Capítulo Seis parte 1

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 Era el mejor sábado de mi vida. Cuando desperté, me di cuenta de que había dormido abrazada a la camiseta de Pausoz Pauso que había llevado la noche anterior. Me quedé dormida oliendo el aroma que había dejado Diego. Miré la hora y era la una del mediodía. No había quedado con mis amigas, así que bajé en pijama y, como era tarde para desayunar, tomé solo un zumo hasta la hora de comer. En la cocina estaba mi madre, haciendo la comida.

—Buenos días, mamá.

—Hola Luna, ¿a qué hora llegaste ayer? —preguntó mi madre.

—No sé, un poco tarde... ¿por qué?

—No, por nada, porque no te oí llegar...

—Más o menos sobre las tres...

—¿Y qué hiciste? Porque te veo muy contenta... ¿Quedaste con Christian? —Ya estaba, no había forma de engañar a aquella mujer.

—No, estuve con mis amigas, dimos una vuelta por el pueblo y nos quedamos en el parque hablando —dicho esto, la curiosidad me pudo—. ¿Por qué dices lo de Christian?

—Porque te veo muy feliz y tienes un brillo en los ojos que nunca te había visto —sí, era bruja...

—Pues te equivocas, estuve con mis amigas... lo que pasa es que estoy contenta porque solo quedan dos semanas para que me quiten la escayola y tengo ganas de bañarme en el río —no sé si coló—. Voy al porche a leer un rato.

No quise seguir hablando sobre el tema, porque en ese momento no estaba preparada para hablar con mi madre sobre lo que estaba viviendo con Diego. Ojalá ese día llegara pronto, pero no era entonces. Cogí el libro que estaba encima de la mesa de la sala y salí al porche. Hacía muy buen tiempo, pero por suerte el sol en el porche no da de lleno hasta la tarde, se está muy bien porque no pasas calor. Me senté en el balancín y me intenté concentrar en el libro, aunque en mi mente solo tenía a Diego. No tardé mucho en engancharme, ya que el libro era muy interesante. No sé cuánto tiempo pasé leyendo pero, por el hambre que tenía, pensé que ya sería la hora de comer. Sin embargo, en lugar de entrar, preferí esperar a que alguien saliese a llamarme y hacer tiempo para poder seguir leyendo un rato más, pues con todo lo que me estaba pasando, tenía la lectura abandonada. Me concentré de nuevo en el libro, El psicoanalista. Nunca imaginé que me engancharía tanto. Siempre había leído libros más bien románticos y resulta que este género también me interesaba. No tanto, pero podía ser una alternativa para las ocasiones en las que, empachada de tanto romanticismo, me tomo un descanso y dejo de leer del todo. El sol empezó a cubrir todo el porche. Empecé a tener calor, de modo que cerré el libro y fui a abanicarme con él. Al levantar la mirada, encontré a Diego apoyado en la barandilla. Ni qué decir tiene que me quería morir de tanta vergüenza que me dio el hecho de que me sorprendiera allí, en pijama. Y, como siempre que algo me avergüenza, me puse a la defensiva

—¿Qué haces ahí parado? —pregunté bruscamente.

—Mirarte.

—¿Estás loco? Toda mi familia está ahí dentro —dije, temiendo de verdad que alguien saliera y nos encontrara juntos—. ¿Querías algo? Porque no habrás venido hasta aquí solo para mirarme...

—Pasaba por aquí de camino a casa, a comer. Te he visto leyendo y me he parado a mirarte. Me gusta tu pijama —dijo, sin poder apenas contener la risa. Yo me miré y me di cuenta de que llevaba el pijama que Urko me había regalado en Navidad: un pantaloncillo más bien corto y una camiseta de tirantes con perritos y corazones, todo un espanto—. Te queda muy sexy...

—No te rías de mí —protesté, aunque se me contagió su buen humor y no me lo tomé a mal—. ¿Nos vemos esta noche?

—Si me das un beso.

Luna de VainillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora