Capítulo 19 parte 1

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Diego y Míriam están sentados en el banco de un parque. Diego tiene un brazo por encima de los hombros de ella, la mira de una manera muy tierna y le susurra al oído algo que les hace sonreír a los dos. Miran hacia los columpios y un niño los saluda desde lo alto del tobogán. Intento ver el rostro del pequeño, pero no consigo verlo con nitidez, aunque no hay nada delante que me lo impida. El niño llama a su padre y es Diego quien se levanta. El corazón se me paraliza por un segundo y me despierto.Empapada en sudor y tumbada sobre la cama, miré al techo para ver lo que Diego había escrito tan solo unos días antes, para que lo perdonara por su error. Yo lo había hecho, pero aquel error había vuelto a irrumpir en nuestras vidas en forma de bebé. Repetí la frase una y otra vez: "Te amaré siempre", "te amaré siempre", "te amaré siempre". Las horas que había conseguido dormir habían hecho que mis ojos volvieran a tener lágrimas, después de haber acabado vacíos la noche anterior. Y volví a descargarlas mientras repetía aquellas palabras que reflejaban mis propios sentimientos. No sabía siDMargot Recast388sería capaz de vivir sin él, sin sus besos, sus caricias, sus palabras y todo lo que me aportaba. El vacío que sentía en el pecho era absoluto, tenía el corazón seco por la pérdida de la persona que más feliz me había hecho. Mis sábanas aún olían como él. Necesitaba salir de allí. Me levanté y fui a la ducha, para poder serenarme y pensar cómo afrontar lo que estaba viviendo. No tardé ni cinco minutos en ducharme, me sequé y me puse un chándal. Eran las nueve de la mañana. Salí de la habitación intentando no hacer mucho ruido, para no encontrarme con nadie y tener que dar explicaciones. Cerré la puerta muy despacio y comencé a bajar las escaleras. Escuché como la puerta de la habitación de Urko se habría y a Sandra susurrando mi nombre. Me giré y la esperé en la puerta de la entrada.—¿Luna, qué ha pasado? ¿A dónde vas?—Me voy a Nupara —comencé a llorar de nuevo—. Cuando puedas venir, vete a buscar a Laura y nos vemos allí.—Pero, ¿qué pasa, por qué estas llorando? ¡Oí como Diego se marchó anoche!—No me preguntes más, por favor. Hablaremos en Nupara —me abracé a ella buscando consuelo, pero no logré calmar mi dolor—. Necesito que me hagas un favor. Tienes que convencer a Urko, para que le diga a todo el mundo, sea quien sea, que me he ido a Bilbao.—Luna, ¡hoy vienen tus padres! —con todo lo que tenía encima, no me había acordado de aquello.—Intenta explicar a Urko que necesito que todo el mundo piense que me he marchado. Y, cuando lleguen mis padres, tiene que convencerlos para que hagan lo mismo.—No entiendo nada, pero lo haré. Aunque espero una buena explicación.Se lo agradecí con un gran abrazo y, con lágrimas en los ojos, salí de casa. Me puse el gorro de la sudadera, para que nadie viera en qué estado me encontraba. Cogí la bicicleta, salí del porche, me monté en ella y pedaleé hasta Nupara, todo lo rápido que pude. Lloré todo el camino. Llegué a Nupara casi sin aliento, tiré la bici en el suelo sin ningún cuidado y fui corriendo hasta mi árbol. Me senté sobre una de sus raíces, encogí las rodillas y esperé, sin ganas de seguir viviendo. Lloré y lloré sin encontrar consuelo en ninguno de mis pensamientos. El saber que estaba haciendo lo correcto no hacía que el sufrimiento disminuyera. Me miré las manos y las junté para que las yemas de los dedos se rozaran, cerré los ojos y recordé cada centímetro del cuerpo de Diego que había tocado con ellas. No escuché a mis amigas llegar. Mis ojos seguían cerrados y solo noté cómo me abrazaban. Me sentí algo mejor, pero no pude parar de llorar.—¡Luna! ¿Qué pasa, por qué estás así? —Laura me habló, desesperada.—¡Míriam está embarazada! —balbuceé—. ¡Embarazada de Diego!—¡Qué! —las dos gritaron a la vez—. Tranquilízate y cuéntanos todo desde el principio.Respiré hondo y me sequé las lágrimas. Comencé a contar la conversación que había tenido con Míriam la tarde anterior. Ninguna de las dos salía de su asombro. Cada palabra que salía por mi boca las sorprendía cada vez más.—¿Diego lo sabe? —preguntó Sandra.—Míriam me dijo que hablaría hoy con él.—Ahora entiendo el por qué de tu actitud anoche.—¡Me tiene que olvidar! —dije, desesperada—. Yo no puedo ser responsable de que un niño esté sin su padre.—Esa no es tu decisión, sino la de Diego —dijo Laura, con contundencia.—Pero, si yo estoy en el medio, ni siquiera va a intentar volver con Míriam —no pude evitar comenzar a llorar de nuevo—. ¡Todo esto es demasiado para mí!Las dos se abrazaron a mí, intentando darme todo su apoyo. No quería hablar más del tema, lo único que me apetecía era irme a Bilbao y olvidar todo lo vivido durante aquel verano. Al principio, Laura y yo habíamos estado entusiasmadas por llegar al pueblo y salir de fiesta por primera vez. En nuestros planes no estaba enamorarnos y, menos, sufrir por amor.—¿Por qué das por hecho que, separándote de Diego, él volverá con Míriam? —Laura seguía con lo suyo.—Diego tiene una apariencia de chico duro, pero realmente es muy sensible. Si lo conozco como creo, intentará estar al lado de Míriam por su hijo.—Si me permites opinar, Luna, creo que no estás actuando de la mejor manera —intervino Sandra.—No sé ni que hacer —respondí—. La noticia me ha dejado bloqueada, ayer actué como mi conciencia me pedía.—¡Lo echaste de tu habitación! —me reprochó Sandra—. ¡Me imagino que después de hacer el amor!—¿Cómo? —dijo Laura, con una expresión de espanto en la cara—. ¡Eso ha sido lo más cruel que he escuchado nunca! —me sentí como la peor persona del mundo—. ¿Por qué lo has hecho?—Necesitaba estar con él una última vez, antes de despedirnos. Sé que no hice bien, pero en ese momento no pensé en nada más que disfrutar de la última noche con Diego.—No me puedo ni imaginar lo mal que se ha tenido que sentir Diego al verse despreciado por ti, después de estar juntos.Las palabras de Sandra me hundieron todavía más. Nunca me podría perdonar el daño que le estaba haciendo a Diego, pero era totalmente necesario que se desilusionase acerca de los nuestro para poder centrarse en su propio futuro. Las chicas intentaron animarme cambiando de tema en varias ocasiones. Yo sonreía o les respondía con monosílabos, pero sin hablar demasiado. Se hizo de noche y llegó el momento difícil de volver a casa. Difícil, porque no sabía si Diego estaría en casa esperando, o se habría creído la falsa historia de que me había marchado a Bilbao. También estarían mis padres, que me descubrirían en cuanto me vieran con los ojos en aquel estado.—Laura, te pido por favor que no le digas a Mario que estoy aquí.—Sé que, si yo le pido que no diga nada, no lo va a hacer.—¿Tú lo harías conmigo? —la puse entre la espada y la pared—. Si me vieras sufrir, ¿no me dirías dónde estaba Diego?—Sí —reconoció—, te lo diría sin dudarlo.—Entonces, te pido por favor que aceptes mi decisión de separarme de Diego para siempre.Las dos entendieron mis razones y dijeron que me ayudarían. No sabía si estaba haciendo lo correcto, ni siquiera si aquello saldría bien. Lo único que me importaba era no interponerme entre un bebé y sus padres. Era ya muy entrada la noche cuando volvimos a casa con nuestras bicicletas. Había mucha gente en la calle, era una noche cálida, perfecta para dar un paseo. Me despedí de mis amigas y atravesé la puerta de la verja. Compuse una sonrisa y entré en casa. Mis padres estaban sentados en el sofá, viendo la televisión. Al verme llegar, mi madre se levantó con los brazos abiertos. Yo corrí hacia ella y la abracé muy fuerte. Necesitaba sentir el calor de mi madre en aquellos momentos y no pude reprimir algunas lágrimas traidoras.—¡Hola, cariño! —su voz era tan dulce que me ayudaba a encontrar cierta paz interior—. ¿Por qué lloras, mi vida?—¡Estoy contenta de teneros en casa! —mentí, porque no podía decirle la verdad—. ¡Os he echado de menos!Mi padre se levantó y se unió al abrazo. El calor de mis padres me ayudó a llenar una pequeña parte del vacío que sentía por la ausencia de Diego. Nos sentamos en el sofá y me contaron cómo habían pasado los días en Bilbao, con la abuela. No se extendieron mucho, porque no habían hecho nada más que cuidarla. Yo intenté alargar la conversación, para que no me preguntaran por mis días en el pueblo, pero fue inevitable.—¿Tú que tal has pasado el verano? —me preguntó mi padre.—¡Muy bien, uno de mis mejores veranos! —a pesar del dolor que sentía en aquel momento, no era del todo mentira—. ¡De vacaciones siempre se está bien!—¿Algún chico ha robado el corazón de mi niña? —me miró, sonriendo—. Diego ha venido a buscarte tres veces...—Hemos tenido una pequeña relación, pero ya ha terminado —reprimí las lágrimas y les mentí otra vez—. A él le cuesta un poco entenderlo, por eso os tengo que pedir un favor.—No entiendo, Luna, ¿qué pasa? —mi madre estaba desconcertada por mis palabras.—No quiero volver con él, por eso le he dicho que me marchaba a Bilbao —la voz me salía entrecortada—. Si vuelve por casa, no me delatéis, ¡por favor!—¿Es que te ha hecho algo? —mi padre se puso serio—. Dime exactamente que te ha hecho y te juro...—No, papá, no. Diego no me ha hecho nada, todo lo contrario, me ha tratado como una verdadera princesa. Pero me he dado cuenta que no es para mí.—No lo entiendo —mi padre estaba desorientado.—Somos muy diferentes y no me aporta lo que necesito para crecer como persona —¡qué mentira!— Todo lo contrario, es muy básico —ni yo misma me tragaba aquello, pero no podía contarles la verdad—. Solo os pido que me ayudéis a que no vuelva por aquí, y así los dos nos olvidaremos cuanto antes.—Luna, ¿no te das cuenta de que somos muy mayores para entrar en estos juegos de adolescentes? —dijo mi madre, provocando que se me saltaran otra vez las lágrimas—. Pero, si es importante para ti, lo haremos —mi padre asintió con la cabeza.—¡Gracias! Iba a marcharme de verdad, pero he preferido quedarme unos días más para no estar sola en Bilbao, dándole vueltas a la cabeza.Mis padres me abrazaron muy fuerte. Estaba claro que dudaban de las razones que les había dado para comportarme así, pero pensé que tarde o temprano lo entenderían. Me levanté y fui a mi habitación.—¿ No vas a cenar? —mi madre estaba de vuelta.—No, mamá, no tengo hambre. He picado algo con mis amigas.Ella, como buena madre, considera que hay que cenar antes de ir a la cama. Pero no insistió más porque sabía que yo no estaba bien. Subí corriendo las escaleras y entré en mi cuarto. Cerré la puerta y, sin dar un paso más, me senté en el suelo y comencé a llorar. No quería que mis padres me oyeran, por lo que intenté ser silenciosa. Mucho después, conseguí levantarme, ponerme el pijama y echarme a dormir. Las sabanas olían a Diego. Se me pasó por la cabeza quitarlas y poner otras, pero algo en mi interior me lo impidió. Era lo último que me quedaba de él, su olor en mis sábanas. Así, en mis sueños, sentiría que estaba junto a mí, acariciándome como la noche anterior. Tratando de serenarme, empecé a visualizar la imagen de Nupara, el único lugar que era mío y solo mío. Podía verme allí, tumbada en la naturaleza, con el olor a flores y el sonido de los pájaros hablando entre ellos, como muchas veces había estado. Gracias a ese recuerdo, me quedé dormida.Abrí los ojos al escuchar el ruido que había en la casa. Mis padres estaban en la cocina hablando con Urko y sus risas llegaban hasta mi cuarto. Me sentía incapaz de bajar y participar de la felicidad que estaban compartiendo. Me levanté y me fui a la ducha, con toda la intención de refrescarme y volverme a acostar. Lo único que me apetecía hacer era tumbarme y leer un buen libro, para poder evadirme de mi vida metiéndome en la fantasía de la ficción. Salí de la ducha, me sequé y me puse ropa cómoda. No pensaba salir en todo el día, solo quería estar tranquila y no pensar. Pero Urko entró en mi dormitorio sin llamar a la puerta.—¿Qué tal estás? —preguntó, preocupado.—Lo mejor que se puede, en una situación como esta.—Ayer por la mañana, Diego pasó por aquí preguntando por ti —el corazón se me aceleró—. Le dije lo que Sandra me había dicho, aunque no estoy muy de acuerdo con ello.—¿Cómo está?—Cuando vino estaba preocupado por la forma en que lo habías echado de casa. Quería saber lo que te había pasado.—¿Cómo reaccionó al decirle que me había marchado?—Se puso como un loco, intenté que no subiera a tu habitación, pero no pude evitarlo. Lo seguí hasta aquí. Comenzó a llamarte y, al ver que no respondías, abrió las puertas de los armarios para buscar...—¡Mi ropa! —dije, sintiendo que mi plan estaba al borde del fracaso.—Sí, vio que toda tu ropa estaba en el armario y me exigió que le dijera dónde estabas.—¿Le dijiste la verdad?—No, Luna —respiré tranquila—. Le expliqué que te habías marchado solo con una mochila, porque en Bilbao tienes más ropa. Se sentó, desesperado, sin entender nada de lo que yo le decía.—Espero que algún día me perdone...—Se marchó sin decir ni una palabra. Pero al cabo de dos horas volvió, todavía peor.—Había hablado con Míriam, ¿verdad?—Sí, ya sabe que está embarazada y que tú lo sabes. Diego está convencido de que no es suyo pero, por la historia que cuenta Míriam, tiene alguna duda.—Yo no dudo que sea de él, por eso no quiero estar entre ellos.—¿No te das cuenta de que, por mucho que dejes a Diego, no tiene por qué volver con Míriam? Él está enamorado de ti y no pretende volver con ella, aunque el bebé sea suyo.—¿Cómo lo sabes? —no pude reprimir más las lagrimas y comencé a llorar—. Tarde o temprano se va a dar cuenta de que es lo mejor.—No puedes forzarlo a que ame a nadie. La actitud que estás teniendo no os beneficia a ninguno de los dos.—No me juzgues, Urko, solo ayúdame. Es lo que yo hice por ti.—Eres mi hermana y te apoyaré en lo que me pidas, pero considero que tengo que dar mi opinión cuando creo que te equivocas.—Te agradezco tu sinceridad, pero voy a seguir haciendo lo que crea que es mejor. Por cierto, a papá y mamá les he contado una versión suavizada, pero ellos me van a apoyar.—¿Vas a estar quince días metida en casa, sin salir?—Todavía no lo he pensado... Estoy intentando sobrevivir sin Diego.—Luna, se me encoge el corazón al verte sufrir de esta manera.—Dicen que los amores de verano se quedan marcados en el corazón como un tatuaje, por la intensidad con la que se viven, en un periodo tan corto de tiempo. Te puedo asegurar que, en mi caso, es así.—Eso es cierto. Lo mío con Sandra ha sido lo más intenso y especial que vivido en toda mi vida.Nos abrazamos y lloré desesperadamente sobre su hombro. El me sostuvo, paciente, tratando de calmar mi dolor, pero era muy difícil. Luego, se marchó dejándome sola otra vez. Puse música de Encrucijados, porque sus letras me encantaban y pensé que me ayudarían a mejorar mi estado de ánimo. Mi familia fue desfilando por mi habitación, cada uno más preocupado que el anterior. Yo trataba de sonreír para que estuvieran tranquilos por mí. Incluso hice un esfuerzo por bajar a comer algo, para que mi madre estuviera tranquila.Las horas pasaban muy despacio, mientras yo no hacía otra cosa que llorar y recordar. Después de cuatro días encerrada casi todo el tiempo en mi habitación, tomé la decisión de seguir adelante con mi vida y dejar de sufrir por Diego. Bajé las escaleras y mis padres me miraron sonriendo. El hecho de que hubiera decidido salir de mi cuarto redujo su preocupación en gran medida.—Hola —saludé, cautelosa.—¡Hola, hija! — mi madre se levantó y me abrazó—. ¿Estás mejor?—Mucho mejor. Son cosas de adolescentes... —dije, ofreciéndole mi mejor sonrisa—. ¿Os apetece ver alguna película?—¡Perfecto! Yo haré palomitas y tu madre sacará el helado contra la depresión —no pude evitar reírme al oír a mi padre hablar de esa manera—. Tú eliges la película.No tenía ninguna duda de la película que quería ver. Romeo y Julieta, de Leonardo Di Caprio. Me apetecía ver una gran historia de amor, aunque terminase en tragedia. Cogí la película y la metí en el DVD. Mi padre metió las palomitas en el microondas y mi madre sacó el helado del congelador. Me tumbé en uno de los sofás, mientras ellos se sentaron en el otro. Justo cuando mi padre se hizo con el mando a distancia y pulsó el play, llamaron a la puerta. Paró la película y miró hacia la cristalera por encima del sofá.—¡Diego, otra vez! —dijo mi padre. Durante aquellos cuatro días había pasado por mi casa cada tarde—. ¿Le digo lo mismo?—¡Por favor!Me encogí en el sofá para que no me viera, no me apetecía tener que enfrentarle, solo quería pasar página. Mi padre se levantó y respiró hondo antes de abrir la puerta.—¡Hola, Diego!—Buenas tardes, siento molestar de nuevo. ¿Saben algo de Luna?—Está en Bilbao, como ya sabes. Está con los preparativos de la universidad, las asignaturas y todo eso.—¿No va a venir antes de que acabe el verano?—Por lo que tengo entendido, no. El verano acabó para ella.—No es que dude de su palabra, pero he hablado con Luca y me ha dicho que no la ha visto —¡Mierda! Se me había olvidado hablar con Luca. Apagué el móvil para que Diego no insistiera en llamarme y no lo había encendido para nada. Mi padre se puso nervioso.—Pues, eh... No sé qué decirte. Quizá no haya tenido tiempo de estar con él, está haciendo muchas cosas.—Pero...—Diego —dijo mi padre, muy serio—, Luna no está en casa, lo siento.—Gracias de todos modos —oí que respondía. Luego, la puerta se cerró y no volví a oír su voz.Mi padre cerró la puerta y se sentó de nuevo en el sofá.—Luna, eres mi hija y te quiero, pero no me pidas que vuelva a hacer algo parecido.—¡Pero, es lo mejor! —dije yo, insistente.—No quiero volver a mentirle, así que ya puedes arreglar esto por ti misma, pero conmigo no cuentes.Sabía perfectamente cuándo no era el momento en que seguir hablando de algún tema con mi padre, y aquel no lo era. Cogió el mando y le dio al play. Mi madre me pasó un cuenco de helado de plátano, contra la depresión. Le había puesto nueces y pepitas de chocolate, como a mí me gustaba. Estuvimos callados durante toda la película. Empecé a llorar en la primera escena, pero disfruté mucho con aquella historia de amor. Cuando terminó, miré a mis padres. Mi madre se estaba secando las lágrimas y mi padre estaba totalmente dormido. El pobre había aceptado ver la película por mí, pero se había aburrido tanto que no había podido evitar dormirse. Apagué el DVD y saltó uno de los canales de la televisión. Entre mamá y yo, recogimos la terrina de helado que nos habíamos terminado y el plato de palomitas, que también estaba totalmente limpio. Me acerqué a la cocina para dejar todo y, en ese momento, Urko, Sandra y Laura entraron por la puerta. Mis amigas corrieron hacia mí y nos abrazamos, gritando tanto que mi padre se despertó.—¡Qué pasa, qué pasa!—¡Nada papá, están locas! —dijo Urko.—Ahora que habéis venido —dijo mi madre—, igual nos vamos a dar una vuelta, ¿no?—Sí, vamos a que nos dé un poco el aire —aceptó mi padre.Los pobres no se habían movido de casa en cuatro días, por no dejarme sola. Se pusieron las zapatillas de deporte y se marcharon. Nosotras nos sentamos en el sofá, las tres apretadas.—¿Qué tal estas? —me preguntó Laura.—Mejor cada día.—Luna, no mientas. Urko nos ha dicho que todas las noches lloras hasta que te quedas dormida —Sandra miró a Urko, disculpándose por haberse chivado.—Estoy aprendiendo a vivir sin Diego, eso me llevará tiempo.—Todos los días nos pregunta por ti. Está muy mal, casi no habla, está todo el tiempo pensativo —Laura me puso al día.—¿No ha vuelto con Míriam?—¡No! Ella suele estar con nosotros, se le acerca, pero él no le hace caso. Muchas veces, discuten delante de todo el mundo y Míriam le chantajea con el bebé.—Con el tiempo, aprenderán a quererse, Laura.—A soportarse, como mucho... —respondió.—Lo que sea, pero es lo adecuado. Yo estoy cada día mejor, porque sé que lo que estoy haciendo es lo correcto.Ellas no me contradijeron, aunque yo sabía que no estaban de acuerdo conmigo. Hablamos de lo que habían hecho durante aquellos días. Me contaron que Christian también había preguntado por mí pero, al escuchar que me había marchado a Bilbao, había desistido.—Hemos pensado ir a Nupara mañana —Sandra sonrió al decirlo.—Pero tiene que ser muy pronto, no quiero que nadie me vea.—¿Qué te parece a las ocho de la mañana? —Laura puso la hora.—¿Qué vais a hacer a esas horas en ese lugar?—A ti no te interesa, Urko, nosotras sabemos perfectamente qué hacer en Nupara a cualquier hora —Sandra le guiñó un ojo, para que no le sentara mal lo que le había dicho—. ¿Entonces?—Me parece perfecto —contesté.—Habláis tanto de ese lugar que estoy deseando conocerlo. Los chicos y yo no entendemos qué tiene ese lugar de especial, para que no queráis que nadie lo conozca.—¡Tú mismo lo has dicho! Es un lugar especial y queremos que siga así para siempre —le dije. Nupara lo era todo: paz, tranquilidad, confesiones, alegrías, llantos, risas... Pero, sobre todo, fidelidad entre nosotras. Luca estuvo allí, pero no era del pueblo. Solo había estado una vez y puede que no volviera nunca. Por eso se lo habíamos enseñado.—Esta noche me apetece salir a dar una vuelta, ¿me acompañáis?—No puedo —dijo Laura—, Mario ha quedado con Diego. Me ha dicho que no lo quiere dejar mucho tiempo solo, está realmente preocupado por él, así que voy a aprovechar para recoger la casa.—Nosotros íbamos a ver una película en mi casa, pero se puede aplazar para otro día.—¿Sí? —miré a Urko, que me hizo un gesto indicándome que no le haría gracia cambiar sus planes—. Tranquila Sandra —rectifiqué enseguida—, aprovechad el tiempo que os queda para disfrutar.—¿Estás segura de que no te importa, Luna? —Urko me miró fijamente.—No, pero me llevo tu mp4 para escuchar música mientras paseo.—Enseguida te lo traigo —dijo él, que nunca me prestaba aquel aparato.Mientras subía a su dormitorio, nosotras concretamos lo que llevaríamos a Nupara al día siguiente. Como era viernes, tocaba sesión de belleza.—Y por la noche, ¡nos vamos de fiesta! —Laura se había emocionado.—Prefiero quedarme en casa. No tengo ganas de encontrarme con nadie.—¡Me da igual lo que digas! Solo quedan dos fines de semana antes de que acabe el verano. ¡Quiero una noche de chicas!—Luna, es la mejor manera de olvidarte de todo, ¡borrachera general! —Sandra se levantó y comenzó a bailar.—¡Estás loca, Sandra!—Loca por verte sonreír y disfrutar como cuando éramos solteras.—Luna, no pienses en nada, disfruta y ya está. Es momento de pasar página y, qué mejor manera, que saliendo de fiesta con tus dos amigas —Laura se levantó y se puso al lado de Sandra.—Tenéis razón —me rendí—. ¡Que pase lo que tenga que pasar!—¡Así me gusta! Mañana yo me encargo de llevar todo lo necesario para la sesión de belleza. Luna, tú te encargas de llevar toallas, una palangana y dos botellas de agua caliente.—¡A sus órdenes! —Laura y yo nos reímos— ¿Algo más?—Laura, tú llevas la comida por si se nos hace tarde.Todo organizado, nos despedimos de Laura, que fue la primera que se marchó a su casa. Urko todavía no bajaba, por lo que Sandra y yo nos quedamos hablando sobre cómo les estaban yendo las cosas. Mis padres entraron en el mismo momento en que Urko bajaba de su habitación.—¡No lo encontraba, pero aquí lo tienes!—¡Hola, chicos! ¿Qué tal todo?—Bien Mamá, mañana no cuentes conmigo, pasaremos el día fuera.—Han decidido que mañana es día de chicas —Sandra y yo miramos a Urko, extrañadas por la manera en lo que lo decía—. ¡Me alegra que por fin hayas decidido salir!—¡Ya ves! —respondí, alegre por primera vez en varios días.—Me parece muy bien, no me gusta verte tanto tiempo encerrada en casa.Miré a mamá y la expresión de su cara se había relajado. Sabía que a una madre no le gusta ver sufrir a su hija, pero la adolescencia es así: unos días eres la persona más feliz del mundo, sin importante nada, y otros no puedes levantarte de la cama. En mis casi dieciocho años, me habían visto disfrutar de mi vida sin que me preocupase nada más que estudiar. Ellos se habían encargado de protegerme para que fuera así, pero ningún padre debería pensar que sus hijos no tienen problemas, aunque lo parezca. Lo que ocurre es que, a menudo, los hijos ocultan muchas cosas a sus padres. En mi caso, siempre había anhelado un amor verdadero, una persona a la que no le importase aceptarme como era. Siempre había sido enamoradiza, prendándome de chicos simplemente porque me habían saludado al pasar. Pero, cuando se enteraban de mis sentimientos, dejaban de hablarme o se burlaban de mí. Por eso me había resultado tan difícil aceptar el amor de Diego.—¡Nosotros nos vamos! —dijo Urko, agarrando a Sandra por la cintura.—¿No os quedáis a cenar?—Mamá , vamos a cenar con la abuela de Sandra y a ver una película.—¡Perfecto, cariño!--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Hola, está interesante, verdad. Mañana más y mejor, un beso.

Luna de VainillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora