capítulo tres

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 Los cánticos de Urko me despertaron aquel día. Por algún motivo, no podía dejar de pensar en los ojos negros llenos de preocupación de Diego. Abrí los ojos rápidamente, me senté y sacudí la cabeza para quitarme esa imagen de la mente. ¿Por qué me había despertado recordando los ojos de Diego? Llegue a una conclusión muy sencilla: esa mirada se me había tatuado en las retinas. Fue tan intensa y la sentí tan verdadera que, pensando en frío, me había partido el alma en dos.

 No sabía qué hora era. Tenía que ser muy tarde para que Urko estuviera ya levantado. Miré el reloj sobre la mesilla de noche. Marcaba las doce y media. ¿Cómo? Yo nunca dormía tanto. Quizá fuera por los analgésicos para la muñeca que me había dado el médico. No lo entendía...

 Me levanté rápidamente y bajé a desayunar. La noche anterior llegué a olvidar por completo que mis amigas habían salido y, en ese momento, esperaba que Urko me lo contase todo. Además, tenía hambre. El día anterior había comido muy poco, despistada por todo lo que había ido pasando, pero en aquel momento tenía ganas de desayunar. Llegué a la cocina y todo estaba recogido. Normal, si casi era la hora de comer. Me acerqué a la encimera, en busca de la cafetera que mi madre solía dejar sobre la vitrocerámica. Miré si quedaba café y, por suerte, así era. Cogí una taza, saqué leche de la nevera, me serví y la metí en el microondas. Mientras se calentaba, me di la vuelta y vi a Urko bajar las escaleras, todavía en pijama. Los domingos no salía hasta la tarde. Yo sabía que me había visto perfectamente, pero se estaba haciendo el loco, saliendo al porche sin siquiera mirarme. Cuando sonó el pitido del microondas, indicando que el café con leche ya se había calentado, lo cogí y salí fuera.

 - ¿Ya no dices ni buenos días?- usé mi tono más sarcástico.

- Buenos días, Luna- contestó, como si no pasara nada.

- No te hagas el interesante- le espeté-. Cuéntamelo todo, ya.

- ¿Quién tiene que contar qué?- dijo, sonriendo- ¿Yo? ¿O tú?

- ¿Qué?- pregunté, valorando si merecía la pena tratar de disimular. No podía saber nada, aunque...- ¡Mamá!

- Pues sí- dijo, triunfante-, mamá ya me ha contado algo. Como que llegaste a las dos de la mañana y que... ¿qué hacías con Christian?

- Eso es un tema secundario- dije yo, intentando esquivar la tormenta-. Cuéntame qué tal se lo pasaron ayer Laura y Sandra, qué hicieron, dónde estuvieron... ¡desembucha!

- Creo que tus amigas vendrán después de comer- respondió el muy canalla, con toda la intención de no satisfacer mi curiosidad-. Por lo menos, eso dijeron anoche... Que te lo cuenten ellas. Sobre todo Laura, que estuvo un buen rato hablando con Diego...

- No, por favor- qué molesto se estaba volviendo-. Con ese tipo no...

- No ha pasado nada, que yo haya visto, pero no sé de qué hablaron. Y Sandra se pasó toda la noche con la pandilla de Diego, de hecho, volvieron a casa con ellos. Aparte de eso, no te puedo decir mucho más.

- Perfecto- dije, frustrada-. Menudo espía estás tú hecho...

- Yo sí que me he echado una espía sin saberlo- dijo, divertido-. Cuéntame lo de Christian, o esta tarde se lo pregunto a él.

- No- estaba a punto de cundir el pánico-. A él, no...- me moriría de vergüenza si se le ocurría acercarse a Christian en plan hermano mayor.

- Entonces, es interesante- adivinó, al ver mi cara, cada vez más colorada-. ¡Qué bueno! Cuéntame...

 Me hizo un hueco en el balancín para que me sentara y se lo contase todo. A mí no me apetecía nada, pero pensé que, si no lo hacía yo, lo haría el propio Christian, de forma que, al final, cedí.

Luna de VainillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora