Capítulo 12 parte 1

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El despertador comenzó a sonar. Luca, desde el otro lado de la cama y en su afán por apagarlo, me despertó a base de desagradables manotazos. Finalmente, apagué el dichoso aparato y, al abrir los ojos, miré al techo para comprobar que no había soñado los sucesos de la noche anterior. Todo estaba allí, aunque ya no relucía, porque la luz entraba por la ventana. El recuerdo de la sensación que me produjo lo que Diego había hecho me hizo pensar en cuál sería ahora mi comportamiento hacia él. Sin embargo, aquel día había cosas importantes que hacer, por lo que empujé a Luca para que se despertara. Eran ya las once. Aún teníamos que ir en busca del test de embarazo y, a la una, estar en Nupara. Como Luca remoloneaba descaradamente, me levanté y puse la música a tope. Encrucijados empezó a sonar, mientras yo saltaba sobre la cama y botaba sin parar. Luca se tapó la cabeza con la almohada para no oír la música, pero no funcionó, así que me lanzó la almohada para desequilibrarme y se abalanzó sobre mí. Me tumbó en la cama y empezó a hacerme cosquillas. Nos lo estábamos pasando genial, cuando Urko entró en la habitación y apagó la música.
—¡Os habéis vuelto locos! —miró al techo y se quedó tan sorprendido como yo, olvidando todo lo que nos iba a decir— Ha quedado mejor de lo que pensaba.
—¡Tú también sabías esto!
—La idea fue mía, pero sólo le dije que pusiera cuatro estrellas, nada más. Parece que quiere conquistarte de verdad —en cuanto vio la caja de bombones, la cogió y comenzó a reírse— ¡Esto sí que no es idea mía! ¿Puedo comer uno?
—¡Ni se te ocurra o te corto la mano!
Todavía riendo, dejó los bombones en su sitio, volvió a poner la música y se unió a la guerra de cosquillas, para deleite de Luca. Nos reímos y disfrutamos mucho, y se nos hizo tardísimo. Bajamos corriendo, cogimos las bicicletas del porche, yo la mía y Luca la de Urko, y nos fuimos en busca de una farmacia. Pedaleamos tan rápido como las piernas nos permitieron, no tardamos en llegar ni diez minutos. Decidimos que yo me quedaría esperando dos calles más allá, para que nadie me viera y sacara conclusiones equivocadas. Nunca sabes con quién te puedes encontrar. A pesar de que se veía desde lejos que la farmacia estaba llena, a Luca no le dio ningún apuro. Una vez, con quince años, había entrado en la farmacia que hay debajo de nuestra casa para comprar preservativos. La farmacéutica no quería vendérselos, pero él argumentó sus motivos de tal manera que, al final, no pudo negarse. Cuando subió a mi casa y me lo contó, no podíamos parar de reír. Desde entonces, cada vez que entramos a la farmacia, nos acordamos de aquello. Y estoy segura de que la farmacéutica también. El caso es que estuve esperando en la calle por lo menos veinte minutos, con las dos bicicletas en la mano. Por fin llegó Luca, con una bolsa pequeña en la mano.
—¿Cómo has tardado tanto?
—He tenido que escuchar un discurso sobre seguridad sexual, que ni mis padres me habrían dado. Me ha regalado hasta unos preservativos. Lo cual le agradezco. Se los daré a Sandra y a Laura, para que esto no se vuelva a repetir...
— Estoy contigo, así no tienen excusa para la próxima vez.

        Nos montamos en las bicicletas y fuimos directos a Nupara. Llegábamos tarde, pero eso tampoco era novedad en mí. Estaba emocionada porque Luca iba a ver por primera vez aquel lugar. No es que sea un lugar impresionante, pero es nuestro lugar y eso es lo que lo hace especial. Era la primera vez que alguien ajeno a nosotras entraba allí, al menos que nosotras supiéramos. Al llegar al camino, me fijé en que nadie pasara cerca de la entrada y le dije a Luca que me siguiera. En el momento en que entramos, Luca se quedó parado mirándolo todo. Laura y Sandra estaban allí, tumbadas, tomando el sol.
—¿Qué te parece?
—Nunca pensé que un lugar os podría describir a las tres. Es mejor de lo que me habías dicho, entiendo que os paséis medio verano aquí.
—¡Te dije que no exageraba! —dejamos la bicis, lo agarré de la mano y nos acercamos hasta las chicas—. ¡Hola, chicas!
—¡Hola!
—Laura —dije, algo brusca por la ansiedad y porque no quería perder ni un momento—, aquí tenemos la prueba de embarazo, vete detrás de esos arbustos y ya sabes lo que tienes que hacer...
—Pero, ¿cómo funciona? —dijo la pobre, apabullada.
—Tienes que mojar la parte donde hay almohadilla —dije, aunque no sabía qué hacer después—. Ve haciendo eso y nosotras miraremos las instrucciones...
Laura cogió la prueba de embarazo de la caja y se fue hacia los arbustos. Sacamos la hoja de las instrucciones. No es difícil, si hay una sola raya, la prueba es negativa; si hay dos, entonces... tendríamos un problema. Había que esperar alrededor de tres minutos para saber el resultado. Laura se acercó, nos sentamos en círculo y pusimos la prueba en medio. Creo que fueron los tres minutos más largos de nuestra vida. Una raya había aparecido desde el primer momento. La otra, en cambio, no salía. De los nervios, ninguno de los cuatro cronometró los tres minutos, así que dejamos que el tiempo pasara.
—¿Cuánto llevamos? —la impaciencia de Laura se le notaba en la voz.
—Yo creo que más de cinco minutos —dijo Luca, mirando el reloj.
—¿Estás seguro? —Laura tenía la voz temblorosa.
—Sí, Laura. La prueba es negativa, no estás embarazada —respondió él, para tranquilizarla.
        Laura se levantó y empezó a saltar y a gritar como una loca. La alegría fue general y todas nos levantamos y nos abrazamos. La tensión era tal, que hasta Luca se levantó y se puso a saltar y abrazarse con nosotras. Después de un buen rato disfrutando del momento, nos tumbamos los cuatro en la hierba. El silencio se apoderó del lugar, dejando que nuestra mente divagara a su antojo. En ese momento, recordé que Laura y Mario habían estado hablando la noche anterior. Me incorporé y rompí el silencio.
—¡Laura!
—¡Qué! ¡No grites!
—Perdón —dije, pues hasta yo me había sobresaltado por el tono de mi voz— ¡Ya puedes empezar a contar qué quería Mario!
—¡Tú siempre tan directa! —Laura me conoce demasiado—. Aunque creo que tú también tienes mucho que contar...
—¡Empieza tú! —dije, pareciéndome a una niña con rabieta.
—Nos fuimos a dar una vuelta —comenzó su historia— Me dijo que tú le habías hecho pensar mucho desde el día en que le dijiste que, en lugar de aconsejar a su amigo, quizá primero debía escuchar lo que yo tenía que decirle.
—¡Me escuchó! —me alegré al oír aquello.
—Sí —dijo Laura, agradecida—. Gracias a ti, me dio la oportunidad de contarle toda la verdad sobre lo que pasó esa noche. Hasta le conté que tenía un retraso y que hoy me haría la prueba de embarazo. El pobre tiene que estar como un flan esperando el resultado.
—¿Eso significa que habéis vuelto? —Sandra la abrazó sin esperar su respuesta.
—Así es Sandra, hemos vuelto. Me pidió perdón un montón de veces por portarse como un capullo. Me dijo que me quería y que, desde que lo dejamos, lo ha estado pasando muy mal. Ver cómo yo despreciaba a Raúl le hizo recapacitar sobre su actitud.
—¡Me alegro mucho por vosotros, ya era hora de que todo se solucionase! —yo también la abracé— Estáis hechos el uno para el otro.
—Yo también lo creo y te puedo asegurar que ahora nada ni nadie nos va a separar. Desde luego que no le pienso mentir nunca más, en mi vida.
—Esa es la base de las relaciones, la confianza en el otro y decirse siempre la verdad —dije yo, aunque deseé haberme callado.
—¿Me estás diciendo que tú no confías en Diego? —Laura empezó con sus reproches.
—Diego y yo no tenemos ninguna relación. ¿Responde eso a tu pregunta?
—¡Pero mira lo que te preparó ayer en tu cuarto! Mario me lo contó, él le ayudó.
—¿De qué estamos hablando?— Sandra estaba desconcertada—. ¿Me he perdido algo?
—Ayer por la noche —expliqué—, cuando llegamos a casa, subí al cuarto y me encontré el techo lleno de estrellas, con una luna en el centro, y la frase “Te amaré siempre”. Encima de la cama, además, había una caja con unos bombones que decían “Perdóname, Luna”.
—¡Qué romántico! —a Sandra le gustan estas cosas, ella también es muy romántica.
—Esta vez no tengo argumentos para decir nada en su contra —reconocí— La verdad, es un amor. Nunca pensé que nadie haría algo así por mí. Esto sólo ocurre en los libros, las películas... pero no a una chica como yo.
—¡Ah no, eso sí que no lo pienso permitir! ¡Tú vales oro y del mayor valor! —Luca frunció el ceño por mi comentario.
—Gracias, Luca, pero ya ves, finalmente se decidió por Míriam...
—Se ha decidido por ti, pero tú no quieres verlo —Laura me dio por imposible.
—Pues entonces, dejadme en paz, aunque me equivoque.
—¡Está bien! No seré yo quien insista —Laura zanjó el tema— Ya son las tres y hoy hay comida popular.
—¡Es verdad! —Sandra se levantó de un salto—. Nos toca servir a nosotras, ¡vamos!
Antes de marchar, Luca les dio los preservativos a Laura y a Sandra, pidiendo que los usaran para no tener otro disgusto de esta magnitud. Después de repartírselos y prometer usarlos, cogimos las bicicletas y nos fuimos al parque tan rápido como pudimos. Al llegar, las mesas ya estaban puestas y los mayores sentados. El catering con las paellas ya había llegado y las bandejas estaban encima de unos mostradores que los chicos habían montado junto a las mesas, para poder servir sin tener que caminar demasiado. Laura se fue directamente hasta donde estaba Mario, por supuesto junto a Diego. Llevaba la camiseta roja que tanto me gustaba y los pantalones cortos negros. No sé por qué motivo, aquel día me pareció incluso más guapo que los anteriores. Quizá me estaba ablandando...
Al ver llegar a Laura, Diego giró la cabeza y miró hacia donde yo estaba. Tuve el impulso de retirar la mirada, pero preferí seguir mirándole. Se le notaba nervioso, esperando que yo estuviera enfadada y le echase una bronca monumental, pero no pude hacerlo. En cambio, moviendo los labios pronuncié las palabras para darle las gracias por lo que había hecho. Diego esbozó una sonrisa y asintió con la cabeza. Respiré hondo y fui directa hacia los mostradores, con Luca y Sandra. Se habían calculado unas cien personas, pero finalmente habría unos cincuenta. Nos pusimos a servir la paella, empezando por las mesas donde estaban los mayores para terminar con los más jóvenes. En la mesa donde estaba sentado el grupo de Diego, quedaban dos sitios libres y otros dos en la mesa de Christian. Sandra llevaba un rato sentada en la mesa de Urko. Pensé que tenía mucha cara, no había servido más que dos mesas, pero no quise darle más importancia. Sólo quedaba por servir la mesa de Diego. Laura se había sentado al lado de Mario y, enfrente, había un sitio libre. Luca me dio los platos llenos para que los llevara a la mesa, pero me quedé paralizada. El cuerpo entero empezó a temblarme y mi corazón no dejaba de palpitar a gran velocidad. El simple hecho de acercarme a Diego me daba miedo. Si en algún momento me rozaba con su piel, me moriría.
—¡Luna! ¡Luna! ¿Estás bien? —Luca me balanceó para que me moviera.
—¡Sí! —grité, malhumorada—. ¡Bueno, no! Por favor, sirve tú la mesa de Diego, yo no puedo.
—¿Cómo que no puedes? ¿Qué te pasa?
—¡Nada, Luca!, ¡No quiero tenerle cerca! —me giré y le di los platos enfadada, pero no con él, sino conmigo misma—. ¡Hazme ese favor!
—¡Está bien, pero deja de comportarte como si tuvieras dos años, por Dios!
Luca se fue a llevar los platos a la mesa. Yo, por suerte, recuperé el pulso y mi cuerpo dejó de temblar. Sentí un alivio inmenso. Sin retirar la vista de la bandeja de paella, le fui dando platos hasta que sólo quedaron los nuestros. Él cogió el suyo y yo, el mío.
—Me ha dicho Laura que te ha guardo un sitio en la mesa —dijo Luca. Miré hacia ella y, ¡qué casualidad!, era un asiento junto a Diego.
Como él no me estaba mirando en ese momento, hice un gesto negativo hacia Laura y señalé a Luca, poniéndole como excusa. Le dije a Luca que me siguiera y nos sentamos en la mesa de Christian, frente a frente. De esa manera, podía mirar de refilón a Diego sin estar demasiado cerca de él. Así fue como pude ver que le daba a Laura unas llaves. Luego, ella se levantó y se acercó a mí.
—Todas las mesas están sin vino y sin agua —me dijo—. ¿No te has dado cuenta? —para ser sincera, en mi mundo sólo estaba Diego y su manera de ignorarme—. ¡Vete a por botellas a la caseta de los chicos!
—¿Por qué no lo haces tú? —dije, pues no tenía ganas de andar arriba y abajo.
—¡Porque esto ha sido idea tuya, así que apechuga!
La miré con cara de odio. Luego vi que Luca estaba enfrascado en una conversación con Christian, por lo que no quise interrumpir. Al final, me levanté con desgana y fui a la caseta en busca de las bebidas. Todas las casetas están cerradas con llave, porque algunas veces, por la noche, ha habido robos. Por eso Diego le había dado unas llaves a Laura. Llegué allí y abrí la puerta. Para llegar hasta las bebidas todavía había que abrir otra puerta más, que los chicos habían fabricado de forma chapucera y habían atado con una cadena y un candado. Me entró la risa tonta el ver semejante invento, cualquiera diría que allí tenían guardado el oro. Después de tanta cerradura, llegué por fin hasta las botellas. Me puse a buscar el vino tinto, cuando escuché que se cerraba la puerta. Me volví y allí estaba él, sonriendo.
—¿Necesitas ayuda? —dijo, encantador.
—¿Qué haces aquí? —respondí sorprendida, nerviosa.
—Ayudarte, en vista de que otros no lo hacen... —sin duda era un comentario sarcástico sobre Christian.
—¡No empieces! —Christian era un tema que sacaba lo peor de Diego— ¡Tengamos la fiesta en paz! Tú coges el vino y yo el agua, y nos vamos de aquí.
—Entonces —dijo, suavizando la voz a un susurro— ¿te ha gustado?
—Sabes perfectamente que sí —reconocí— pero eso no cambia nada— Diego se acercó tanto que el corazón se me aceleró sin poder controlarlo—. ¡Aléjate, Diego!
—Dime que no estás deseando que te bese y me alejaré de ti, pero quiero que me lo digas sin que te tiemble la voz —él sabía que su cercanía me ponía tensa. Quería responderle, pero la voz se me quebraría, delatándome—. No puedes decírmelo porque tus labios están impregnados por nuestros besos, como los míos. Aunque no lo reconozcas, tus besos son míos para siempre.
Me mordí el labio. Tenía razón en todo. Con sus palabras estaba destruyendo la coraza que yo me había puesto, pero no me podía permitir el lujo de ceder, así que levanté las manos para alejarlo de mí.
—¡Para, Diego!
—Está bien, pero respóndeme a una pregunta: ¿qué hago con mis labios, pidiendo a gritos tus besos; o mis manos, que sólo quieren tocarte?
—Aprende a vivir sin mí, como yo lo estoy haciendo sin ti.
—Luna...
—¡No, Diego! ¡Te lo pido por favor! El tenerte tan cerca me hace daño, me hace recordar que me engañaste con Míriam. Ésta es una herida que todavía está abierta y que no estoy segura de querer curar.
—¡Todos cometemos errores, Luna!
—Diego, estás perdonado, pero de momento sólo quiero verte como amigo, nada más.
—¡Es un comienzo! —la esperanza refulgió en sus ojos oscuros— No te voy a presionar, pero tampoco pienso conformarme.
Me dio un beso en la mejilla, me agarró fuerte de los brazos y me apartó para poder coger la caja de vino. Pasaron unos segundos hasta que pude mover un solo músculo de mi cuerpo. Me hizo un gesto con la cabeza para que nos fuéramos y yo cogí la caja de agua, salí detrás de él y me paré para volver a cerrar el candado. Cuando cerré también la puerta exterior, le tendí el manojo de llaves para devolvérselo.
—Tengo las manos ocupadas, aunque no con lo que me gustaría... —sonrió y yo me perdí en sus palabras, como siempre que me decía aquellas cosas—. Métemelas en el bolsillo, por favor —dijo, burlón.
        Metí la mano en su bolsillo, intentando tocarle lo menos posible. Él empezó a carcajearse, lo cual me enfureció. Cogí la caja de botellas apresuradamente y me dirigí a los mostradores para sacar botellas y llevarlas a las mesas. La gente estaba ya tomando el postre. Me fijé un momento y, para mi sorpresa, había suficiente agua y vino en todas las mesas. Dirigí una mirada furiosa hacia Laura, que empujó a Mario con el codo. Los dos me miraron y empezaron a reírse por lo bajo. Cuando estuviéramos a solas, tenía que acordarme de matarla...
Por fin, después de muchas conversaciones y varias partidas de mus, tute y brisca, pudimos recoger las mesas y las sillas. El parque quedó totalmente listo para la fiesta que el DJ había montado para los niños. Nosotras aprovechamos para ir a casa a darnos una ducha. Por la noche, saldríamos a tomar algo. Aunque cansadas, el día lo merecía, había mucho que celebrar.
Cuando Luca y yo llegamos a casa, él empezó a hacerme incómodas preguntas sobre Diego.
—Hoy estaba muy guapo, ¿no te parece?
—¿Te has fijado en Diego o para ti sólo existía Christian? —se rió, avergonzado. Estaba claro que le gustaba, pero Christian era inequívocamente heterosexual—. No te ilusiones, que nos conocemos.
—Tranquila, sé que está loco por ti. Desde que te has marchado a por la bebida, no ha vuelto a dirigirme la palabra. No dejaba de mirar hacia la caseta porque sabía que los dos estabais allí, y se le han endurecido las facciones.
—Ya sabe que yo no siento nada por él... —dije, aburrida— No sé qué les está pasando a los chicos conmigo este verano. Yo no soy tan especial como creen, soy una chica gorda y de lo más normal...
—¡Te he dicho que no vuelvas a decir eso! —estalló Luca—. ¡Eres demasiado especial para cualquier persona de este mundo! —me sorprendió mucho la respuesta que me dio y el tono en que lo dijo, parecía realmente enfadado—. No lo entiendes, ¿verdad?
—No sé lo que tengo que entender.
—Eres la persona más fuerte que he conocido en mi vida. Amas con tanta intensidad que, a veces, hasta me duele. Eres capaz de ayudar a cualquiera que lo necesite sin mirar si en algún momento te ha hecho daño. Y, sobre todo, defiendes lo que piensas por encima de todo y no te dejas manipular por nadie.
—¡Eso no me hace especial! —respondí, convencida de que nuestra amistad le hacía exagerar.
—Sabes perfectamente que conozco a mucha gente en todo el mundo, pero nunca he conocido a nadie que me transmita tanta confianza y respeto como tú.
—Yo también te quiero mucho, Luca, y sabes que nunca encontraré a ningún amigo como tú —confesé, agradecida.
—¡Desde luego! Y quiero que empieces a quererte más o me voy a enfadar de verdad, no quiero volver a escuchar cómo te infravaloras.
—No te enfades conmigo, Luca. Sabes perfectamente que me quiero como soy y que no me importa lo que piensen de mí, pero...
—¡Ningún pero! Eres lo que cualquier persona querría a su lado y por eso tienes a esos dos chicos impresionantes muertos por ti.
—Eso, por cierto, es algo que todavía no termino de creerme.
—Créelo y no pienses más.
—Está bien, dejemos el tema. Vamos a la ducha y salgamos a disfrutar.
Luca me había dado la inyección de autoestima que necesitaba después de la traición de Diego. Me alegraba de tenerle allí, aunque en unos días se marcharía y no volvería a verlo hasta septiembre. Aquella noche, mientras nos arreglábamos, decidí dejarme el pelo suelto. Tenía ganas de sentirme guapa. Estaba contenta y, cuando miraba al techo, me ponía más contenta todavía. La música empezó a entrar por la ventana, el DJ había comenzado la verbena. Luca y yo bajamos hasta la sala bailando y riendo. Salimos al porche y me paré en seco. Otra hoja verde encima de la mesa...
—¡Vamos, Luna! —Luca iba delante y no se dio cuenta de nada, hasta que se dio la vuelta y me vio—. ¿Qué pasa?
        Me acerqué a la mesa, cogí la hoja y me senté en el balancín. Tenía miedo de abrirla, porque en las ocasiones anteriores todo lo que estaba escrito se había hecho realidad. Luca se sentó a mi lado e intentó quitármela, pero no se lo permití. Respiré hondo e intenté abrir la hoja, pero las manos me temblaban. Volví a respirar hondo, la abrí y la leí:

Luna de VainillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora