50. Darlo por hecho

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[René]

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[René]

Nada será una estrella en el mundo del modelaje por ahora, pero en este escenario y bajo este reflector, la estrella soy yo.

Cierro los ojos para concentrarme mejor y continúo improvisando sobre la progresión que Manuel propuso hace un rato. Siento el hi-hat de la batería entre las costillas, el punteo de la guitarra recorriendo los nervios de mi cuerpo y el bajo cayendo de lleno en mi estómago, la música me está recorriendo la sangre y yo no pienso pedirle que pare.

Cuando Manuel acerca los labios al micrófono para brindarle al tema una línea melódica como se debe, el suave deslizar del scat hace saltar chispas a nuestro alrededor, estallidos de relámpagos furiosos estrellándose a centímetros de nosotros, a nuestra voluntad. Somos los dueños absolutos del universo mientras dure el último sonido.

Pero termina. Somos omnipotentes, pero nuestro poder es cruelmente finito. Ante la indicación de Manuel, nuestro tema termina casi con un suspiro de descanso y todos hacemos un silencio de segundos, como por respeto a la muerte de un titán.

—Fenomenal, grupo —nos felicita la voz de Manuel—. Creo que lo podemos dejar ahí por hoy.

Miranda protesta, he notado que es tan adicta a la práctica como yo, una colega perfeccionista. Pero al final Juan Carlos termina convenciéndola prometiéndole invitarle la cena y ella cede. En eso es más como Nada: nunca le dice que no a una buena comida, con mucha mayor razón si es gratis.

Es Tomás quien termina de empacar primero su instrumento y quien se acerca a mí para ayudarme a orientarme por el salón de ensayo. No es la primera vez que vengo, pero sé a ciencia cierta que todavía necesito un poco más de práctica para memorizarlo. Es natural, pienso yo. Cada vez que vengo estoy mucho más concentrado en la música que en cualquier otro detalle, y a pesar de que este se ha convertido en una especie de templo especial para mí por todo lo que en él he comenzado a sentir, sus dimensiones todavía me resultan desafiantes.

Mientras Tomás, tomándome del brazo con el que no estoy sosteniendo el bastón, me guía a la salida, los demás integrantes de la banda se nos unen en medio de conversaciones que pueden tener o no que ver con la música.

La banda se llama The Corvettes, a propósito. Manuel la inició junto con Tomás, este último ubicó a Juan Carlos y los tres juntos vieron una vez a Miranda tocar en un evento y supieron desde el primer instante que tenían que trabajar con ella. El nombre se lo puso Manuel en honor al primer auto de su padre, que sigue en pie y en el que tantas cosas buenas ha pasado en su infancia. Le importó muy poco que hubiera otra banda antigua que tuviera el mismo nombre y al parecer a los demás también, así que nunca he dicho nada. Hay lugares y momentos en los que realmente necesito limitar mi instinto de listillo.

Además, venir a ensayar con ellos ha sido de las mejores cosas que he estado haciendo. Desde el último evento en que los apoyé, quisieron seguir colaborando conmigo, aunque fuera en presentaciones pequeñas, incluso ensayos espontáneos sin ningún propósito. Nos reunimos aquí a compartir durante horas el placer de hacer magia y dominar el mundo a través de los sentidos. No me extraña estarme sintiendo una vez más como un ser independiente y autónomo gracias a estas sesiones. Tampoco me extraña la forma en que esta nueva versión de mi vida está sanando las heridas que dejó la anterior a su paso.

Amar a la nada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora