Capítulo 21

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Una pesadilla me despertó. Abrí los ojos y Diego estaba a mi lado.
—Luna, tranquila, estás en casa.—Lo sé, lo sé —intenté que la respiración recuperara su ritmo normal—. Una pesadilla, solo es...—¿Qué soñabas?—No tiene importancia —soñar con Christian ya había sido lo bastante duro, como para seguir hablando de él—. ¿Qué haces aquí, Diego?—Tus padres me han permitido quedarme. Los han llamado de la comisaría y se han marchado hace poco. Tus amigas han ido a darse una ducha, volverán luego para dormir contigo.—Sí, lo necesito —la presencia de Diego me gustaba, pero no me parecía bien estar a solas con él—. Estoy bien, puedes marcharte ya, no te preocupes.—No, Luna —sonó un poco triste—. Por favor, no me obligues a marcharme. No espero que me quieras como yo a ti, pero...—Para Diego, no necesito esto ahora.—¡Escucha! —se levantó de la cama y comenzó a caminar por el cuarto—. He asumido que no quieres estar conmigo y estoy acostumbrándome a vivir sin ti. Pero, ayer por la noche, al pensar que no volvería a verte, me asusté tanto que fue horrible. Fue desesperante recordar tu olor a cada paso que daba. Mi corazón solo volvió a latir cuando te encontré en Nupara.—No me hagas esto, por favor —bajé la cabeza, me resultaba muy difícil ocultarle mis sentimientos—. Mejor bajamos abajo.—Quiero que sepas que puedo vivir sin tu amor, pero no sin tu presencia —se acercó hasta la cama y se arrodilló ante mí—. Por lo menos, déjame ser tu amigo. Quiero ayudarte a pasar todo esto y que confíes en mí, aunque nada más que una amistad nos una. ¡No me separes de tu lado!—Vamos, Diego —estaba evitando contestarle deliberadamente—. Llevo sin comer desde ayer por la noche —se levantó y se alejó para dejar que me levantara. Al hacerlo, sin querer, la toalla se cayó al suelo, dejándome desnuda antes sus ojos. Me agache rápido, cogí la toalla y me tapé como pude.—No voy a ver nada que no haya visto ya.—Ahora las circunstancias son diferentes.—Diferentes o no, me ha gustado volver a verte así...—dijo, mientras salía de la habitación, para que yo pudiera vestirme.Cuando cerró la puerta, me dieron ganas de salir detrás de él, de decirle que le amaba por encima de todo y que no quería pasar más de un día sin él. Pero el deber moral con un bebé que estaba en camino se impuso. No creía que fuera capaz de ser su amiga, de estar cerca de él sin tocarlo, sin poder darle un beso. Me vestí con ropa cómoda y cogí todo lo que había llevado la noche anterior para tirarlo a la basura. No quería que nada me recordase a Christian, aunque eso significara deshacerme de mi camiseta favorita, la misma que llevaba cuando Diego me besó por primera vez.Bajé directamente al cubo de la basura y lo puse todo dentro. Diego estaba en la cocina, sosteniendo una taza de café que había preparado para mí. Estaba muy guapo, con una camiseta negra un poco ajustada y aquella mirada que guardaba solo para mí.—Gracias Diego, necesitaba un café.—Me lo he imaginado —mientras hablaba me dirigí hacia el sofá—. ¿Podemos hablar ahora, más tranquilos?—Lo único que necesito ahora mismo es descansar. No me apetece hablar sobre lo sucedido y, menos, de nosotros.—Luna, solo te pido cinco minutos para aclarar nuestra situación.—Está aclarada hace tiempo —me tumbé en el sofá y me tapé con una manta—. Vete, por favor, necesito estar sola.—Le he prometido a tu padre que me quedaría hasta que llegaran.—Te libero de tu promesa —tenía que conseguir que se marchase cuanto antes, o mis intenciones se iban a convertir en humo—. Vamos a hacer una cosa, si te vas ahora mismo, te prometo que mañana pasaremos la tarde juntos y hablaremos.—¿Los dos solos? —se lo estaba pensando.—Sí, los dos solos, pero ahora déjame sola.—Está bien, te tomo la palabra. Mañana pasaré a buscarte.Se acercó a mí y me dio un beso en la cabeza. Un escalofrío de placer me recorrió. Cerré los ojos y dejé que se marchara. Pero, cuando abrió la puerta, escuché que hablaba con alguien en un tono muy áspero. Me incorporé y vi a Míriam delante de él.—¡No! —le estaba diciendo—. ¡Luna quiere estar sola, no sé qué haces aquí!—He venido a saber cómo estaba y a hablar con ella.—¿Hablar de qué? ¡Ahora no es el momento!—¡Diego, déjala pasar! —quería preguntarle por qué me había engañado el día anterior—. Entra, Míriam.—Luna —dijo Diego, un poco enfadado—, ¿a mí me echas y ella sí puede hablar contigo?—No —dijo entonces Míriam—. Quédate, necesito contaros la verdad a los dos.—¿De qué estás hablado? —Diego la dejó pasar, cerró la puerta y la siguió hasta el sofá.—Luna, te juro que no me imaginé que llegaría a tanto. La culpa me está matando...—Míriam, empieza a hablar de una vez —Diego se sentó a mi lado, expectante—. Espero que no sea una de tus locuras, porque te juro que...—No, Diego. No sé por dónde empezar —bajó la cabeza y respiró hondo—. Desde que Diego se decidió por ti, los celos hicieron de mi una persona totalmente descontrolada. Te odié de la peor manera posible. Te he envidiado al ver cómo se comportaba Diego contigo, mientras que a mí, después de tanto tiempo juntos, nunca me había mirado de esa manera.—Míriam, yo...—Calla, Diego, déjame continuar —volvió a coger aire—. Una noche, después de que me dejaras, me encontré a Christian. Hacía mucho que no hablaba con él, desde que rompimos. Comenzamos a hablar sobre vuestra relación y me propuso un trato: hacer todo lo posible por separaros. Yo accedí y lo planeamos todo. Lo primero que hizo fue quemar la cabaña. Christian os había seguido en una ocasión y no quería que volvierais a encontraros allí. Además, conocía a Raúl, por su primo, y sabía perfectamente cómo había hecho para que Laura se acostara con él.—¿Me ha seguido desde el primer día? —dije yo, perpleja—. No entiendo cómo me podía seguir hablando como si nada hubiera pasado.—Luna, su objetivo principal era estar contigo. Se obsesionó por ti de tal manera que comenzó a mandarte esas notas amenazadoras —no me sorprendió que ella estuviera al corriente de los anónimos—. El segundo paso era que Diego te engañara. Yo lo intenté, pero no conseguía nada más que negativas. Por lo que habló con Raúl y le convenció para que echara burundanga en la bebida de los chicos.—¡Sabía que me habían drogado! —gritó Diego, mirándome con desesperación. Era cierto, él había tenido razón desde el principio—. ¿Cómo fuiste capaz de llevarme a tu casa y obligarme a que me acostara contigo?—No es así, Diego. La burundanga te hace perder la conciencia y al despertar no recuerdas nada de lo sucedido. Uno de los camareros de la discoteca es amigo de Raúl y le ayudó a ponerla en vuestras copas. Cuando vi cómo estabas, te llevé a mi casa, te desnudé y te metí en la cama. Pero no hicimos nada, porque tú no estabas bien y yo, aunque quería estar contigo, no quería que fuera de ese modo —al menos aquello era una buena noticia—. Pero el plan seguía adelante, así que os hice creer a todos que nos habíamos acostado. Luna, tú lo creíste tan rápido que fue demasiado fácil.—Vaya —dije, con sarcasmo—, ¡lo siento! ¿Os estropeé la diversión? No me imaginaba nada de toda esta mierda...—El caso es que yo estaba segura de que dejarías a Diego y Christian pensaba que le darías una oportunidad, pero no fue así. Por eso nos inventamos un embarazo...—¡Espera! —Diego se iba enfureciendo cada vez más—. Eso significa que no estás embarazada, al menos, de mí no.—No, fue una mentira, la única forma de que Luna te dejara y de que tú te plantearas volver conmigo. El test de embarazo estaba amañado...—¿Cómo has podido jugar así con nuestros sentimientos? —exploté, deseando patearle el culo a aquella bruja—. ¡No se puede obligar a nadie a que esté contigo!—Ahora estoy de acuerdo contigo, Luna. Pero entonces no lo veía, había perdido la cabeza y solo quería volver con Diego. El odio, la envidia y el dolor actuaban por mí.—¡Menuda excusa! —mi Satán interno ardía en llamas—. ¿Sabías lo que Christian pensaba hacerme?—¡No! —dijo, horrorizada—. Soy mujer, nunca lo habría permitido. Tienes que creerme. Christian me convenció para que te llevara al bosque, porque te había visto besando a un chico en la discoteca y pensaba que te habías olvidado de Diego. Estaba convencido de que le darías una oportunidad. Me inventé lo de Laura porque, si te hubiera dicho que el que te esperaba era él, quizá no habrías querido ir. Creía que iba a suplicarte que volvieras con él, pero ¡me engañó!—No te ofendas tanto, rica, ¡tú engañaste a todo el mundo! —al sentir el desprecio en la voz de Diego, Míriam comenzó a llorar—. ¡Me das asco, Míriam!—¡Luna —dijo, dirigiéndose solo a mí—, no te puedes imaginar lo que mal que me siento por todo lo que ha pasado! ¡No pensé que Christian fuera capaz de tanto!—Yo tampoco, pero cualquiera puede sorprenderte... —dije, acusándola.—¡Perdóname, por favor! Me siento muy mal por todo lo que he hecho.—No me importa nada cómo te sientas —respondí, implacable—. Por tu culpa he hecho sufrir mucho a Diego, he pasado la peor noche de mi vida y me he sentido amenazada todo el verano. ¿Ahora estás arrepentida? Pues aprende a vivir así, porque yo no voy a perdonarte.—¡Sé que me he portado fatal, pero nunca pensé que esto terminaría así! Al principio me pareció un juego, pero ahora veo que Christian estaba en su mundo...—¡Te he dicho que me importa una mierda! Cómo te sientas tú, no puede ni compararse a cómo me siento yo después de todo lo que he soportado por tus celos y tu envidia.—Tú has estado enamorada de Diego —insistió, a pesar de nuestro desprecio por ella—. ¿No se te ha ocurrido hacer ninguna locura para recuperarlo?—Míriam —dije, sin molestarme en contestar a sus estúpidas preguntas—, me pregunto cómo has podido dormir todos estos días.—Me alegro de haberme dado cuenta de que no mereces la pena, antes de seguir con nuestra relación —dijo entonces Diego—. ¡Por culpa vuestra, he perdido a Luna!—Lo sé y no sé qué puedo hacer para que me perdonéis.—¡No puedes hacer nada! Has jugado con un niño, has sido cómplice de todo el plan de Christian... No puedo ni mirarte a la cara.—Quiero que te vayas de mi casa —dije, sin ganas de seguir viéndola delante de mí—, ahora. No quiero verte más.—Pero...—¡Que te marches!— grité.Míriam se levantó del sofá y salió llorando de casa. No sé cómo tuvo la presencia de ánimo para presentarse en mi casa a pedir perdón después de todo lo que nos había hecho. Los odiaba a los dos con todas mis fuerzas. Diego no dejaba de mirar al suelo, desconcertado. Me preguntaba qué estaría pensando y, sobre todo, qué iba a decirle yo, después de la manera en que lo había tratado. Ni siquiera sabía cómo empezar a hablarle para que perdonara todo el daño que le había hecho, las veces que lo había rechazado, que lo había acusado, las ocasiones en que habíamos discutido porque yo defendía a Christian, incluso a pesar de todas sus advertencias. Yo, una imbécil, apartándolo de mí por todas las acusaciones falsas que vertían sobre él. Me daba vergüenza hasta mirarlo, solo esperaba que no dejara de hablarme a mí también. Pero, incluso eso, lo tendría que afrontar. Respiré hondo y cogí fuerza.—¡Perdóname! —supliqué, dejando el sofá para arrodillarme en el suelo, delante de él—. Me he comportado como una estúpida. Tenías razón en todo lo que me has dicho sobre Christian y Míriam, y yo no te creía.—Eso ahora no importa —no movió ni un ápice la cabeza, ni para mirarme.—Diego —mis peores temores estaban tomando forma—, no sé qué puedo decir, me siento tan estúpida y a la vez tan enfadada, que en lo único que puedo pensar es en el daño que te he hecho.—Luna... — las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas cuando creí percibir la decepción en su voz—. Solo quiero preguntarte una cosa.—Lo que sea...—Después de haberme dejado, de haberme rechazado, engañado, tratado con indiferencia... ¿qué sientes tú por mí?—Yo... —era incapaz de responderle, estaba paralizada por el sentimiento de culpa.—¿No lo sabes? ¿Por eso ha sido tan fácil dejarme?—Estás equivocado, Diego —tenía que decirle la verdad, por una vez. Se lo merecía—. Ha sido lo más difícil que he hecho, pero me convencí de que nuestra relación era imposible, de que tú no podías querer a alguien como yo.—¿Por qué?—En toda mi vida, nunca alguien como tú se había fijado en mí.—Pero, Luna...—No, espera. Siempre había pensado que cuando llegara a la universidad todo cambiaría. Conocer gente nueva, chicos nuevos. Mi primer beso de amor, mientras estudiaba con un chico que se asemejaba a mí. No muy guapo y un poco friki. Pero entonces llegaste tú, tan... ¡tan tú! Diciéndome todas esas cosas, tratándome como si fuera la mejor chica del mundo. No me resultó muy difícil convencerme a mí misma de que todo era un sueño del que acabaría despertándome, y solo quedaría el dolor de haberte perdido.—¡Cállate! —se me quedó mirando fijamente, muy serio, la mirada cargada de una extraña emoción—. No dices nada más que tonterías —tomó mi cara entre sus manos, fuertes y cálidas, y me besó sin apenas rozar mis labios—. Desde que Míriam se ha marchado por esa puerta, en lo único que he pensado es en besarte.—¿Por qué eres así conmigo? Me desarmas con tu dulzura.—No quiero que vuelvas a dudar de mí, lo que siento por ti es sincero, por mucho que tú no quieras creerlo. Esto no se puede fingir, nadie me ha hecho nunca sentir lo que siento cuando estoy contigo. Y ahora, dime ¿qué sientes tú por mí?—Te quiero más de lo que nunca he pensado que podía querer a alguien —confesé, echándole valor y mirando a Diego directamente a los ojos—. El tiempo que hemos pasado separados ha sido una tortura permanente que yo misma he provocado.—Mi dulce...Diego volvió a besarme. Solo el roce de sus labios podría borrar de mi memoria el desagrado causado por lo que me había hecho Christian, entonces lo supe. El contacto con él me hacía arder de necesidad, me hacía sentirme bien otra vez. ¿Cómo había llegado a pensar que podría vivir sin que me besara, sin que me hablara cada día, sin que rozara casualmente mi cuerpo al pasar a mi lado? Qué ciega había estado, qué tonta. Entonces, él dejó de besarme y se apartó un poco de mí, con los ojos empañados por las lágrimas que, no obstante, no llegaban a caer.—Luna, tienes que ser capaz de perdonarme por... — sorprendida, ni siquiera dejé que terminara de hablar.—¿Qué? No hay nada que hayas hecho que yo tenga que perdonar, has sido intachable, perfecto, eres tú el que tiene que perdonarme a mí.—Un día me dijiste que el único motivo por el que nunca me perdonarías sería que pisase Nupara.—Pero —dije, con el alivio dibujado en una sonrisa—, esta vez no cuenta, Diego, ha sido para salvarme.—No estoy seguro —volvió a mirar al suelo—. Necesitaba encontrarte, pensar que no volvería a verte me estaba matando. Cuando oí a tus amigas decir Nupara, no dudé en acompañarlas. La curiosidad por ese lugar también me impulsó a ir con ellas.—No seas tan duro —no podía creer que su sistema moral fuera tan férreo—. Lo único que importa es que, al final, me encontrasteis.—Pero, he roto mi promesa.—Ahora no tiene importancia. Nupara ha desaparecido, ya no es un lugar sagrado. No podría volver a estar allí con la misma tranquilidad de antes. Ya no me transmite ninguna paz.—Es un lugar muy especial. Nada más entrar, entendí todo lo que me contabas. Cuando vi los tres árboles, entendí sin ninguna duda que era un lugar especialmente creado para vosotras.—No tiene sentido hablar de Nupara —dije, creyéndolo de verdad—. Sandra encontrará otro sitio y, aunque no sea tan especial, será nuestro y solo nuestro.—¿En serio? ¿Puedes, entonces, perdonarme?—Puedo hacer algo mejor que eso. Te prometo que nunca más voy a dudar de lo que me digas. Creía que las grandes historias de amor solo sucedían en los libros, pero la nuestra es mayor que todas las demás —me acerqué a Diego y apoyé la cabeza en su hombro, agarrándolo con fuerza para que supiera que nunca más me separaría de él.Mis padres entraron en casa en ese momento. Yo les miré, preguntando con la mirada si sabían algo más sobre Christian. Mi padre habló primero.—Han ido a su casa para detenerlo, pero no estaba allí. Sus padres dicen que desde el viernes por la noche no lo han visto.—¿Entonces, qué van a hacer? —dije, preocupada.—Lo han puesto en busca y captura, pero nos han dicho que lo más probable es que desaparezca hasta que se calme todo.—¡Eso significa que en cualquier momento puede volver! —un escalofrío recorrió mi cuerpo.—La policía nos ha explicado que una persona como Christian, sin antecedentes y sin problemas anteriores, es posible que se entregue.—No lo sé —dije—, no era él, estaba totalmente fuera de sí...—En cualquier caso, hija, dentro de una semana nos volvemos a Bilbao, a no ser que quieras irte ya.—No, no...Miré a Diego, para ver su reacción. Él intentaba disimular, pero el hecho de separarnos otra vez le resultaba tan difícil como a mí. En una semana el verano habría acabado, por lo que teníamos que disfrutar cada segundo.—Hija, lo mejor será pasar página cuanto antes —dijo mi madre, mirándonos a Diego y a mí, con ganas de preguntar pero sin querer entrometerse.—Mamá —dije, entonces—, creo que tienes derecho a saber todo lo que ha pasado. Por lo menos, yo quiero contártelo. Creo que deberíais sentaros con nosotros.—Claro, hija, como quieras.Mis padres se sentaron con nosotros, haciendo que Diego se sintiera un tanto incómodo. Me soltó la mano y se sentó correctamente. Yo, por el contrario, se la volví a coger y me acerqué más a él. Tenía que darle su lugar en mi familia, ahora que mis padres se iban a enterar de todo. Él se sorprendió por mi reacción, pero no se separó. Sin dilatar más el momento, comencé a contar todo lo sucedido desde el primer anónimo. Retrotraerme más no tenía mucho sentido. Mis padres no salían de su asombro. Entre Diego y yo, les contamos todo, salvo los detalles íntimos, claro.—¿Por qué no nos has contado todo esto mucho antes, Luna? —decía mi padre, una y otra vez—. ¡Esto se podía haber evitado!—Nunca pensé que Christian llegaría a tanto, papá. Míriam ha venido esta tarde y nos ha contado cómo tramaron todo el plan.—Perdóname, Diego —dijo mi madre—. Al pensar en todo lo que Luna sufría por ti, creí que estaría mejor con Christian que contigo. Incluso la aconsejé que lo intentara.—No te preocupes. Es normal. Eres su madre y sólo quieres lo mejor para ella.—Sí, pero ahora veo que lo mejor eres tú —Diego se había metido a mi madre en el bolsillo y, conociéndola, sería para siempre.—Gracias... —respondió, con timidez—. Te aseguro que la cuidaré como nadie en el mundo.—¡Eso espero! —mi padre el protector estaba allí, aunque, por suerte, mis amigas llegaron a casa, en ese preciso instante, con Mario y con Urko.—¡Hola a todos! —dijeron.—Me parece que la cena de hoy va a ser multitudinaria —mi madre miró a mi padre y se rieron los dos—. Vamos a ver qué podemos preparar.—Estoy de acuerdo, la última cena en familia —papá se levanto bailando—. ¡Me gusta la idea!Nosotros no pudimos evitar carcajearnos juntos. Laura y Sandra se sentaron a mi lado, desplazando a Diego hacia una esquina del sofá. Me guiñó un ojo y se levantó para dejarles sitio. Mario y Urko se habían sentado en el sofá de enfrente, y se fue con ellos. Tuve que volver a contar todo lo que Míriam nos había dicho, y se quedaron totalmente atónitas al saberlo. Creo que nadie podía imaginarse que Christian fuera capaz de algo así, pero ya no quedaba más remedio que admitirlo. Cuando mis padres dijeron que la cena casi estaba y todos nos levantamos para ayudar a poner la mesa, Diego se acercó a mí.—Tú no tienes que hacer nada, señorita— hizo que me sentara junto a él y nos tapó a los dos con la manta—. Le voy a pedir a tu padre que me deje quedarme a dormir contigo.—¡No, estás loco!—Me muero de ganas de estar contigo. Abrazados tú y yo.—¿Quieres que a mi padre le dé un ataque y te eche de casa?—No me importa, volveré una y mil veces.—Yo también tengo ganas de estar contigo. Pero hoy se quedan mis amigas—¡Ah! —dejó de abrazarme y se cruzó de brazos—. ¡Así que soy un segundo plato!—No —dije, pícara—, tú eres el postre, lo que más me gusta.—¡El postre! Entonces estoy en último lugar, ¡qué bonito!—Pero...Comenzó a reírse, volvió a abrazarme y me beso como si estuviéramos solos, pero no era así, por desgracia.—¡Perdón! ¡perdón! —nos separamos al escuchar la voz de mi padre—. Me parece que no hay tanta confianza como para esto...—¡Papá! —dije, temerosa de que abochornara a Diego.—¡Vamos, la cena esta lista!Nos levantamos y todos nos estaban mirando desde la mesa. Me sonrojé por el momento tan vergonzoso que me estaba haciendo pasar mi padre. Diego pasó su brazo por encima de mis hombros y me llevó así hasta mi asiento. La cena fue de lo más divertida, unos y otros contamos anécdotas transcurridas en todos los veranos de nuestra vida. Mis padres se divirtieron como hacía tiempo que no lo hacían. En ocasiones me quedé en silencio, mirando los gestos de cada uno al explicarse y la reacción de los demás. Me pareció una gran familia de la cual estaba muy orgullosa. Terminamos de cenar y los chicos se fueron. Me dio mucha pena, pero todavía estaba cansada. Acompañamos a los chicos fuera y Laura y Sandra se los llevaron al exterior de la verja para despedirse. En realidad, estaban intentando darnos intimidad a Diego y a mí.—Esta noche estás libre, pero a partir de mañana eres única y exclusivamente para mí.—¿Solo para ti? —Diego me abrazó de una manera muy tierna, necesitaba sentirle tan cerca—. Una semana entera para disfrutar de lo nuestro.—No sé cuánto tiempo, pero sé que te quiero cada día —se acercó a mi oído y me susurró—. Tú olor a vainilla me vuelve loco.—¿Podrás esperarme hasta mañana? —dije, melosa.—Eso no lo dudes.Nuestros labios se volvieron a juntar fundiéndose en un apasionado beso que me hizo estremecer. Estaba deseando que llegase el día siguiente para poder estar a solas con él. Por el momento, nos despedimos varias veces más. Cuando por fin conseguí que se marchara, subí a mi dormitorio acompañada por mis amigas. Estuvimos mucho tiempo hablando, necesitábamos aquella noche de chicas. Después, durante el invierno, las echaría mucho de menos. Las tres nos dormimos muy juntas, a las tantas de la madrugada.

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Hola, ya no queda nada para que todo termine, espero que os esté gustando la historia, un saludo

Luna de VainillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora