Capítulo 22. Final.

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Las patadas de Laura y los empujones de Sandra consiguieron despertarme. Miré la hora y eran los doce del mediodía. Se nos había hecho muy tarde, así que, sin despertar a ninguna de las dos, me levanté de la cama y fui a la ducha. En mi memoria todavía estaba muy presente la noche que pasé en Nupara con Christian, pero no pensaba dejar que consiguiera su objetivo de no olvidarle jamás. Puede que esa experiencia fuera un recuerdo siempre presente en mi mente, pero no iba a limitar mi felicidad.Para cuando salí del cuarto de baño, Laura y Sandra ya estaban despiertas. Pasaron a la ducha una detrás de la otra y bajamos a tomar café. No había nadie en casa, por lo que nos fuimos al parque a buscar a los chicos. El hecho de salir de nuevo a la calle me producía inquietud. Sabía que no me iba a encontrar con Christian, pero la simple posibilidad me aterraba. Caminamos hasta el parque, donde encontramos a Diego y sus amigos, en el banco de siempre. Al otro lado, Christian no estaba junto a los suyos. Seguramente, lo que había dicho la policía sería verdad. Preferí pasar página y volví a mirar a Diego. Aquel día estaba incluso más guapo que de costumbre. Se me quedó mirando y pensé que me derretía. Cuando llegamos hasta ellos, se adelantó unos pasos y me abrazó, estampándome un delicioso beso en los labios. Todavía me daba un poco de vergüenza que sus amigos nos vieran besarnos, por lo que me separé tímidamente de él.
—No me digas que te da vergüenza que te bese delante de la gente... —bromeó.
—¡No me vaciles! —agaché la cabeza para que no notara que me había sonrojado—. ¡Sabes que no estoy acostumbrada!
—Eso no es problema —levantó mi barbilla y me besó de nuevo—. No me supone ningún esfuerzo ayudarte a que te acostumbres.
—A mí tampoco —lo abracé por ser siempre tan tierno conmigo—. ¿Qué quieres hacer hoy?—¿Tienes alguna preferencia? —bajó las manos por mi espalda hasta llegar a los bolsillos traseros del pantalón—. De la mía, no tengo dudas.
—Diego... ¡Qué nos está mirando todo el mundo!—Que se mueran de envidia... ¡eres mía!
—No sé qué manía tenéis lo hombres con la posesión —dije, entonces, ofendida—. Yo no soy de nadie. Tú y yo sí que tenemos un compromiso, pero ni tú eres mío ni yo soy tuya.
—Me matas con tus comentarios pero, aun así, seguiré diciendo que eres mía, te moleste o no —sonrió de una manera muy sexy y me besó.
Nos acercamos al grupo y hablamos lo que había dado de sí el verano. Ninguno de los amigos de Diego sacó el tema de Christian.Los días pasaron muy rápido, Diego y yo estuvimos solos toda la semana. Hablamos, reímos y disfrutamos del amor en cualquier lugar que encontráramos mientras paseábamos. El sábado volveríamos a Bilbao, a la realidad cotidiana. Mentiría si dijera que no tenía ganas de volver para ver a Luca y comenzar la universidad, pero me daba muchísima pena dejar atrás a Diego. El viernes pasé todo el día haciendo la maleta, mientras que él me miraba con tristeza.—¡No quiero que me mires así! —acabé por decirle—. Los dos sabíamos que el verano terminaría, ahora hay que plantearse nuestra relación de otra manera.—Esta noche tendremos tiempo para hablar de ello— dijo él.—¿Esta noche?—Sí, quiero que vayas al río donde estuvimos aquella vez. Te espero allí a las nueve para una cita.—¿Te has vuelto loco? Mis padres no me dejan salir de casa por la noche. Además, mañana por la tarde nos vamos y tenemos que recoger toda la casa.—No te preocupes por nada —se levantó de la cama, comenzó a andar hacia mí y me acorraló contra la pared—. Le he pedido permiso a tu padre y ha aceptado a condición de que Urko te acompañe hasta allí.—No sé cómo has hecho para convencerlo —dije, emocionada—, pero puedes estar seguro de que no faltaré.Le agarré de la cabeza para que se acercara a mí y poder besarlo. Se marchó de casa y yo me quedé metiendo en las maletas todo lo que al comienzo del verano había traído desde Bilbao. Ayudé a mi madre a recoger toda la casa. Envolver las alfombras, limpiar los baños y limpiar a fondo la cocina. Una vez pasado el verano, no solemos volver hasta la Semana Santa.Mientras limpiaba, pensaba en la cita con Diego. En varias ocasiones, mi madre me preguntó qué era lo que me tenía tan contenta, pero tuve que mentir antes de confesarle lo que se me pasaba por la cabeza. Cuando terminamos, me fui a la ducha. Me quedaba poco tiempo y quería ponerme realmente guapa. Me sequé el pelo y lo ondulé, como me había enseñado Sandra. Intenté maquillarme lo mejor que pude, aunque no estaba acostumbrada pero, tenía que reconocer que me gustaba mi aspecto. Una vez que terminé, me acerqué al armario y me puse el vestido negro con el que había salido la primera noche, en la discoteca. El negro estilizaba mi figura y el vestido me sentaba bien. Antes de salir del cuarto, me miré por última vez al espejo y abrí la puerta. Me encontré de frente con Urko, que en ese mismo instante se disponía a llamar.—Disculpe, me han comunicado que tiene una cena muy especial, ¿es usted la señorita Luna?—Deja de hacer el payaso y vamos —corté, avergonzada porque mi hermano mayor fuera más infantil que yo.—El vehículo a motor la espera en la puerta —el muy plasta siguió con la bromita. Hizo un gesto con la mano para que pasara delante de él—. Detrás de usted, por favor.—¿Qué dices de un vehículo a motor? Tú no conduces —estaba tratando de ser cortante para disimular el hecho de que estaba nerviosísima.—Una pequeña sorpresa, podría igualar a una limusina.—Sí, claro.Bajé las escaleras y mis padres estaban en la sala. Me miraron pero no dijeron nada, porque sabían que me daba vergüenza. Miré fijamente a mi padre, pero la expresión de su cara era muy seria. Sabía que no le gustaba que pasara la noche con Diego, sobre todo porque se imagina lo que íbamos a hacer.Soy su niña, el imaginarme en la intimidad con mi novio era algo que le superaba. Me despedí de ellos con una gran sonrisa y salí a la calle. En la entrada había una moto.—¿De dónde has sacado la moto?—Me la ha dejado uno de mis amigos, se la tengo que devolver en cuanto vuelva del río.—¿Sabes conducirla?—Sí, la he llevado muchas veces. Pero monta ya, que llegas tarde.Me monté sin dudarlo, pero los nervios empezaron a revolotear en mi estomago. El viento rozaba mi piel y me alborotaba el pelo que con tanto esmero había peinado. No quise ni pensar en que ninguno de los dos llevaba casco. Apoyé la cabeza en la espalda de Urko y respiré el dulce olor de la naturaleza nocturna por última vez. El camino hasta el río se me hizo muy corto. Urko me dejó en la entrada del camino y mi corazón comenzó a acelerarse. Me despedí con un beso en la mejilla, me guiñó un ojo para desearme suerte y se marchó. A cada paso que daba, el corazón me latía más fuerte. Vi a Diego a lo lejos, iluminado por la luz de la luna, junto a una mesa y un par de sillas. Estaba tan guapo que no parecía real. Llevaba una camisa blanca, con los faldones por fuera de un vaquero desgastado, y unas zapatillas Kawasaki. Al verme, sonrió con picardía, pero también con cierta elegancia que hizo que me derritiera por dentro. Me acerqué hasta él, me agarró de la cintura y nuestros labios se fundieron en el beso más sensual que nunca nos habíamos dado.—Hola.—Hola —era imposible no amar a aquel chico que me hacía sentir la mujer más especial de la tierra—. ¿Cómo se te ha ocurrido esta locura?—Ven —me agarró de la mano y me llevó hasta una de las sillas, retirándola para que me sentara—. Siéntate, mi dulce.—Diego...—Esta noche es la última que pasaremos juntos antes de que acabe el verano. Después de todo lo que hemos pasado, voy a intentar que quede grabada en tu memoria para siempre.—Pero yo no necesito nada de esto, con estar contigo es suficiente.—Esta noche borrará todo lo malo que te ha ocurrido y será el comienzo del resto de nuestra vida —tomó una botella de champán que había encima de la mesa, la descorchó y llenó dos copas, levantando la suya—. Por la mujer de mi vida. Por una vida juntos.—Para toda la vida —levanté mi copa y brindamos—. Cenemos, me muero por el postre...—Eso espero, nena —dijo, imitando el acento de un vaquero, y los dos reímos con ganas, borrando los nervios que me habían atenazado hasta ese momento.Los platos contenían solomillo, muy bien presentado, pero frío, debido a mi tardanza. Estuvimos charlando de todo lo que nos había pasado desde que nos conocimos, tratando de no regodearnos en los malos momentos, sino al contrario. Hablamos de cómo habían surgido aquellos sentimientos entre nosotros y de cómo los habíamos ido gestionando, sin más. Una vez que terminamos de cenar, saqué el tema que tanto miedo le daba a Diego.—Mañana me voy.—Lo sé.—¿Qué vamos a hacer?—Tendremos que conformarnos con vernos todos los fines de semana —me entristeció el saber que solo podríamos estar dos días a la semana juntos.—Son pocos días —le dije.—Por el momento será así. Aunque he estado pensando y creo que podría encontrar trabajo en Bilbao y vivir allí hasta que termines la universidad. Después, ya veremos...—¿Harías eso por mí? —desde luego, ya me había demostrado muchas veces que haría cualquier cosa por mí.—Claro, Luna. Creo que ya te he demostrado que lo que siento por ti no es un amor pasajero, de verano. Mi amor es totalmente sincero —no pude evitar levantarme para acercarme a él. Me senté en su piernas y lo besé con mucho amor, intentado que entendiera que yo sentía lo mismo.—Espera —dijo entonces—, tengo una sorpresa para ti.—¿Otra? — no podía ser más feliz.—Sí, una pequeñita —sacó el móvil de su bolsillo y, tras pulsar varias veces los botones, la música de Encrucijados empezó a sonar, para mi asombro—. Es el grupo que te ha acompañado en tus mejores y peores momentos. Quisiera convertir esta canción en nuestra canción y este lugar, el de la primera vez que estuvimos juntos, en nuestro lugar.—Entonces, deja que yo elija la canción."Triste despedida", la mejor canción del disco, empezó a sonar. Nos pusimos en pie, nos abrazamos y empezamos a bailar. La pierna de Diego estaba entre mis muslos y podía sentir todo su cuerpo apretándome. Era un momento tan íntimo que casi me daban ganas de llorar pero, por aquel verano, ya había llorado bastante. Me limité a aspirar su olor con fruición. Olía a ropa limpia, a jabón, a loción de afeitar y a Diego. Era tan dulce, tan tierno, pero tan sensual, que me volvía loca. En aquel momento habría sido imposible que nos apretáramos más. Nos sobraban los brazos, las manos y el cuerpo entero, porque lo que de verdad estábamos apretando eran nuestras almas.—Te amo, Diego.—Te amaré siempre, mi Luna.—¿Por qué me llamas así? —quise saber si estaba haciendo un juego de palabras con mi nombre y la luna que nos alumbraba aquella noche.—Porque, desde que estás conmigo, tú eres mi luna —explicó entonces, con un lirismo a la altura del más grande poeta —. Podría decirte que eres mi sol, que iluminas el camino que tengo que seguir para alcanzar la felicidad, pero es mucho más que eso. Tú eres mi luna, siempre cerca de mí, a mi alrededor, dominando las mareas de sentimientos que me embargan cuando pienso en nosotros, cuando cierro los ojos y recuerdo tu olor, ese dulce olor a vainilla que quiero en todos mis postres, y en los desayunos, y en las cenas, y en todas las comidas del resto de mi vida. Porque tú eres mi luna, mi Luna de vainilla.—Nunca pensé que llegarías a decirme algo así —respondí, tan repleta de su amor que no quedó sitio para más inseguridades—. Creo que por eso te amo tanto.—Acostúmbrate, porque te lo diré una y mil veces, aunque sea por teléfono.—¿Sabes qué me apetece ahora? —le pregunté, y él entendió algo distinto a lo que yo estaba pensando, aunque tampoco me pareció mal—. No, bobo, no es eso... quiero un último baño en el río.—¿Ahora?—Ahora mismo, por favor —me separé de él y corrí hasta la orilla, deshaciéndome de toda la ropa por el camino—. ¡Vamos!Me tiré al agua sin pensarlo, a pesar de que estaba helada. Me dejé flotar, boca arriba, para que el agua me moviera a su antojo. El cielo estaba cubierto por un manto de estrellas en el centro del cual la luna se alzaba, majestuosamente blanca. En la inmensidad de la noche, me sentía feliz y triste a la vez. Diego era lo mejor que me había pasado, pero el final del verano y el cambio en nuestra relación me entristecía muchísimo, aunque delante de él tratara de disimularlo.Muy lentamente, Diego se acercó hasta mí y me beso en la mejilla. Volví a tocar el fondo con los pies y le devolví el beso. El recuerdo de la primera vez que habíamos estado juntos, en ese mismo sitio, nos hizo tener a los dos la misma idea. Era nuestra última noche antes de un futuro desconocido, pondríamos fin al verano de la misma forma que habíamos comenzado nuestra relación, en el mismo lugar y bajo el mismo cielo. No sabría decir hasta qué hora nos entretuvimos disfrutando el uno del otro una vez que salimos del agua, pero volví a quedarme dormida con mi nana favorita, el sonido de su corazón.Me desperté con los rayos del sol acariciándome la piel. Diego no estaba a mi lado. Abrí los ojos y descubrí que estaba recogiendo los restos de nuestra cena.—¡Buenos días!—¡Buenos días! —dejó lo que estaba haciendo, camino hasta mí, se arrodilló y me besó—. Ya es muy tarde Luna, tu padre me dijo que os marchabais a las doce y ya son las once—¡Es más que tarde, Diego!Me vestí en un suspiro y ayudé a Diego a recogerlo todo. Lo escondimos tras unos arbustos para que él pudiera ir a buscarlo más tarde. Antes de marcharnos, recorrí todo el lugar con la mirada. No volvería a verlo hasta el verano siguiente. Diego me metió prisa, se notaba que no quería fallarle a mi padre. Salí corriendo y caminamos deprisa hasta llegar a mi casa. Durante todo el camino no nos soltamos de la mano. Llegamos a mi casa y el coche estaba fuera del garaje, con la puerta del maletero abierta. Mi padre estaba metiendo las maletas. Diego me apretó con fuerza la mano, a escasos diez minutos de que terminara nuestra historia de amor de verano. Mi padre levantó la cabeza y, al vernos, nos saludó con la mano.—¡Hola, chicos!—¡Buenos días! —Diego saludó, muy serio—. ¿Necesitas que te ayude en algo?—No, gracias. Ya están todas las maletas. Pero puedes ayudar a Luna a dar el último vistazo a la casa, porque con lo despistada que es, seguro que se olvida de algo.—¡Ayer lo metí todo!, ¡no soy tan despistada!—Luna, eres mi hija, te conozco y siempre te dejas algo, aunque no sea importante. Echa un último vistazo que nos vamos en diez minutos —asentí porque, cuando salimos de viaje, mi padre se pone nervioso y es mejor no llevarle la contraria.Entramos en casa y mi madre estaba recogiendo los utensilios de cocina. La saludamos y subimos al cuarto. Entré en el baño y lo miré todo minuciosamente, pero no me dejaba nada. Al salir de nuevo al cuarto, Diego estaba tumbado en la cama.—Mi padre te ha dicho que me ayudes a mirar si tengo todo recogido, no que te tumbes en mi cama.—¡Nuestra cama! —dijo él, ignorando mi reproche.—No, perdona, todavía no te has ganado el derecho a que sea tu cama.—¿Cómo que no? —se levantó, me agarró con fuerza y me tiró sobre ella—. Te libra el que tus padres estén abajo, porque si no, te iba a demostrar que sí que es mi cama...—¡Fantasma! —dije, vacilándole un poco.—¡No me provoques! —me dio un leve beso en los labios, se levantó y me ayudo a ponerme de pie para seguir mirando si me dejaba algo. Revisé todo bien y no quedaba nada. Entonces, mi padre nos llamó para marchar.Diego enseguida salió del cuarto y bajó las escaleras, pero yo, antes de bajar, me paré a bajar la persiana. El cuarto se quedó a oscuras, miré hacia el techo y volví a ver el regalo que Diego me había hecho. Pensé que me encantaría llevármelo a Bilbao, pero no tendría el mismo significado que tenía allí. Respiré hondo y me preparé para la despedida.Al salir a la calle, Laura y Sandra estaban apoyadas en el coche. Me abalancé sobre ellas sin poder contener las lágrimas. No las vería hasta Semana Santa. Quizá a Sandra sí, aunque su situación todavía era más difícil que la mía, ya que vivía más lejos de nosotros que Diego. Con Laura seguiría hablando casi todos los días, como siempre.—Cuidaos mucho y mantenedme informada de vuestra vida —les dije, con cariño.—No lo dudes —sollozó Laura.—Os quiero mucho chicas, sois la mejores amigas que nadie podría tener —dijo Sandra.—Yo también te quiero mucho, cuñada —bromeé.—Luna, no dudes en llamarme para cualquier cosa que necesites —dijo Laura—. No soy tu cuñada, pero sabes que eres como una hermana para mí.—Lo sé, Laura, tú también. Y os digo lo mismo a las dos, estoy para lo que necesitéis —les prometí, y nos dimos un fuerte abrazo.Diego estaba apoyado en la verja, cabizbajo. Me acerqué a él y, mirándole a los ojos, le di un beso. Tenía los ojos cargados de lágrimas cuando me abrazó.—Te amo, Luna —susurró en mi oído—. Ten el móvil encendido, en unos días, nos vemos en Bilbao.—Yo también te amo.—¡Vamos Luna, se nos hace tarde! —dijo mi padre, desde el coche.—¡Voy! —contesté. Después volví a dirigirme a Diego—. Eres la persona más importante de mi vida, no lo dudes nunca.—Tú eres mi vida —respondió él, y volví a besarlo. Después, me separé de él con una gran tristeza y me monté en el coche, junto a Urko, que también se había despedido de Sandra en los mismos términos.Mi padre encendió el motor y aceleró. Me pegué al cristal, para poder ver a Diego hasta el último momento. Mantuve las lágrimas a raya, para que no me impidieran ver a las personas que dejábamos atrás. A medida que el coche avanzaba, llegó un momento en el que todos desaparecieron de nuestra vista. En ese instante, me sentí desolada. Me enfrentaba a muchas novedades e incertidumbres en un futuro cercano. Una relación a distancia y el comienzo de mis estudios en la universidad eran las que más me preocupaban, pero había otros asuntos que me mantenían alerta. Habría querido dejar el pueblo conociendo el paradero de Christian, sabiendo cómo terminaría su retorcida historia en lugar de llevarme la desazón de no haber vuelto a saber de él. De la misma forma, me habría gustado mantener una conversación con David y que me aclarase su antipatía hacia Diego, ya que ambos formaban ahora parte de mi vida y nunca me habían gustado las tiranteces entre mis seres queridos.En cualquier caso, tratando de hacer un balance algo más positivo, de aquel verano extraño e inusual habían salido también cosas buenas. La relación entre Sandra y mi hermano había sido providencial, al menos para Urko. El cambio en su actitud hacia las chicas había supuesto un desarrollo de su personalidad que, de otra manera, no habría alcanzado. Y Sandra había podido superar los temores que la atormentaban, lo cual siempre es positivo. Respecto a mí, ¿qué podía decir? Descubrir el amor con alguien como Diego era algo de lo que pocas chicas podían alardear. El joven aparentemente frívolo y distante se había revelado como una persona dulce, cariñosa y apasionada, que me hacía sentir como la más hermosa de las mujeres.Dicen que el amor de verano es el más intenso que una persona puede sentir. El corto periodo en el que se producen tantas y tan intensas emociones hace que los sentimientos hacia la otra persona se multipliquen por mil. También dicen que la distancia es la peor enemiga del amor, pero yo estaba dispuesta a afrontar ese riesgo con tal de mantener una relación por la que tanto habíamos luchado. De lo que estaba segura era de que nuestro amor no era uno de esos caprichos pasajeros que se tienen en vacaciones. Pasara lo que pasase, sin ninguna duda, yo amaba y amaría para siempre a Diego.

Fin.

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Hola, espero que os haya gustado esta historia entre Diego y Luna. La podéis tener entera en Amazon o si queréis saber más, la segunda parte llamada Te Amaré Siempre la poséis comprar en Amazon.

Ha sido un placer estar con vosotros y espero publicar más historias dentro de poco, un saludo. Besakos.

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⏰ Última actualización: Aug 09, 2021 ⏰

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