Capítulo 19 parte 2

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Mamá le peinó el pelo y le dio un beso en la mejilla. Sandra y yo no pudimos evitar reírnos, por aquel gesto tan maternal. Ellos, por su parte, nos miraron con cara de desaprobación. Urko me tiró el mp4, cogió a Sandra de la mano y se fueron. Yo subí a mi cuarto hasta la hora de cenar, a escribir un rato. Durante aquellos cuatro días lo había intentado, pero todo lo que escribía estaba cargado de tristeza y no quería transmitir eso a nadie. Sin embargo, aquella tarde estaba contenta, pensando que pasaría el día siguiente con mis amigas. Incluso me daba igual encontrarme con Diego o con Christian, afrontaría lo que fuera de la mejor manera posible. Quizá mis amigas tuvieran razón y no tendría que haberme escondido de Diego, sino enfrentarme a él.Sobre las diez y media mi madre me llamó para cenar. No tenía mucha hambre, pero llevaba días sin apenas probar bocado y decidí que ya había ayunado lo suficiente. Durante la cena, mis padres me hicieron preguntas sobre cómo pensaba afrontar el primer año de universidad.—¿Estás con ánimo? —me preguntó mi madre.—Sí, tengo ganas. Lo primero que pienso hacer es informarme sobre las opciones de estudiar en el extranjero.—¡Ya estás otra vez con esa idea! —se exasperó mi padre.—Papá, este tema ya lo hemos hablado. No quiero volver a contarte mis planes y a que tú me digas que no lo haga.—¡Soy tu padre! —dijo, como si aquello lo resolviera todo—. Algo tendré que decir...—Cambiando de tema —dije, y mi padre me miró de mal humor por soslayar de ese modo una conversación tan importante—, me voy a ir a dar un paseo.—Te acompaño, no me gusta que andes sola por ahí —se notaba que a mi madre le apetecía hablar a solas conmigo.—Urko me ha dejado el mp4, quiero escuchar música y pensar. No te importa, ¿verdad?—No, cariño, pero ten cuidado, no me gusta que salgas sola de noche.Asentí con la cabeza para que dejara de repetir lo mismo una y otra vez, pero en aquel momento recordé los malditos anónimos que había estado recibiendo. La última amenaza se estaba cumpliendo, yo estaba sufriendo por no estar con Diego. Quizá nunca volviera a amar a nadie como lo amaba a él, aunque lo que más me aterraba era volver a enamorarme y pasar por lo mismo otra vez. Por eso había decidido cerrar mi corazón irrevocablemente.Después de cenar, me senté a ver un rato la tele con mi padre. Puso un programa deportivo y volví a la cocina, donde mi madre recogía la mesa. Empezamos a hablar sobre lo que habían hecho en Bilbao. Ella se habría quedado en casa el resto del verano, ya que eran fiestas y le encantaba el ambiente, pero mi padre prefería la tranquilidad del pueblo y, al final, ella había cedido. Miré la hora y, entre conversaciones y comentarios de papá sobre los últimos fichajes futbolísticos, ya eran las doce y media.—Me voy a pasear un rato.—No tardes mucho, hija.—Tranquila, mamá, estaré por aquí cerca.Le di un beso, cogí la sudadera y el mp4 y salí a la calle. Me puse los auriculares, respiré hondo y comencé a caminar. La brisa de la noche acariciaba mi cara y el olor a naturaleza inundaba mis pulmones. Vivir en Bilbao me encanta, pero la sensación de paz y tranquilidad que me daba el pueblo era aún mejor. Creo que no podría estar ni un solo verano sin venir a respirar este aire tan puro. Pasé por delante del banco donde tantas veces había hablado con Christian y sonreí al recordarlo. Christian era un buen chico. Había cometido errores, pero nadie es perfecto. Siempre me había ayudado cuando lo había necesitado y había sido muy paciente conmigo. En varias ocasiones, se había dejado dominar por los celos, pero no se lo podía tener en cuenta.Seguí caminando hacia los chalets de las afueras del pueblo. Muy poca gente frecuentaba aquellos caminos. Me centré en la música que estaba escuchando y en el olor que desprendían las flores, cuando alguien me cogió del brazo por detrás. El corazón por poco se me sale del pecho, hasta que me di cuenta de que eran Diego y Mario.—Luna, ¡has vuelto! —me quité los auriculares y me alejé de Diego—. Te vengo llamando desde hace un rato.—Llevaba la música muy alta —intenté esquivarlo para poder volver a casa—. Perdona, tengo que irme.—No, Luna, tenemos que hablar. Llevo días pasando por tu casa, preguntándome qué tal estarías. Hasta he llamado a Luca y no sabía nada de ti.—Ya me has visto, estoy bien —me estaba costando horrores no echarme en sus brazos—. No pretendo ser grosera, pero mis padres me están esperando.—¿Dónde has estado? ¡Estoy hecho polvo! —Mario se había hecho a un lado, tratando de dejarnos intimidad.—Te voy a ser totalmente sincera y espero que me entiendas —había llegado el momento de enfrentar la situación—. No me he marchado, he estado en casa todo este tiempo.—¿Laura lo sabía? —intervino Mario, totalmente sorprendido.—Por supuesto, Mario. Pero no te enfades con ella, yo le pedí que no dijera nada, bajo amenaza de romper nuestra amistad si lo hacía.—¿Por qué me has hecho esto? ¡Has estado todo este tiempo aquí!—Míriam vino a contarme lo que le había pasado —el corazón se me encogía cada vez que repetía aquella historia—. No puedo ser la persona que se interponga entre ese bebé y tú.—Yo no estoy enamorado de Míriam, sino de ti.—Si le das una oportunidad —insistí, con una fe inquebrantable—, podéis recuperar lo que teníais y darle a ese niño todo el amor que se merece.—¡No lo entiendes! —su tono de voz cambió por completo, respiró hondo y siguió hablando—. No estoy seguro de que ese bebé sea mío, después de la última noche que, según ella, pasamos juntos, ha estado con otros dos chicos.—Tenías que haber visto lo afectada que estaba cuando habló conmigo... Yo la creo...—No quiero hablar de eso, quiero hablar de nosotros. Me estoy muriendo de pena. No puedo comer, no puedo dormir, no puedo reír... Te necesito, Luna.—La decisión está tomada, Diego, no quiero volver a verte. No me importa si vuelves con Míriam o si estás con otra —aquello era un farol, por supuesto. Una forma de presionarlo para que siguiera el camino que yo le estaba marcando—. Asume que lo nuestro ha terminado, como he hecho yo.—¡No, Luna! ¡No lo acepto! —en su voz se notaba la desesperación—. ¡No me hagas esto, por favor!—Lo siento.Agaché la cabeza y salí corriendo, lo más rápido que pude. Las lágrimas comenzaron a empañar mis ojos. Su desesperación me había hecho derrumbarme de nuevo. Diego salió corriendo detrás de mí, gritando mi nombre, pero yo no me detuve. Luego escuché cómo discutía con Mario, que le había impedido seguirme. Seguí corriendo. Cuando no pude más, continué andando. Al final, llegué a casa extenuada por el esfuerzo. Por suerte, no había nadie en la sala. Subí corriendo a mi cuarto e intenté tranquilizarme. Tenía que dejar de pensar en Diego, no quería volver a la misma dinámica de los días anteriores. Había decidido pasar página y eso era lo que iba a hacer. Me sequé las lagrimas, que todavía corrían por mis mejillas. Dejé que mi Satán interno se apoderara de mí y me diera toda la fuerza para olvidarme de él. Si hubiera afrontado antes lo que sentía por mí, no estaríamos en aquella situación. Todo había sido culpa suya. Con aquellos pensamientos, me metí en la cama y, no sé cómo, conseguí quedarme dormida.No me hizo falta el despertador para madrugar al día siguiente. Había dormido de pena, despertándome muchas veces y recordando distintas pesadillas, todas relacionadas con Diego y el embarazo de Míriam. Por suerte, aquel día lo pasaría en Nupara. Cuando bajé a desayunar, mi padre estaba tomando un café.—¡Buenos días!—Hola Luna, te veo contenta —dijo mi padre, contagiándose de mi buen humor—. Parece que anoche te sentó bien el paseo.—Sí, muy bien —¿para qué iba a explicarle lo que había ocurrido? Si no hablaba sobre Diego, quizá fuera más fácil superarlo.Preparé el agua y las toallas, como me había dicho Sandra, lo metí en la mochila y subí a mi dormitorio a vestirme. Para cuando bajé a la sala de nuevo, mis amigas ya estaban allí.—¿Estás lista? —preguntó Sandra, con una sonrisa de oreja a oreja.—Sí, vamos. Papá, hoy vamos a pasar el día fuera. ¡Volveré esta noche!—¡De acuerdo, cariño!Cogimos la bicicletas y nos fuimos a Nupara. Era tan temprano que no había casi nadie en el pueblo, aunque ya no importaba, porque la razón por la que habíamos quedado pronto era que no me encontrara con Diego, y eso ya había ocurrido la noche anterior. Lo bueno era que el sol ya había salido, pero todavía no hacía mucho calor para pedalear. Al llegar a Nupara, preparamos todo para la sesión de belleza. Sandra y Laura saben todo lo que hay que hacer para limpiar las impurezas de la cara y que la piel tenga un aspecto saludable. Yo estoy muy perdida en estos temas, así que soy su conejillo de indias. Sandra comenzó la sesión con Laura.—¿Qué tal ese paseo nocturno de anoche? —me preguntó Sandra, mientras le daba masajes en la cara a Laura.—Estuve con Diego —Laura intentó levantarse al escucharme, pero Sandra no le dejó—. Me encontré con él y con Mario.—¿Qué pasó? ¿Qué te dijo?—Estaba desesperado, intentó convencerme para que volviéramos, pero le dije que no.—¡Estás loca!—No, Laura, estoy muy cuerda. Él me dio argumentos para no creer la versión de Míriam, pero yo hablé con ella, sé que lo está pasando mal.—No conozco mucho a Míriam, pero es una persona que no me inspira ninguna confianza —mientras Sandra hablaba, seguía masajeando la cara de Laura—. Siempre ha mirado a todo el mundo por encima del hombro. Se considera demasiado guapa para mezclarse con algunas personas.—Una cosa así te cambia la vida —le dije, sin saber por qué me sentía obligada a defender a una persona con la que nunca me había llevado bien—. Me parece muy perverso intentar estar con alguien mediante el invento de un embarazo.—Eres demasiado buena, yo creo que no habría actuado de la misma manera que tú.—Cada uno es como es, Sandra. Yo creo que estoy haciendo lo mejor. ¿Por qué no planeamos lo que vamos a hacer esta noche?—Vale, ¿habéis pensado en algo? —Laura se emocionó de repente—. Esta es nuestra última noche de chicas. He pensado que nos podemos poner nuestras mejores galas e ir bien maquilladas y peinadas.—Del maquillaje y el peinado me encargo yo, pero no sé si tendréis un vestido a la altura de lo que os voy a hacer.—Lo intentaremos, Sandra, por eso no te preocupes.Las tres nos reímos de aquel plan estupendo. Yo dudaba de que tuviera algo a la altura, como Sandra había dicho, pero ya se me ocurriría algo. La verdad era que, desde mi ruptura con Diego, aquel fue el día que mejor lo pasé. Sandra me hizo un montón de cosas en la cara, cosas que nunca había probado. Comimos, tomamos el sol, dormimos, hablamos y nos reímos hasta que nos dio la hora de llegar a casa, cenar y prepararnos. Mis padres estaban muy contentos por verme sonreír de nuevo, después de tantos días llorando. Me metí en la ducha rápidamente, antes de que mis amigas llegaran, pues habíamos quedado en mi casa para prepararnos. El olor a vainilla del gel de baño me entristecía. Me hacía recordar todas las veces que Diego me había dicho lo mucho que le gustaba el olor de mi piel. Cerré los ojos e intenté sacar de mi cabeza cualquier recuerdo de él.Laura y Sandra entraron en mi dormitorio en el mismo instante en que yo salía del baño.—Hoy es nuestro día, ¡vamos a arrasar en la discoteca! —Laura estaba totalmente emocionada—. Tengo muchas ganas de que disfrutemos las tres.—¿ Me prometéis que nada de novios?—¡Prometido!—¡Prometido! —dijeron, una detrás de la otra—. Pero nos acercaremos a saludarlos, por lo menos.—Está bien, Sandra, pero solo saludar —quería dejar aqui el punto bien claro.—¡A prepararnos! —gritó Laura, fuera de sí.Sandra sacó el neceser con todos los accesorios para maquillarnos y peinarnos. Prefirió comenzar por ella misma, por una sencilla razón: así, cuando nosotras ya estuviéramos listas, no podríamos meterle prisa con su propio maquillaje. Puse un poco de música pero, en lugar del disco de Encrucijados, preferí poner algo de reggaeton, para entrar en ambiente. La fiesta tenía que ser total. Sandra terminó y comenzó con Laura, mientras yo aprovechaba para secarme el pelo. Entre bailes y risas, terminó con Laura y llegó mi turno. No sabría decir la cantidad de pinceles y productos utilizó Sandra pero, cuando acabó, me miré al espejo y me gustó mucho lo que vi reflejado. No demasiado cargada, sino muy elegante, me había resaltado mucho los ojos y en los labios me había dado un tono muy suave. En el pelo, me hizo tirabuzones con las planchas, haciéndome parecer muy diferente. Luego, recogimos todo en el neceser de Sandra y nos pusimos los vestidos. Laura se puso un vestido negro, corto y ceñido, que le quedaba de infarto. Sandra también se puso un vestido ceñido, pero era blanco y negro. Con sus cuerpos, cualquier cosa les quedaba espectacular. Yo, en cambio, me puse un vestido blanco, largo, algo ceñido y con escote en pico. Me lo había comprado mi madre para un bautizo al que habíamos ido el verano anterior y no me lo había vuelto a poner. Ellas dos se pusieron tacones bien altos, pero yo preferí ponerme unas sandalias, ya que no estaba acostumbrada.—¿Ya estamos listas? —las miré de arriba abajo.—¡Listas! ¡Vámonos ya! —a Laura estaba a punto de darle algo.Mis padres estaban en el sofá sentados, viendo la televisión y Urko estaba en la cocina, esperando a que lo pasaran a buscar. Llegamos a la sala y todos se nos quedaron mirando.—Bueno, bueno, qué pedazo de mujeres bajan por las escaleras — dijo mi padre, orgulloso—. ¡Urko, mira!—¿Qué? —dijo Urko mientras venía hacia nosotras. Luego, nos vio. Me gustaría decir que solo me miraba a mí pero, por supuesto, al ver a Sandra casi se le salen los ojos. Aún así, decidió disimular—. Pero bueno, ¿dónde está mi hermanita?—¡Qué idiota eres!—Luna, hija. Nunca te he visto tan guapa —mi madre estaba encantada, hacía mucho que no la veía sonreír así.—Dale las gracias a Sandra , que se ha encargado de maquillarme y peinarme.—Bueno, deberíamos salir ya —dijo Laura—. El taxi que he llamado estará al llegar.—¡Tened cuidado! —dijo mi padre, sintiéndose obligado a soltar una versión en miniatura del discurso de siempre.—¡Sí, papá!Sandra le dio un beso a Urko y salimos por la puerta. Nuestra noche acababa de empezar. Entre tanto preparativo se había hecho un poco tarde, por lo que nos fuimos directas a la discoteca. Cuando el taxi nos dejó en la puerta, muchos de los chicos que había en la cola se nos quedaron mirando. El portero nos hizo un gesto para que pasáramos enseguida, sin hacer cola. No por nada, sino porque se trataba de Sergio, un chico que llevaba años colado por Sandra irremediablemente. Tenía veinte años, pero parecía más joven. Había intentado acercarse a ella en varias ocasiones, pero siempre había recibido negativas. Aún así, seguía siendo muy amable con ella y Sandra lo trataba con cariño. Al pasar por su lado, le dio dos besos y le agradeció que nos hubiera dejado pasar.Entramos en la discoteca y había mucha gente. No pude evitar mirar directamente hacia donde solía estar Diego. Efectivamente, allí estaba, hablando con sus amigos, tan guapo como siempre, aunque más serio. Respiré hondo, dejé de mirarlo y solo pensé en divertirme con mis amigas.—Vamos a la barra, a brindar con unos chupitos de piruleta —eran vasos muy pequeños de un licor que sabía cómo las piruletas de fresa.—¡Buena idea! —dijo Laura—. ¡A por nuestras piruletas!Nos acercamos a la barra y Sandra pidió los tres chupitos. Brindamos con ellos y los tomamos de un sorbo, que es como se hace. Estaban muy ricos. Sabían a fresa, tan dulces que apenas se notaba que llevaban alcohol. Dejamos los vasos encima de la barra y pedimos otra ronda. Y luego otra. Por lo menos fueron cinco, entre risas y baile.—Lo siento chicas, pero yo no puedo con otro más —dijo Laura.—¡No me lo creo de ti! —Sandra y yo nos reímos.—¿ Por qué no pedimos unas copas y nos vamos a bailar a la pista? —insistió, con la lengua un poco floja.—Está bien —acepté—, yo también tengo ganas de bailar.Pedimos tres combinados de ron con cola y salimos a la pista. Nos daba igual que canción sonara, las tres estábamos contentas de estar juntas y solas, por fin. No necesitábamos más que eso y la música. Bueno, y los combinados, pero podíamos haber pasado sin ellos. Sin embargo, no lo hicimos. Cuando se nos acabaron , fuimos hasta la barra, en busca de otros tres. Yo me notaba un poco afectada por el alcohol, pero lo estaba pasando genial. Esperando a que el barman nos atendiera, alguien me tocó en la espalda. Al girarme, Christian estaba delante de mí.—¡Hola, Luna!, ¿Qué tal?—Muy bien Christian, disfrutando de la noche con mis amigas —fui un poco seca, sin llegar a ser grosera, para que no pensara que podía quedarse conmigo—. Noche de chicas...—Estás muy guapa, nunca te había visto tan radiante.—No hay nada mejor para el alma que una noche solo con amigas —repetí, a ver si entendía lo que intentaba decirle—. ¡Hoy es nuestro día!—¡Eso es, Luna! Solo nosotras y nadie más —era Laura, con su tacto habitual y su desdén hacia Christian.—¡Entendido, Laura! —él se dio por aludido—. Espero que luego podamos tomar algo y hablar...—Esta noche, no —le corté. A veces era mejor ser un poco brusca que dar falsas esperanzas.Entre Laura y yo, le habíamos dejado claro que no se acercara a nosotras en toda la noche. Sandra cogió mi mano y nos fuimos a la pista de nuevo. Laura llevaba mi vaso. Me lo dio y comenzamos a bailar. La noche pasó muy deprisa, sin parar de beber y de bailar. Terminamos bastante ebrias, por así decirlo. Yo no veía más que a mis amigas. Detrás de ellas, las imágenes se difuminaban. Durante una canción que estábamos disfrutando especialmente, giré mientras bailaba y un chico me empujó, tirándome el vaso de las manos.—¡Perdona! ¡Lo siento mucho, no lo he hecho a propósito!—¡Tranquilo, a cualquiera le puede pasar! —era un chico rubio de ojos azules, con gafas, atractivo.—¡Vamos a la barra y te invito a otra copa!—¡No, te lo agradezco, pero creo que ésta me sobraba! —la música estaba tan alta que nos hablábamos muy cerca—. ¡Gracias!—Por favor, permíteme invitarte a otra, si no me voy a sentir fatal —lo miré y me guiñó un ojo, para mi sorpresa—. ¡Por favor!—¡Luna! —intervino Laura, decidida—. Si te lo ha tirado, que te invite a otra y vuelves.—¡No es necesario!—Creo que tu amiga tiene razón, no me hagas quedar mal con ellas...Miré a mis amigas, que me hacían gestos para que fuera con él. No tenía nada que perder, por lo que accedí a que me invitara a una más. Él me cogió de la mano y nos fuimos hasta la barra.—¡Así que te llamas Luna!—Sí, ¿y tú?—Yo soy Javi, encantado de conocerte —me dio dos besos en la mejilla—. ¿Qué estabas bebiendo?—En realidad, no quiero nada más. Como ya te he dicho el última me sobraba, no puedo con más alcohol. Una botella de agua fría está bien.—¿Estás segura?—Sí, te lo agradezco — le pidió al barman dos botellas de agua, una para él y otra para mí. Cogí la botella y le di un trago, por no hacerle el feo—. ¡Gracias, Javi!—¿De dónde eres, Luna?—De Bilbao —para poder hablar, nos acercamos mucho el uno al otro—. ¿Y tú?—¡Yo también! —contestó, divertido por la casualidad.—¡Mira, otro vasco por aquí!—Ya ves... —dijo él, y siguió haciéndome preguntas—. ¿Llevas mucho tiempo aquí?—Vengo todos los veranos desde que era pequeña, pero a ti nunca te he visto.—No, yo veraneo en el pueblo de al lado, pero no salgo mucho.—Ya me parecía a mí... si no, no me habría olvidado de tus ojos.—¿Te han dicho alguna vez que hueles a vainilla?—Últimamente me lo dicen mucho —le dije, aunque él no se dio cuenta de la ironía.No me dio tiempo de decir nada más, porque me agarró de la cintura, me acercó a él y me besó. Me dieron ganas de separarme y darle una bofetada, pero acabé respondiendo a su beso. Era el segundo chico que me besaba en toda mi vida y, la verdad, era bastante guapo. Cerré los ojos y traté de sentir algo, pero no ocurrió. Su beso no me decía nada, casi me hacía sentir incómoda. Estaba a punto de separarme de él cuando la situación cambió por completo.—¡Luna! —abrí los ojos y vi a Diego enfadado, empujando a Javi para apartarlo de mí—. ¡Sepárate de ella!—¡Diego, para!—¿Lo conoces? —Javi no entendía nada.—¡Claro que me conoce! —cogí a Diego del brazo e intenté que se alejara de Javi—. ¡Soy su novio!—No, tú no eres mi novio —le dije, enfadada por su intromisión—. Lo nuestro se terminó.—Entonces —dijo Javi, imprudente—, está libre y ahora está conmigo.—¡No te confundas! —dijo Diego, evitando que Javi volviera a acercarse a mí—. Ella es mi novia, aunque tengamos ciertos problemas. Así que, si no quieres tener problemas, ¡lárgate!—¡No quiero escándalos! —dije, temerosa de la agresividad de Diego—. La que se va soy yo.Salí de la discoteca, seguida por mis amigas, que lo habían presenciado todo. Diego se quedó hablando con Javi, pero preferí no saber nada. Al cruzar la puerta, sentí una ráfaga de aire frío que me hizo estremecer. Mientras me frotaba los brazos para librarme de aquella sensación, vi a Christian mirándome con desprecio. Me tapé la cara con las manos, intentando entender por qué yo misma me despreciaba por haber besado a aquel chico. Estaba claro que el alcohol me había jugado una mala pasada. Sandra se puso delante de mí y me quitó las manos de la cara.—¡Luna! —dijo—. Tranquila, solo ha sido un beso.—Me ha pillado desprevenida y me he dejado llevar —intenté justificarme.—No pasa nada, es normal.—Te has besado con un chico que tampoco estaba mal —Laura le intentó quitar importancia a lo sucedido—, no tienes que darle explicaciones a nadie, no es para tanto...—¡Sabes que yo no soy así! ¡He sido una estúpida!En realidad, Laura tenía razón, no tenía que darle explicaciones a nadie por lo que hacía o dejaba de hacer, era libre. Aunque, realmente, sentía que pertenecía única y exclusivamente a Diego. El fiasco del beso que había compartido con aquel chico me lo había dejado más que claro. Estaba mal, y cada día que pasaba, estaba peor.—¡Luna!, ¡Luna! —Diego corría hacia mí, seguido por Urko y Mario. Le di la espalda, porque no quería hablar con él, para no tener que darle explicaciones. Pero él me agarró del brazo y me dio la vuelta, de forma que quedamos cara a cara. Laura y Sandra se apartaron de nosotros, junto a sus chicos—. ¿Por qué? ¿Por qué has hecho eso?—¡No tengo por qué darte ninguna explicación! —mi Satán interno hablaba por mí. Realmente, no estaba enfadada con él, sino conmigo misma—. ¡Tú y yo no somos nada!—¡Sabes perfectamente que eso no es verdad! —gritó. Luego, cerró los ojos y respiró hondo, para poder tranquilizarse—. Sabes tan bien como yo que nuestro amor no se ha acabado, no puedes engañarme, ni engañarte a ti misma...No podía soportar sus palabras, porque tenía razón. Había intentado comportarme como si nada me importara. Engañarme a mí misma, como si hubiera superado todo lo que nos estaba pasando, pero no era así. Lo quería tanto que las yemas de los dedos me ardían cuando recordaba cómo era acariciar su piel con ellas. No pude evitar ponerme a llorar. Me abracé a Diego desesperadamente. Su olor, el calor de su cuerpo, los latidos de su corazón, eran lo único que podía calmar mi ansiedad. Diego me respondió sin dudarlo ni un instante. No podría calcular el tiempo que estuve abrazada a él, hasta que me serené. Mi Satán interno se enfrió y volví a la realidad de mi situación con Diego, por lo que me separé de él.—Luna, por favor, hablemos sobre todo lo que nos está pasando —suplicó—. Solo te pido que confíes en mi.—¡No quiero confiar en ti! —exploté otra vez—. Nada de esto habría pasado si, desde el mismo día en que me dijiste que me querías, hubieras aceptado nuestra relación delante de todo el mundo.—¡Luna, no puedo creer que digas eso!—¡Sí, lo digo! ¡Ya es hora de que comprendas que cada acción tiene sus consecuencias! Y éstas son las tuyas —me dolía hablarle así, pero tenía que ser dura con él—. ¡No me valoraste desde el principio! Me pusiste en un segundo plano y yo, como una tonta, acepté. Cegada por tus ojos, tu sonrisa y tus palabras. ¡Qué tonta fui!—¡Eso no es así! —Diego no podía salir de su asombro ante mis palabras—. ¡Ya te expliqué cómo fueron las cosas!—Precisamente, Diego, me estoy basando en tus excusas. Desde que me enteré del embarazo de Míriam, ¡no he hecho otra cosa que odiarte!—¡No te creo! —gritó, el miedo reflejado en sus ojos—. ¡Tú me amas!—¡No, Diego! Te odio porque me hiciste creer en tus palabras bonitas para que te amara, ¡pero se acabo! ¡No te quiero en mi vida!—¡Luna! —me agarró fuertemente los brazos—. ¡Escucha!—¡Déjame! —me solté—. ¡No quiero que me vuelvas a tocar! ¡Olvídame!Salí corriendo y, al mirar atrás, vi cómo Laura discutía con Mario. Seguramente, por mi culpa. Al final, mis acciones habían perjudicado a todos. No dejé de correr, las lágrimas y la desesperación me dieron la fuerza suficiente para no parar y llegar hasta un taxi. Diego me siguió, pero no llegó a tiempo. No miré atrás ni una sola vez. Si lo hubiera hecho, me habría bajado del taxi para echarme en sus brazos.Llegué a casa y subí corriendo al dormitorio. El cúmulo del alcohol, el beso frustrado y la riña con Diego me obligó a meterme directamente en el baño, para vaciar mi estómago. Después de vomitar hasta el desayuno del día anterior, me lavé la cara y fui a tumbarme sobre la cama. Me sentía la peor persona del mundo. No sabía de dónde había sacado toda aquella basura para echársela encima a Diego. Si yo estaba destrozada, no quería ni imaginar cómo estaría él. No podía dejar de llorar, ni de odiarme a mí misma por haber actuado como lo había hecho. Cuando me dormí, los rayos del sol ya entraban por mi ventana.

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Hola, ya se va acercando el final, no os lo podéis perder, un saludo.

Luna de VainillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora