Nos levantamos del suelo y fuimos hacia la sala sin soltarnos las manos. La madre de Laura, sentada en el sofá, tenía un aspecto más relajado. No sabía cuánto tiempo llevaba en casa Laura, pero parecía que las explicaciones que le había dado, fueran cuales fuesen, la habían convencido. También cabía la posibilidad de que estuviera tan contenta de volver a tenerla en casa, que eso mismo habría hecho que se lo perdonase todo. Los padres de Laura son mucho más jóvenes que los míos y tienen una mentalidad diferente. Su madre se quedó embarazada con dieciocho años y tuvo que madurar muy pronto para cuidar de su hija, pero conserva, por ejemplo, un sentido del humor juvenil que mis padres no tienen. Laura siempre dice que sus padres son, ante todo, sus padres, pero también sus amigos. Considera que su educación ha sido ejemplar pero lo que no se puede negar es que siempre le han dado mucha más libertad que a nosotras.
Subimos al cuarto de Laura deseando escuchar algún tipo de explicación convincente. Ni siquiera podíamos tratar de imaginar lo que nos iba a contar, no se nos ocurría nada, aún estábamos bloqueadas con la digestión de tanta tensión nerviosa. Yo perdí la preocupación al ver que Laura estaba bien y me alegré de ver que su madre estaba serena. Solo podía significar que no le había pasado nada grave durante la noche pero, ¿dónde se había metido? La intriga era cada vez mayor, así que nos dimos bastante prisa en llegar a su habitación. Era un cuarto sencillo: solo había una cama, un armario empotrado y una cómoda, sobre la cual tenía ella todas sus cremas, el maquillaje y el espejo que usaba para arreglarse. Yo fui la última en entrar y cerré la puerta tras nosotras. No sabía si Laura le habría dicho toda la verdad a su madre, por lo que supuse que aquella conversación podría convertirse en un secreto.
—Ya puedes empezar por el principio y que no se te olvide ni una coma…
—Eso —explotó Sandra, que apenas había conseguido dejar de sollozar—, Luna tiene razón, no sabes el mal rato que nos has hecho pasar, ya no sabíamos dónde ir ni a quién preguntar.
—Lo sé, chicas, lo siento. Os lo explicaré enseguida, pero primero quiero pediros perdón por haber sido una idiota…
—Sí, sí, sí… —dije, indicándole con las manos que dejase eso a un lado— Estás perdonada, así que menos disculpas y más contar lo sucedido.
—Pues sí que estás impaciente…
—Impacientes es poco —dijo Sandra—. No sabes el día que llevamos…
—Vale, vale… El caso es que ayer —empezó a contarnos, bastante cabizbaja y en tono serio—, como sabéis, fui en busca de Mario para pedirle explicaciones sobre la chica con la que se abrazaba en el parque. Como pensé que no se quedarían mucho allí, pensé en ir directamente a su casa y esperarlo en la puerta. No tardó mucho en llegar, pero ella también estaba y venían de la mano. Os podéis imaginar cómo me puse.
—Como una energúmena —dije yo, en parte porque la conocía bien y, en parte, porque Mario ya nos lo había contado.
—Pues sí, para qué negarlo… —lo bueno de Laura era que no tenía problemas para reconocer sus errores— Pero enseguida me cerró la boca, cuando me dijo que era su prima Cristina. La vergüenza que pasé —dijo entonces, volviendo a ruborizarse solo de pensarlo—, no os lo podéis ni imaginar. Les pedí perdón de todas las maneras posibles, a los dos. Al final, Mario me cogió del brazo y fuimos a pasear para poder hablar. Me dijo que ahora no le apetecía tener novia ni una relación, que había estado muy bien lo que había pasado entre nosotros pero que lo mejor era, que cada cual fuera por su camino.
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Luna de Vainilla
Romance¿Será él, el chico del que debe enamorarse? ¿ Se puede amar a la persona que odias? Es el último verano antes de comenzar la universidad y Luna viaja con su familia para pasar sus vacaciones de verano en la casa del pueblo. Allí va a reunirse...