26. La niña del grupo

79 16 34
                                    

[Verónica]

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

[Verónica]

Invité a René Vereau y a Paloma a mi casa justo antes de despedirnos en su fiesta. No sé si lo hice porque me cayeron muy bien, porque me invitaron a su fiesta primero o porque son mis primeros nuevos amigos en mucho tiempo, pero creo que no importa, el asunto es que aquí van a estar al mediodía para pasar el rato antes de almorzar y yo me he puesto tan nerviosa que estoy temblando como gelatina.

—Eres encantadora, cariño, todo va a salir bien —me dice Giacomo, pasando ocasionalmente por mi lado en lo que prepara el almuerzo.

—¿Y qué tal si a Nico no le caen tan bien como a mí? Ya te dije cómo se ponía cada vez que venía Santiago.

—Bueno, Santiago-el-cabrón tenía vibra de traidor, o yo qué sé, Nico no es tonto.

—Ja-ja.

—Hablando en serio, Vero, todo va a salir perfecto, todavía hay sol, tu padre ya te dio su bendición, tienes al mejor cocinero del mundo, si todo no sale de mil maravillas te juro que te pago un millón de dólares.

—Se los das a papá, yo todavía soy menor de edad —murmuro mordisqueándome las uñas.

—Vale —me sigue la corriente.

—En cuanto lleguen les tengo que preguntar por Jerry, no sabía cómo contactarlo...

—Te hago recordar si quieres.

—Sí, por favor.

Pasa solo un minuto antes de que Giacomo me vuelva a hablar, haciéndome dar un respingo.

—Vero, que tienes que preguntar por el número de Jerry apenas lleguen los invitados.

—¿Por qué estás tan gracioso hoy? —me lamento.

—Es para aflojar la tensión, guapa —carcajea.

Y, por más raro que parezca, da resultado. La bromita consigue mantenerme más o menos en calma hasta que, un rato después, Giacomo me avisa que un auto se ha estacionado frente a la puerta y está llamando al timbre.

Resulta ser un hombre llamado Diego, que trabaja en la casa de los Vereau. Por lo que escucho (y por lo que Giacomo también me cuenta) Paloma y René entran sin mucho problema. Diego también entra para asegurarse de que todo está bien, pregunta con quién puede comunicarse y Giacomo y yo nos encargamos de darle nuestros teléfonos. Luego de eso, él se retira tranquilo diciendo que volverá en cuanto lo llamen y nosotros cuatro nos sentamos en la mesita del jardín, aprovechando un poco el sol que se está negando a irse a pesar de que ya es otoño. Sí, hay una brisa fresca que no duda en dar a conocer su presencia, pero el otoño todavía no se ha vuelto invierno y eso es evidente.

Es un poco raro. Normalmente solo somos Giacomo y yo en esta mesa, así que sentir menos espacio, tener a más gente, para ser más específica, es entre extraño y curioso.

Amar a la nada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora