René, ¿me estás escuchando?

—¡Oh, ya sé! Hace un rato, antes de que salieras.

—Ese no es el...

—Y también ayer, y anteayer, y el día anterior a ese...

—Hijo, escúchame.

—Y todos los días, cada maldito día desde que decidiste volverte mi madre. Pero no importa cuánto más lo hagas, no importa cuánto más tenga que huir de ti o de Doménico o de Nada, nadie me va a quitar esto, porque ser realista es tal vez lo único que me queda.

Tanteo un poco a un lado hasta hallar mi bastón y me dispongo a levantarme hasta sentir la mano de Laura en mi rodilla, impidiéndomelo.

—Laura, déjame —exijo.

—No hemos terminado de hablar.

—Quiero irme.

—No hasta que...

—¡Quiero irme de aquí! —exclamo.

Aparto su mano de mí, me levanto tratando de no desequilibrarme y lo más rápido posible trastabillo hasta la puerta, la atravieso y me alejo recorriendo las paredes con la mano para no tropezar en el pasillo. Agradezco no haberme vuelto lo suficientemente sedentario como para no recordar el camino hacia el salón de música. Por ahora supongo que es el único escondite que me queda ya que no puedo estar en paz ni en la biblioteca ni en mi propio dormitorio.

Amar a la nada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora