Capítulo 20 parte 1

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Me resultaba difícil abrir los ojos. Lo único que quería era que el dolor parase, retroceder en el tiempo y que el verano comenzara de nuevo, para tratar de hacer las cosas de otra forma. Llamaron a la puerta, pero no quise contestar. Urko entró y me llamó varias veces, en susurros, pero me hice la dormida. Al ver que no le respondía, se fue y cerró la puerta. Tenía ganas de volver a llorar, pero el cansancio hizo que me durmiera de nuevo.La segunda vez, me despertó una conversación que estaban teniendo mis padres en la puerta de mi habitación. Mi madre se preguntaba por qué aún no me había levantado a las seis de la tarde, mientras mi padre le decía que me dejara descansar. Así fue como supe que había dormido casi todo el día. Me levanté entonces, y fui directa al cuarto de baño. Con una ducha me quité de encima el sudor de la borrachera y los restos de maquillaje. Después, fui al armario, en bueca de mi camiseta preferida, la de Pausoz Pauso. Ya vestida, bajé al salón, donde todo el mundo se me quedó mirando.—¿Pasa algo?—No, hija, lo que pasa es que nos extraña que hayas dormido tanto —dijo mi madre, mirándome fijamente.—Ayer llegué tarde, ¡tenía mucho sueño! —no era del todo mentira.—¿Todo bien? —dijo mi padre.—¡Genial! —esta vez sí mentí con mi mejor sonrisa—. No hay nada como una noche de chicas.Urko me miró, extrañado, pero no dijo ni una sola palabra. Fui directamente a la cocina, a ponerme un café. Lo necesitaba para la resaca. En ese momento, llamaron a la puerta. Urko se levantó corriendo a abrir y volvió seguido por David.—¡Hola a todos!—¡Hola, David! —saludé, para luego seguir poniéndome el café.—¡Urko, vamos! Llegamos tarde al partido.Yo no les hice caso, lo único que hacía era repetir una y otra vez lo que había pasado la noche anterior. Cogí la taza de café, me acerqué a la mesa del salón y vi que mi madre había dejado varias revistas del corazón. Sin mirar mucho, cogí una y salí al porche. Me senté en el balancín, dejé el café encima de la mesa y comencé a mirar las fotografías y comentarios que venían en ella. Habría sido imposible, en aquel momento, concentrarme en un libro. Mis padres salieron al porche.—¡Nos vamos a dar un paseo!—Perfecto, mamá, hace una temperatura muy agradable.—¿Te vas a quedar en casa todo el día?—No, papá, después iré a casa de Laura. Probablemente me quede allí a dormir, si no os importa.—No, Luna. Son los últimos días de verano, aprovéchalos —mi madre me lanzó un beso al aire.Los dos salieron de casa y se marcharon, caminando. Yo los miré hasta que los perdí de vista, pensando que, cuando fuera mayor, me gustaría que mi vida fuera parecida a la suya. Comenzaba a oscurecer cuando terminé de leer la revista. Entré en casa para encender la luz del porche, coger otra revista de mi madre y una botella de agua de la nevera. Salí de nuevo, me senté en el balancín y comencé a mecerme mientras contemplaba las estrellas. Cerré los ojos un momento, inhalando la brisa fresca que refrescaba el ambiente nocturno. De pronto, alguien gritando mi nombre me arrancó de la relajación que había conseguido. Era Míriam.—¡Luna!, ¡Luna!—¿Qué pasa? —me levanté, para encontrarme con su cara de preocupación—. ¿Por qué gritas?—Perdona, no era mi intención asustarte. Es que he visto a Laura ir hacia el bosque con la bicicleta, llorando desconsoladamente.—¿Te ha dicho algo? —pregunté, preocupada de verdad.—No, ni siquiera me ha mirado. Me parece que es muy peligroso ir al bosque a estas horas y me ha parecido que te lo tenía que decir.—Gracias, te lo agradezco —dije, preparándome para salir corriendo—. Voy a buscarla.—Ten cuidado por favor, nunca me ha gustado el bosque de noche...Lo que a ella le gustara o no me traía sin cuidado, la verdad. Lo único que me importaba era lo que le podía haber pasado a Laura para que reaccionase así. Probablemente, habría discutido con Mario. Quizá, incluso, por mi culpa, por haberle pedido que le mintiera por mí. Estaba convencida de que habría ido a Nupara, donde no correría peligro, porque era el lugar más seguro que se me ocurría. Aún así, solo pensar que estuviera sola y pasándolo mal me ponía de los nervios. Míriam se marchó al ver que entraba en casa. Me puse unas deportivas, cerré la puerta de golpe, cogí la bicicleta y salí corriendo hacia Nupara. Si resultaba que Laura y Mario rompían por mi culpa, no me lo podría perdonar. Como le dije a Diego, cada acción tiene su consecuencia, y parece que mis acciones habían traído consecuencias para los demás.La luna llena iluminaba todo el camino. Aunque era un camino que yo podría haber hecho con los ojos cerrados, nunca sabes quién puede haber por ahí, así que se agradecía mucho que fuera una noche tan clara. Con la respiración entrecortada por lo rápido que había pedaleado, llegué a Nupara. Me bajé de la bici y la solté, sin dar importancia a que pudiera romperse. Solo me importaba Laura. Fui corriendo hasta los árboles, pero no vi a nadie. Extrañada, volví atrás y me di cuenta de que su bicicleta no estaba donde solíamos dejarlas. Comencé a llamarla, primero en susurros y luego descaradamente alto, pero no respondía. Preocupada y un tanto asustada, escuché un ruido y me di la vuelta para ver de dónde provenía.Entre los arbustos, una figura comenzó a moverse, acercándose a mí, saliendo de la oscuridad. Era Christian, con la misma ropa del sábado por la noche y una botella medio vacía colgando de la mano.—¡Christian! —grité, ardiendo de furia por su molesta presencia—. ¿Cómo has encontrado este lugar?—Luna, muy sencillo, te he seguido casi todas las veces que has venido aquí —su voz sonaba claramente afectada por la media botella que se había tomado.—¿Cómo te has atrevido a hacer eso? ¡Te dije que este lugar era sagrado!—¡Sagrado!, ¡sagrado! No me parece que sea tan sagrado para vosotras tres, cuando has traído aquí a tu querido amigo Luca. Entonces, he pensado, si Luca puede venir, yo, que también soy un gran amigo tuyo, también podré...—¡Ni se te ocurra compararte con Luca! —dije, con creciente desprecio. Él estaba enfadado y continuaba dando sorbos de lo que fuera que contenía aquella botella—. ¡Deja de beber y vámonos de aquí! ¡Tengo que buscar a Laura!—Laura, Laurita —su tono, cada vez más agudo, empezaba a darme repelús—. La que tanto me odia, por lo que sucedió con su novio, Mario.—Entenderás que no quiera tener relación contigo... —yo quería escapar enseguida, pero él no se movía. Había llegado hasta mi árbol y se había quedado apoyado en él—. ¡Te dicho que tengo que ir a buscarla!—Tranquila, Luna. Laura estará, me imagino, muy tranquila en casa, con su querido Mario —no pude evitar sentirme confundida por lo que decía—. Follando sin condón, como hace con el primero que le invita a dos copas.—¡Christian! ¿Pero qué disparates estás diciendo? ¡No te permito que hables así de Laura! —llegué a sentir la tentación de estamparle un buen sopapo, por su falta de respeto. Pero algo en el fondo de su mirada me indicó que aquel no era el Christian que yo creía conocer—. Míriam me ha dicho...—Míriam te ha dicho lo que yo le he pedido que te diga...—¡No te entiendo! ¡Explícate! —bebió por última vez de la botella antes de tirarla al suelo con mucha fuerza, asustándome todavía más—. ¿Qué pretendes?—Mi Luna, tan lista para unas cosas y tan tonta para otras. Por eso me encantas y te deseo cada día más.La situación me estaba superando. Había un extraño brillo en sus ojos que me desconcertaba. Creí entender que él le había pedido a Míriam que me mintiera, pero no estaba segura. Empezó a caminar hacia mí, muy lentamente. Un escalofrío recorrió mi espalda, empecé a recular paso a paso, manteniendo la distancia entre nosotros. Aquella mirada no se correspondía con el chico que yo...De pronto, lo tuve claro. Aquel no era el chico que yo conocía, porque yo, en realidad, no conocía a Christian. Solo sabía lo que él había querido mostrarme. Diego había tenido razón desde el principio. ¡Y pensar que habíamos llegado a discutir porque yo había decidido depositar mi confianza en un completo extraño! ¡Qué tonta había sido! Era evidente que este Christian, el verdadero, estaba trastornado. Parecía otro, alguien capaz de cualquier cosa, alguien capaz de...—¡Tú eres quien ha estado todo el verano dejándome amenazas anónimas! —ni siquiera trató de negarlo—. ¿Cómo has podido?—Mi Luna, eres la persona más especial que he conocido en todo la mi vida —se acercó y me agarró de los brazos muy suavemente, para que me parara—. Todavía recuerdo el primer día que hablamos en aquel banco, muy cerca de tu casa. Te di un beso en la mejilla y, desde ese momento, supe que no podría olvidar jamás aquel olor a vainilla y la suavidad de tu rostro.—¡Eras tú! —insistí, soltándome de su agarre con mucha rabia—. ¡Diego me lo dijo muchas veces, pero yo preferí defenderte!Al oír el nombre de Diego, su cara volvió a transformarse. Su mirada se cargó de odio. Yo traté de mostrarle mi decepción, por si con ello lograba hacerlo sentir culpable, pero no fue así. Al contrario, volvió a agarrarme de los brazos, mucho más fuerte, y me apretó contra él.—¡No vuelvas a nombrar a Diego mientras estés conmigo! —gritó, apretando la boca contra mi cara.—¡Tú quemaste la cabaña, hiciste que rompiéramos! —lo empujé para que se alejara de mí y, con todas mis fuerza, tiré de los brazos hasta que conseguí soltarme—. ¡Te odio con todas mis fuerzas!Cogí la pulsera que todavía llevaba en la muñeca, me la arranqué y se la tiré a la cara. Mi actitud lo enfureció. Se abalanzó sobre mí y me besó, yo intenté con todas mis fuerzas soltarme, moviendo la cabeza de un lado al otro, pero a cada movimiento que yo hacía, él me agarraba más fuerte. Tuve un momento de lucidez y pensé que, sí le seguía el juego, me soltaría. Dejé de forcejear y, muerta de asco, le devolví el beso. Primero sorprendido, después complacido, dejó de apretarme y comenzó a acariciarme la espalda.Fue entonces cuando aproveché todo el asco que él me daba, toda la rabia que sentía, para empujarlo con todas mis fuerzas y echar a correr. El factor sorpresa me ayudó, logrando derribarlo con mi empujón. Yo corrí y corrí, sin mirar hacia dónde iba. Los nervios me jugaron una mala pasada. En lugar de correr hacia la salida, corrí hacia el descampado, el único lugar por dónde no podría escapar. Christian era mucho más rápido que yo. Me persiguió unos metros y, enseguida, me dio caza. Se quedó detrás de mí, sujetándome por el cuello con un brazo y por la cintura con el otro.—No, mi Luna, no, no... —su voz se había vuelto como la de un psicópata hablando con su presa—. ¿Recuerdas lo que puse en la última nota?—¡Ahora mismo no recuerdo nada! Por favor, ¡suéltame! —supliqué, aterrada. Durante todo este tiempo me había mantenido fuerte, pero ya no podía más. Las lágrimas brotaron de mis ojos sin control—. ¡No sé qué quieres de mí!—La nota tenía dos partes. La primera decía que sufrirías —con la mano que me sujetaba por la cintura, agarró uno de mis pechos, haciéndome temblar de terror—. creo que, desde la ruptura con ese indeseable, has sufrido un poco, ¿no es cierto?—¡Sabes que sí! —sollocé—. Romper con la única persona a la que amaré en toda mi vida ha sido lo peor que me ha pasado —mis palabras no le gustaron nada, sentí su respiración en mi oído y apretó el brazo que tenía sobre mi cuello. Me estaba ahogando.—Mi Luna, qué pena que la primera parte de mi plan se haya tenido que cumplir. Sabía que dejarías a Diego al enterarte del embarazo de Míriam...—¡El bebé no tiene la culpa de nada!—El bebé, el bebé... eso es lo de menos —continuó hablando.—La segunda parte decía que me recordarías para siempre.—¿Qué quieres de mí? Por favor... —me estaba quedando sin aire, en poco tiempo ni siquiera podría suplicar—. Por favor...—Tranquila —susurró, aflojando el brazo—, sólo te quiero a ti. Puede que yo no haya podido darte tu primer beso, pero seré el primero en algo mejor, después de todo. Te conozco, sé que no habrás sido capaz de acostarte con Diego, eres demasiado pura para eso —definitivamente, había perdido la razón, una persona en su sano juicio no me diría todo aquello. Decidí jugármelo todo a una carta.—¡No estés tan seguro! Puedes hacer conmigo lo que quieras, pero nunca serás el primero. Diego llegó antes, y no sólo una vez...—¡No! —me soltó y se tapó la cara con las manos, gritando como un loco—. ¡Eres una puta, como todas las demás! Eres otra zorra que va por las discotecas besándose con el primero que pasa... —. Se acercó a mí y me agarró de nuevo, con mucha fuerza, tirándome al suelo. Me caí y me golpeé la cabeza con una piedra, perdiendo el conocimiento.El calor de los rayos de sol y escuchar la voz de Diego, diciendo mi nombre en la lejanía, me hicieron abrir los ojos. Sentí un fuerte dolor de cabeza. Al tocarme la nuca, sentí que algo viscoso manchaba mi mano. Fui a limpiarme en la camiseta, y descubrí, con horror, que no la llevaba puesta. Me incorporé rápidamente, mareándome de inmediato. Llevaba el pantalón bajado hasta las rodillas, pero la ropa interior estaba en su sitio. No quería creer que aquel indeseable me hubiera violado... era demasiado horrible.—¡Luna! ¿Estás bien? —sonaba desesperado.—¿Dónde está Christian?—¡Christian ha sido el responsable de esto! ¡Lo sabía, lo sabía! —Diego descargó todo su arsenal de improperios y luego se dirigió otra vez a mí—. ¿Estás bien? ¿Qué te ha hecho?—No lo sé, me tiró al suelo y perdí el conocimiento. ¡Mi camiseta! ¿Dónde está? —miré a mi alrededor y vi a Sandra y a Laura, llorando a mi lado.—¡Toma, hemos encontrado la camiseta en tu árbol! —Laura me la dio, para que me pudiera vestir.—¿Qué ha pasado? —preguntó Sandra—. ¿Cómo sabía Christian dónde estaba Nupara?—Me ha seguido durante todo el verano —me puse la camiseta y me subí los pantalones. Mis dos amigas estaban llorando desconsoladas por la preocupación—. Estoy bien, solo quiero irme a casa.—¡No! —intervino Diego, tajante—. Nos vamos al hospital a que te examinen y a poner la denuncia. Sandra acaba de llamar a Urko, que te estaba buscando con tu padre. ¡Vienen hacia aquí!—Ayúdame a levantarme —Diego no me dio opción, me cogió del suelo en brazos y comenzó a caminar hacia la salida—. No hace falta que me lleves, puedo caminar perfectamente. Además, peso mucho.—Tú nunca has pesado mucho, eres perfecta como estás. Te lo he dicho mil veces...Me abracé muy fuerte a él. No quería recordar nada de lo que había pasado la noche anterior. Mis amigas nos acompañaban, una a cada lado de Diego. Yo miré hacia atrás y vi el esplendor de Nupara, iluminado por los rayos de sol de la mañana. Los tres árboles, el de Sandra, el de Laura y el mío, el lugar que tanto nos había dado, se había oscurecido con una sombra que nunca nadie podría borrar. Me agarré fuerte a Diego y comencé a llorar desconsoladamente. Salimos al camino justo cuando mi padre y Urko llegaban. Papá frenó el coche en seco y se bajaron los dos a toda prisa.—¡Luna! Luna, ¿estás bien?—Sí, papá, tranquilo.—¡Tenemos que llevarla al centro de salud a que la examinen! ¡Tiene una herida en la cabeza y no sabemos que más! —dijo Diego ,muy calmado.Mi padre estaba desesperado. Abrió enseguida la puerta trasera del coche, para que Diego pudiera meterme dentro. Me acomodó en el asiento y, después, la cerró. Dio la vuelta al coche y se montó por el otro lado, junto a mí. Mi padre y Urko montaron delante. Laura y Sandra, se volvieron en bici. Mi padre metió la primera y aceleró de tal manera que las ruedas derraparon con la gravilla del camino. Miré a Diego, todavía con lágrimas en los ojos, me guiñó un ojo y sonrió muy dulcemente. Me tumbé sobre sus piernas, hasta llegar al centro de salud. Durante todo el camino, Diego me estuvo acariciando el brazo y no hubo más que silencio. Mi padre y Urko tenían miedo de preguntar qué había pasado y yo tenía miedo de responder, porque no lo sabía. Solo pensar en lo que Christian me podía haber hecho, me hizo estremecer de miedo y de asco. Diego se dio cuenta. Se quitó la sudadera y me tapó con ella, todo sin moverse demasiado, para no molestarme.El trayecto hasta el centro de salud se hizo largo. La incertidumbre de lo que habría pasado mientras estaba inconsciente hizo que el tiempo trascurriera más despacio. Papá paró el coche en la entrada. Me incorporé sin soltar la sudadera de Diego, que olía como él. Papá salió del coche y me abrió la puerta.—Voy a aparcar y a llamar a la policía. Mamá ha puesto una denuncia por tu desaparición.—Tranquilo, yo entro con ella —Diego me abrazó y comenzamos a caminar—. Vamos, mi dulce.—¡Urko! No te separes de tu hermana —gritó mi padre, en el último momento.—¡Tranquilo, papá!Urko se puso a mi lado y entramos los tres en el centro de salud. Fuimos directos hasta el mostrador de recepción. Nos atendió la misma mujer que atendió a Mario cuando Raúl lo apuñaló. Diego, con voz muy firme, le explicó brevemente lo sucedido, sin dar muchos detalles. La expresión de la mujer cambió completamente, tornándose preocupada.—¡Acompáñame! —se levantó del asiento, salió del mostrador y se puso a mi lado, desplazando a Diego—. Vosotros esperad en la sala.—¡Yo voy con ella! —dijeron a la vez Urko y Diego.—Lo siento, pero nadie puede pasar.—¡Yo soy su hermano y no me pienso separar de ella!—Yo su novio, ¡voy con ella sí o sí!—¡No lo pienso repetir! —la mujer habló con autoridad, puso su mano en la mi espalda y comenzó a caminar—. ¡Nadie es nadie! ¡Esperad en la sala!—Chicos, tranquilos, estoy bien —los miré con firmeza y les sonreí tímidamente, para que se quedaran más tranquilos.Volví la cabeza, miré a la mujer y me metió directamente en la sala de curas. La sala estaba muy iluminada, tenía una mesa pequeña con un ordenador antiguo y una silla de escritorio. En el lado contrario, había un mueble blanco, bajo, con muchos accesorios médicos. Una camilla se ocultaba tras una cortina verde que colgaba desde el techo. La mujer separó una silla de madera que había al otro lado de la mesa y me la ofreció.—Siéntate, cariño —su mano seguía tocando mi espalda y me acariciaba muy suavemente—. Voy a llamar al médico, para que venga a examinarte.—¡Gracias!La voz se me entrecortó. La miré y ella asintió con la cabeza. Se marchó muy rápido y cerró la puerta. A mi mente solo venían imágenes de lo sucedido con Christian en Nupara. El recuerdo de cómo apestaba a alcohol me daba ganas de vomitar. Sus besos me hacían sentir sucia, por un momento tuve ganas de salir corriendo y no parar hasta llegar a casa. Entonces, llegó el médico.—Hola, Luna —me giré para mirarlo y le sonreí. Él se sentó en la silla del escritorio y me miró fijamente—. Vamos a ver, cuéntame qué te ha pasado.—Me he golpeado la cabeza con el suelo y tengo una herida —la voz de nuevo se me entrecortó—. Y me gustaría que me examinasen, porque...—Luna, tranquila. La enfermera me ha puesto en antecedentes. Hemos avisado a la policía, ya que por la noche estuvieron aquí preguntando por ti.—Gracias, no es fácil hablar de ello —bajé la mirada, me sentía avergonzada al escucharle decir que sabía lo que me había sucedido—. Nunca pensé que a mí...----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Hola, está más que interesante, no os parece? Un saludo.

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