Capítulo 8 parte 2

285 9 0
                                    

Habíamos quedado a las cuatro, miré la hora y eran las cuatro y media. Me empecé a poner nerviosa. Esperaba que lo de la noche anterior no fuera mentira, porque entonces sí que no podría soportarlo. Seguí leyendo, sin poder concentrarme en el libro. ¿Qué le pasa a Diego? ¿Por qué me hace estas cosas?, pensé. Descarté la idea, demasiado terrible, de que todo hubiera sido fruto de su borrachera. Simplemente llegaba tarde, ¿o no habíamos fijado ninguna hora? Me empecé a llenar la cabeza de dudas y de preguntas sin respuesta, pero siempre llegaba a la conclusión de que me había vuelto a mentir. Había terminado el libro. Miré la hora. Ya eran las cinco y cuarto, y Diego no había llegado. Decidí levantarme para ir a mi cuarto a llorar, a soltar toda la rabia que tenía dentro. Pero, en ese momento, apareció.
—¡Luna, Luna!
—Ya pensé que no vendrías...
—¿Cómo no voy a venir? ¿Te has vuelto loca? —dejé el libro encima de la mesa. Abrí la puerta y salí de la verja de casa. No supe qué hacer, si besarle o simplemente empezar a andar. Por suerte, él tomó la iniciativa, me besó muy tiernamente y me agarró de la mano.— ¿Qué te apetece hacer?
—¿Vamos a dar una vuelta?
—Sí, me apetece mucho, Luna. Y luego vamos a la cabaña.
—Vale, pero te tengo que decir una cosa y no quiero que te enfades —empezamos a caminar hacia el río—. Esta noche he quedado con Christian.
—¿Otra vez? —Diego frunció el ceño—. Ahora esta relación ya es oficial para todo el mundo y, aunque sea tu amigo, no me gusta que quedes con él.
—El otro día, cuando quedé con él, me regaló esta pulsera y me preguntó si aceptaba ser su novia.
—¡Qué cabrón!, él sabía perfectamente lo que yo sentía por ti y ha intentado adelantarse.
—Bueno, déjalo. Sólo quiero que sepas que he quedado con él para devolverle la pulsera y decirle que tú y yo estamos juntos.
Me soltó la mano, pasó el brazo encima de mis hombros y me besó en la mejilla. Caminamos y hablamos de todo. Cada poco tiempo nos parábamos a besarnos, aunque pasaba mucha gente por el camino y teníamos que dejarlo, muy a mi pesar. Todavía era de día cuando llegamos a la cabaña.
—¡Espera! — Diego me detuvo delante de la cabaña.
—¿Qué pasa?
—¿Confías en mí? —no sabía a qué venía aquella pregunta, estaba claro que había confiado en él una y otra vez—. Date la vuelta y cierra los ojos —le hice caso y me tapó los ojos con un pañuelo que no sé de dónde sacó. Mientras me hacía un nudo por detrás, me dio un beso en el cuello. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Él lo notó y se echó a reír—. Tranquila, mi Luna...
—Estoy tranquila, pero el no ver me pone un poco nerviosa.
Terminó de atarme el nudo del pañuelo. Me dio media vuelta, se pudo detrás de mí, me agarró de la cintura y muy suavemente me llevó hasta el interior de la cabaña. Hubo un momento en que me soltó para cerrar la puerta. Me giré para intentar buscarle y poder agarrarle, pero no le encontré. Me lo tomé como un juego, pero a la vez el no saber qué tenía delante me ponía muy nerviosa. Diego me agarró de nuevo y me giró, poniéndose otra vez detrás de mí. Soltó el nudo dejando caer el pañuelo por mi cara.
—¿Puedo abrir los ojos?
—Sí. Ahora entenderás porque he llegado tarde —abrí los ojos y lo que vi me sorprendió.
—¿Cómo se te ha ocurrido hacer esto? —había limpiado toda la cabaña, no parecía la misma a la que habíamos venido el primer día. En el suelo había puesto una manta a rayas de colores. Encima de ella había una nevera portátil cerrada. Dos platos y vasos.
—Quería que hoy fuera un día especial. Por eso se me ha ocurrido preparar esto para los dos. ¿Te gusta?
—Sí —dije, con ilusión—. Me parece un detalle precioso. ¿Pero cómo se te ha ocurrido hacer esto?
—Después de todo lo que hemos pasado, me parecía la mejor manera de demostrarte que te quiero.
—No hace falta que hagas esto para hacerme sentir especial. Me vale con que nunca más me vuelvas a mentir.
—Te lo prometo.
Nos abrazamos como si firmásemos un acuerdo de no volver a mentirnos nunca. Nos sentamos y él empezó a sacar lo que había preparado: unos simples bocadillos y alguna bolsa de patatas fritas, pero todo me pareció maravilloso. Para beber sólo había agua, quizá porque, después de la tremenda borrachera, sería lo mejor para la resaca. Hablamos de muchas cosas, me contó muchas anécdotas que le habían pasado en el instituto. Diego es de Burgos y trabaja con su padre en un taller de coches. No era muy buen estudiante y prefirió ponerse a trabajar y así tener independencia económica. Entre charla, risas y comida, se hizo de noche. Miré el reloj y sólo quedaba una hora para mi cita con Christian.
—¿Ya te quieres marchar? —preguntó con tristeza.
—No, por mí no me iría en toda la noche. Pero en una hora he quedado con Christian.
—¡Otra vez Christian!
—Sí, pero ésta será la última. Y, si no te importa, te pediría que no nos espíes —agachó la cabeza y vi como se ruborizaba—. El otro día te vi parado mirándonos.
—Vale, lo confieso. Me entran unos celos terribles cuando te veo con él. Encima quería saber si entre vosotros había algo.
—¿Cómo se puede ser tan tonto? —dije, con cariño—. ¿De verdad me crees capaz de decirte que te quiero para luego ir con él y decirle lo mismo? A Christian lo considero un buen amigo, pero nada más.
—Está bien, pero no te puedo negar que me da celos... Aunque intentaré controlarlos. Sólo espero que no se le ocurra besarte, porque si no...
—Si no, nada. No te preocupes, que no voy a dejar que me bese.
Nos levantamos los dos y comenzamos a recoger todo en una bolsa. Fui a salir de la cabaña, pero Diego me agarró del brazo y me arrastró con mucha dulzura hasta la pared.
—Tú todavía no te me escapas.
—Diego, me tengo que marchar. Se me va ha hacer tarde.
—Todavía es pronto. Dejo que te marches si me das un beso. Pero un beso de verdad.
—Vale, pero luego me dejas marchar.
Asintió con la cabeza. Me tenía acorralada contra una de las paredes de la cabaña. Le miré a los ojos y le brillaban como nunca. Esos ojos que se me clavaron en el corazón desde el día del accidente. No pude resistirme más y le besé lo más intensamente que pude. Diego usó uno de sus brazos para acariciarme la cara a la vez que nos besábamos y el otro lo puso en mi cintura. No lo movió de allí y eso me dio tranquilidad. Me daba vergüenza que notara mi inexperiencia. Todavía no le había dicho que él era el primer chico con el que había salido y menos que había besado tan intensamente. Y, de relaciones más íntimas, mejor ni hablar. En vez de pensar en lo que diría si se enterara, me centré en disfrutar con sus besos. Abrí los ojos para mirar su cara mientras lo besaba y el los tenía cerrados. Preferí cerrarlos yo también. Movió la mano y la metió por dentro de la camiseta. Estaba caliente. Un escalofrió me recorrió el cuerpo al notar el tacto de su mano en mi piel. Empezó a acariciarme la espalda y luego bajo hacia las caderas. Empecé a notar las mismas sensaciones de las otras veces. En lugar de seguir bajando, subió la mano hacia mis pechos y la respiración se me aceleró. No podía pensar, lo único que quería era sentir sus besos y sus caricias en la piel. Alternaba sus besos entre mis labios y mi cuello, al tiempo que dejó de acariciarme por encima del sujetador y dirigió su mano a mi espalda, para intentar soltármelo.
Ahí fue donde me entró el pánico. ¿Ésta iba a a ser mi primera vez? Todavía no le había dicho que nunca antes lo había hecho, porque me daba vergüenza reconocerlo. Le cogí del brazo y traté de poner distancia entre nosotros.
—¡Diego, para! Me tengo que marchar.
—No, Luna, no te vayas —Pasé por debajo de su brazo lo más rápido que pude. No sabía cómo explicárselo— ¿Qué pasa?
—Nada, me tengo que marchar, ya sabes que he quedado.
—No es por eso, dime la verdad. Si yo no te puedo mentir, tú tampoco a mí —bajé la cabeza, atormentada, pero me cogió de la barbilla y me hizo mirarle a los ojos—. Dime.
—Está bien, pero no quiero que te rías ni te burles de mí —asintió con la cabeza—. Tú eres la primera persona con la que me beso de verdad. Por lo que, de lo demás, ni hablamos.
—¿Me lo dices en serio? —sonrió, mirándome de una manera muy tierna.
—Sí.
—Pues, desde ahora, no es que sea la primera persona con la que te besas, sino que soy con el único con el que lo vas a hacer. Porque tus besos son, a partir de ahora, solamente míos...
Sus palabras me hicieron sonreír. Sonaba tan tierno y sincero lo que me había dicho, que me sentí halagada. Me abracé a Diego y le volví a besar. Recogimos la manta y nos fuimos hacia mi casa. Le pedí por favor que no me acompañara más lejos para que no discutiera con Christian. Este tema prefería tratarlo yo sola.
—¿Mañana nos vemos?
—Sí, pero por la tarde. Por la mañana he quedado con mis amigas.
—¿Dónde vais?
—A dar una vuelta.
—Te has puesto nerviosa —dijo, riéndose—. Dime la verdad...
—Te voy a ser sincera. Mis amigas y yo tenemos secretos que ni tú ni nadie sabéis. Por mucho que me preguntes o te enfades, nunca te lo voy a decir. Pero lo que quiero que tengas claro, es que no es nada malo.
—Si son secretos entre tus amigas y tú, te puedo asegurar que no me voy a meter en ellos. Hasta que tú decidas contármelo...
—Te lo agradezco, porque no me apetecía tener que discutir esto contigo. Bueno, mañana nos vemos, en el parque.
—Te espero.
Nos dimos un beso y cada uno se fue por su lado. Yo me encaminé hacia el banco donde, seguramente, ya me estaría esperando Christian. ¿Cómo decirle que, otra vez, Diego le había quitado a la chica? Esperaba que no se lo tomara demasiado mal, no quería perder su amistad. Llegué hasta el banco y allí estaba, sentado, mirando la hora. Se había puesto muy guapo y se levantó en cuanto me vio aparecer. Nunca me había encontrado en una situación similar. Parecía que, aquel verano, iba a vivir todas las posibles situaciones de una relación. Christian había sido tan bueno conmigo que se merecía saber la verdad.
—Hola, Luna.
—Hola, Christian.
—No sé como lo haces. Pero siempre me haces pensar que no vas a venir. Y hoy más que nunca. Me estaba preocupando.
—Yo te dije que iba a venir. ¿Por qué esa desconfianza?
—Perdona —no pudo evitar bajar la cabeza—. Es que hoy estoy un poco nervioso.
—¿Nos sentamos y hablamos? —en su cara apareció una expresión de sorpresa.
—Estás tan seria que me imagino lo que me vas a decir.
—Mira, Christian, lo primero que te quiero decir es que, ante todo, no quiero perder tu amistad.
—Así que tu respuesta es no…
—En efecto, mi respuesta es no. Pero no es por ti. Tú eres un chico genial, pero estoy enamorada de otro y no te puedo engañar sobre ello.
—Te enamoraste de Diego, ¿no?
—Así es. Estoy enamorada de Diego y lo estamos intentando— Christian se levantó y se puso como un loco.
—¡No puede ser! ¡No entiendo qué le ves tú a un chico como él! Diego es un frívolo que sólo se interesa por el físico de las chicas, ¿cómo puedes estar con él?
—Mira, no sé cómo fue, ni en qué momento pasó, pero me enamoré de él y no puedo mentirte —se sentó a mi lado y me cogió de las manos.
—Luna, por favor. Dame una oportunidad, no sabes todo lo que siento por ti. Yo te puedo hacer la mujer más feliz de este planeta, por favor, vamos a intentarlo.
—Christian, el amor no se obliga. Uno no decide de quién se enamora y mi corazón ahora le pertenece a Diego —se levantó del banco de piedra y sin decir una sola palabra más, empezó a caminar hacia su casa muy deprisa—. ¡Christian, por favor, espera! —salí corriendo detrás de él. Me puse delante, para frenarle.
—Luna, déjame pasar. Tengo que digerir todo lo que me acabas de decir. No te preocupes, mi amistad no la vas a perder. Pero no puedes imaginar lo que me duele saber que estás con Diego.
—Pero, Christian...
—¡No, Luna! Deja que me marche. Después, cuando Diego te engañe y te haga daño, me tendrás aquí para lo que necesites. Pero, ahora, déjame...
Me aparté para que pudiera pasar. Me sentía tan mal que se me puso un nudo en el estómago. No quería hacerle daño, pero tampoco merecía que le mintiera. Me fui a casa muy triste. Hasta entonces, aquella fue la peor situación por la que había pasado en toda mi vida. Cuando leo este tipo de situaciones en los libros, me parecen mucho más simples, nunca pensé que el vivirlo fuera tan duro. Por suerte, Christian se fue en dirección contraria a la de mi casa. Una de las frases que me había dicho me había dolido mucho. Yo sabía que Christian conocía muy bien a Diego. ¿De verdad pensaba que Diego me iba a hacer daño? Diego ya había dado un paso muy importante. Le había dicho a todo el mundo que me quería y había dejado a Míriam. No entendía qué podía salir mal después de eso. Seguramente, lo había dicho desde el despecho. Llegué a casa y me encontré a Diego sentado en el balancín.
—¿Qué haces aquí?
—Esperarte.
—Eso me lo imagino, pero no entiendo para qué. Pensabas que iba a venir con Christian y querías que te viese aquí, ¿no?
—Ya veo que tienes una mente muy rápida —dijo, divertido —, no me has dado ni tiempo a contestarte. Pero sí, lo he hecho por eso.
—¿Por qué no puedes confiar en que se lo iba a decir? Se lo he contado todo y no es que le haya sentado muy bien…
—Me imagino, a mí tampoco me sentaría nada bien que la chica que quiero me rechace —me senté a su lado y me apoyé en él para quedarme entre sus brazos.
—Pero tú has tenido más suerte. —Miré a Diego a los ojos—Yo te he dicho que sí.
—Lo sé, y eso es lo mejor que me ha ocurrido en la vida. Aunque te rompiste el brazo por mi culpa, gracias a ese accidente he podido conocerte y darme cuenta de lo que es en realidad el amor.
—Bueno, vale ya de decirme esas cosas, que me vas a hacer enrojecer. Venga, vete, que como te vean mis padres va a empezar el interrogatorio y no tengo ganas de dar explicaciones a nadie.
—Me voy si me regalas por lo menos quince besos.
—¿Quince? ¿Por qué quince?
—Uno por cada hora que vamos a estar separados, porque espero que no sea más tiempo…
Al decirme esas cosas tan bonitas, no pude resistirme a besarle. No sé cuántos besos nos dimos, pero puedo asegurar que fueron más de quince. Le tuve que invitar a marcharse más de una vez, muy a mi pesar. Después de la décima, conseguí que se marchara. Entré en casa y todo el mundo estaba en la cama. Me acosté con el corazón dividido: el amor que estaba descubriendo con Diego era la parte más dulce del verano, pero lo vivido con Christian fue una de las peores situaciones por las que había pasado. Por suerte, estaba tan cansada que me dormí muy rápido y, como todas las noches, Diego fue el protagonista de mis sueños.
Por la mañana había quedado con mis amigas en Nupara y, por la tarde, con mi novio. No podía ser un día más perfecto. Sol y charla mañanera. Les tenía que contar tantas cosas que me levanté con mucha energía. Abrí la puerta del cuarto para saber si todo el mundo estaba levando. Escuché las voces de los tres en la cocina, por lo que decidí ducharme con rock argentino. Puse Encrucijados bastante alto y me duché cantando y bailando. Uno de los motivos por los que estaba feliz era que, en cinco días, me quitarían la escayola y vendría Luca. Mi mejor amigo, mi confidente. Tenía tantas cosas que contarle… Venía para las fiestas, pero yo tenía la sensación de que iba a tenerlo los cinco días preso en Nupara.
Me vestí rápido, se me había hecho tarde. Bajé a la cocina, saludé a toda la familia, cogí una tostada que había en medio de la mesa y salí de casa. Al salir al porche, sobre la mesa, encontré un folio verde, doblado. Sonreí. Tenía que ser obra de Diego. Era un cielo. Cogí el folio y, al abrirlo, me quedé de piedra. Parecía la letra de una chica y pensé rápidamente en Míriam. ¿Es que nunca se iba a cansar? La nota decía:
No voy a dejar que seas feliz con Diego
No me podía creer que cada día me fuera a encontrar con ese tipo de tonterías. Me guardé la nota en el bolsillo y salí con la bici en dirección a Nupara. Llegué con la sensación de que alguien me había estado siguiendo pero, por mucho que mirara hacia atrás, no veía a nadie. Ya en Nupara, les conté a mis amigas todo lo que había pasado con Diego y Christian el día anterior.
—¡Qué día más intenso! —comentó Laura.
—Y el de hoy va por el mismo camino… —dije, sacando del bolsillo el folio verde—. Tomad, leed esto e imaginad de quién puede ser —. Laura fue la primera en leerla. Después, se la pasó a Sandra.
—Parece letra de chica —dijo Sandra—. No sé qué decirte. Lo más obvio sería pensar que la ha escrito Míriam, pero Mario me ha dicho que Diego siempre ha sido un mujeriego y ha tenido unos cuantos problemas…
—Entonces, ¿qué tengo que pensar, que aparte de la loca de Míriam alguien más me va a hacer la vida imposible?
—Yo sólo te digo que tienes que tener cuidado —Laura, en vez de tranquilizarme, consiguió ponerse más nerviosa—. Esta nota puede ser una broma o una advertencia.
—Pues espero que sea una broma. No me apetece tener que estar cuidando lo que hago o dejo de hacer con Diego. Bastante difícil ha sido ya nuestro comienzo, para que todo se tuerza antes de disfrutar.
Sandra, muy hábilmente, cambió de tema. Ella sabía que me estaba empezando a agobiar la conversación, por lo que empezó a hablar de las fiestas. El miércoles empezaban y teníamos que organizar todos los juegos de niños y mayores. Ella, tan organizada, había traído cuaderno y bolígrafo para apuntar todas las ideas que nos vinieran a la mente. Estuvimos toda la mañana haciendo una lluvia de ideas, con Sandra como secretaria. Unas eran buenas y otras, absurdas. Por eso decidimos que, durante el fin de semana, le echaríamos otro vistazo mientras hacíamos manualidades en casa de Sandra. Nuestro violento encuentro con Raúl y sus amigos la última vez que habíamos ido a la discoteca nos había quitado un poco las ganas de volver a salir de fiesta.
Quedamos en vernos a la tarde en el parque. Los chicos estarían allí y todas habíamos quedado con ellos. Llegué a casa y preferí no decirle nada a Urko sobre la nota que había encontrado en la mesa del porche. Conociéndole, se pondría a interrogar a todo el pueblo para saber quién me la había mandado y no tenía ganas de darle importancia a una loca. Después de comer me tumbe en el sofá con mis padres. Nos pusimos a ver una película y me quedé dormida. Me desperté sobresaltada, oyendo unos gritos, sin saber de dónde provenían. Resultó que era uno de esos programas del corazón que tanto detesto. También resultó que me había dormido y ya eran las seis de la tarde. Le había dicho a Diego que estaría en el parque a las cinco, como muy tarde, de modo que salté del sofá, cogí una manzana de la cocina y salí de casa apretando el paso. Llevaba la nota en el bolsillo para enseñársela a Diego y que me dijera si aquella era la letra de Míriam.
Cuando llegué al parque no sabía muy bien cómo comportarme con Diego, que me sonreía encantado. No sabía si ya estábamos en el punto de besarnos en público y me daba un poco de vergüenza. Por suerte, él se adelantó y me plantó un dulce beso en los labios. Sentí que me ruborizaba y pillé a Urko tapándose la boca para que no se notara que se estaba riendo.
—¿Qué tal la siesta? —siguió cachondeándose de mí.
—¡Chivato! —grité, y él me sacó la lengua como cuando éramos pequeños— Podrías callarte...
—No le eches la culpa —dijo Diego, para tranquilizarme—. Le he preguntado tantas veces por ti que ha tenido que decírmelo...
—Tú no lo defiendas —le di un pequeño codazo en la tripa, casi sin llegar a tocarle—. Es mi hermano, lo conozco perfectamente y sé que no has tenido que rogarle mucho para que te lo dijera...
—Bueno... Pero no te enfades.
—No, no me enfadó —planeaba mi venganza—. Yo también puedo contarle cosas a alguien, para que estemos en paz —dije, mirando a Sandra y borrándole a Urko la sonrisa de la cara—. Pero soy mejor hermana...
—Punto para Luna... —bromeó Diego.
Pasamos la tarde entre risas. Por suerte, Míriam y sus amigas no aparecieron por allí, así como tampoco Christian. En realidad, descubrí que me importaba muy poco lo que estuvieran haciendo. Al caer la noche, la gente se fue marchando hasta que solo quedamos Diego y yo.
—Tengo que contarte algo —anuncié—, pero quiero que estés tranquilo...
—Si empiezas así, malo.
—Quiero que leas esto —cogí la nota del bolsillo y se la di.
—¿Qué es esto Luna?
—Léelo y dime qué te parece, me lo han dejado esta mañana en la mesa del porche —sin dudar ni un segundo más leyó lo que ponía en el folio verde—. ¿Tú crees que habrá sido Míriam?
—Esta no es su letra, pero puede ser de cualquiera de sus amigas.
—¿Entonces piensas que me la ha podido mandar ella?
—Luna, no quiero que te preocupes por nada de esto. Nadie va a hacer cambiar lo que siento por ti. En poco tiempo, he sentido contigo lo que nunca había sentido por nadie. No dejó de pensar en ti y, cuando no estoy contigo, sólo pienso en que llegue el momento de verte otra vez...
—Eso es muy bonito, Diego... A mí me pasa lo mismo, aunque no puede compararte con nadie, porque eres mi primer novio.
—Y el último.
Luego, nos besamos. Era tan dulce que nunca pensé que Diego sería capaz de decir esas cosas. Era tarde, por lo que decidimos irnos a casa. De camino, nos cruzamos con Míriam, que iba hacia el parque con una mochila. Fue una situación bastante incómoda. Nos miró, levantó la cabeza de una manera muy arrogante y, aunque la saludamos, no nos respondió. En parte, estaba en su derecho: su novio la había dejado por mí, entendía que no quisiera ni vernos a ninguno. Esperaba que el tiempo le curase la herida.
Nos quedamos en el balancín del porche, hablando y besándonos hasta bien entrada la noche. El tiempo pasaba mucho más deprisa cuando estaba con él, casi sin darme cuenta de que las horas volaban. Tenía intención de despedirme ya, cuando noté algo extraño en el aire.
—¿No te huele a quemado?
—Ahora sólo puedo oler a vainilla.
—No seas tonto, te lo estoy diciendo muy en serio —se levantó y se acercó a la verja.
—Tienes razón. Huele mucho a humo, y parece que viene del parque.
—¿Del parque? ¿Qué se ha podido quemar allí? Deberíamos ir a ver qué ha pasado...
Sin decir más, nos cogimos de la mano y fuimos hacia el parque. Empezamos a oír las sirenas de los bomberos. Claramente, algo se estaba quemando. El humo venía del frontón. Los bomberos y la policía estaban cortando el paso para que nadie pudiera acceder. Estaba toda la gente que normalmente se suele quedar en el bar hasta tarde. También estaban Urko y Sandra. Nos acercamos hasta ellos para preguntar que sabían.
—¿Qué ha pasado? —dije, nerviosa.
—Por lo que parece, alguien ha quemado la cabaña que está detrás del frontón —Diego y yo nos miramos asombrados—. Y parece que ha sido intencionado.
—¿Se sabe quién ha sido? —dijo Diego, preocupado.
—No, hemos llamado nosotros a los bomberos, estábamos en casa de Sandra y desde la ventana hemos visto salir un montón de humo y nos hemos asustado.
—Normal, el olor llega hasta casa —le dije.
Tardaron bastante tiempo en apagar el fuego. Diego y yo intentamos llegar hasta la cabaña, pero la policía no nos dejó pasar. Nos dijeron que se quedarían allí toda la noche por si volvía a prender y los bomberos tenían que intervenir otra vez. Nos fuimos a casa resignados. Alguien había quemado nuestra cabaña. ¿Pero quién podía ser? Nadie sabía que Diego y yo nos encontrábamos allí por las noches, así que nos quitamos de la cabeza que Míriam tuviera algo que ver. Nos despedimos y quedamos en vernos por la mañana para ver si podíamos descubrir por fin lo que había pasado. Un incendio no suele ser fortuito, alguien lo provoca, por mucho que Diego pensase lo contrario. Yo seguía convencida de que, detrás de aquello, estaría la persona que me había dejado la nota por la mañana. Me metí en la cama muy triste. El lugar donde Diego me había dado mi primer beso estaba quemado. Nuestro lugar secreto ya no existía. Me dormí dando un paseo por los recuerdos de un lugar que nunca más volvería a ver.

-------------------------------------------------------------0----------------------------------------------------------------------

Hola!!

No me matéis por lo de la cabaña, pero algo tenía que pasar, no? Os imagináis quien ha sido?

Espero que os guste, no os penséis que todo ira mal o que el amor dura para siempre, pero todavía quedan muchas cosas por suceder.

Muakas a todos, y no olvidési comentar, votar y compartir!!!

Luna de VainillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora