Capítulo seis parte 2

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Laura estaba dándome codazos en el costado. Se había dado cuenta de que no la estaba escuchando, pero no entendía por qué. En lugar de explicárselo, la miré y sonreí, como si nada. Volví a mirar a Diego, pero esta vez me vio y se apartó rápidamente de Míriam. Tarde y mal, capullo. Me saludó con la mirada pero, antes de que yo pudiera responderle con todo mi desprecio, Christian se interpuso entre nosotros.

—¿Luna? Estás preciosa... —dijo, con los ojos muy abiertos.

—Gracias, Christian —respondí, al tiempo que me daba un abrazo lleno de efusividad que yo aproveché para volver a mirar a Diego. Su nerviosismo se había transformado en enfado. Pues mejor. Sin soltar a Christian, le di dos besos y me acerqué a su oído—. Vamos, te invito a tomar algo.

—No —dijo él, siempre tan amable—, te invito yo.

Me cogió de la mano y nos fuimos a la barra. Laura y Sandra venían detrás, y yo miré significativamente a Laura para hacerle entender que no me dejaran a solas con él. Por suerte, me entendió a la perfección. Me coloqué de tal forma que le daba la espalda a Diego y a su querida novia. No quería que toda mi noche girara en torno a esos dos. Era la primera vez que salía de fiesta con mis amigas y no estaba dispuesta a amargarme. Pasamos un rato charlando en la barra hasta que a Laura se le ocurrió la genial idea de que saliéramos a bailar. La verdad es que la música no estaba mal y, en el centro de la pista, estaban Urko y sus amigos, pasándoselo en grande.

—Id vosotras por delante —les dije—, que tengo que ir al baño.

—Estaremos en el centro —dijo Laura—, no hay pérdida.

—Vale, voy enseguida.

Para llegar al baño había que atravesar una especie de túnel de unos tres metros de largo y poco iluminado. Ya iba a a tirar de la manilla de la puerta, cuando alguien me cogió por la cintura. Temblé ante la perspectiva de que fuera Diego, porque no me apetecía empezar una conversación que terminaríamos discutiendo. Por suerte, era Urko.

—¿Qué tal te los estás pasando? —me dijo.

—Perfectamente... ¿por qué? —sabía que me lo estaba preguntando porque él también había visto a Diego con Míriam.

—Solo quiero saber si estás bien —añadió, algo más serio.

—Estoy bien Urko, pero tengo que entrar al baño... ya.

—Vale, vale... no quiero que pase como cuando eras pequeña y te hacías pis encima de mí...

Le empujé, porque su comentario no me hizo ninguna gracia. Entré en el baño y, para mi desagrado, me encontré allí a Míriam, retocándose el maquillaje. Me vio a través del espejo, igual que yo a ella, pero no nos saludamos. No éramos amigas, y yo no tenía ninguna intención de ser amable. No sé si lo hizo adrede, pero enseguida empezó a hablar de Diego con una de sus amigas, lo suficientemente alto como para que yo pudiera oírla con claridad. Según ella, su relación estaba mejor que nunca. Por lo visto, la noche anterior se había presentado en su casa a eso de las tres de la mañana y habían hecho el amor con una pasión desconocida hasta entonces. Nunca antes se había acostado con ella con tantas ganas, dijo, dejando entrever que no le parecía un amante demasiado especial.

Yo estaba detrás de la puerta de uno de los servicios, escuchando y sintiéndome sucia. Todo lo que pasó la otra noche había sido una mentira. Se estaba burlando de mí, sin duda, aunque yo no entendía qué sacaba él de todo aquello. ¿Qué pretendía, hacerme un favor? ¿Para qué? No quiero volver a hablar con él en toda mi vida —pensé—. Esta tontería se acabó. Míriam tenía que estar diciendo la verdad, porque la hora era la misma a la que nos habíamos separado nosotros. Tenía tantas ganas de llorar... ¿Cómo podía doler tanto? Me dolía en el mismo corazón, pero no pensaba dejar escapar ni una sola lágrima por él. No necesitaba sus besos ni sus caricias, de modo que me recompuse como pude, salí del servicio y me lavé las manos. Volví a salir al pasillo de tres metros, justo detrás de ella y de su amiga. Vi aparecer a Diego por encima de sus cabezas. Se dirigía al baño, pero Míriam lo interceptó y se le colgó del cuello. Fijé la mirada al frente y seguí caminando como si no los hubiera visto. Al pasar junto a ellos, fingí que no existían. Creo que Diego me saludó al pasar, pero yo seguí fingiendo que no los veía ni los oía, todavía más indignada. ¿Cómo era capaz de saludarme con su novia colgada del cuello? Me dirigí a la pista de baile notando su mirada clavada en la nuca. Estaré enamorada —pensé—, eso no se lo puedo negar, pero no permitiré que juegue más conmigo.

Luna de VainillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora