Capítulo 8 parte 1

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Por fin aquel día me desperté descansada y con muchas ganas de ir al río. Me preparé, metí todo en la mochila y bajé a desayunar y a preparar la comida para la excursión. Mis padres ya estaban levantados y desayunados, y Urko ya se había marchado. Había quedado temprano para hacer compras e ir preparando el fuego de la barbacoa. Sobre la encimera de la cocina, mi madre había dejado preparados dos bocadillos. Urko le había dicho que nos íbamos a pasar el día al río y se me había adelantado.
—Gracias, mamá —sonreí, de buen humor.
—De nada, hija. ¿Cómo estás?
—Mucho mejor, con muchas ganas de ir al río —no me dio tiempo de decir nada más, Laura y Sandra entraron en casa saludando alegremente.
—¡Hola, chicas! —me sumé a su alegría.
—¡Hola! —dijeron al unísono, incluyendo a mi madre en el saludo.
—¿Nos vamos? —la impaciencia me podía.
—¡Claro! Cuando quieras... —dijo Laura.
Nos despedimos de mi madre, que también parecía contagiada por nuestro buen humor, cogimos las bicicletas y nos fuimos. Por el camino, Laura me dio una noticia inesperada.
—Tengo una buena noticia para ti.
—Sorpréndeme —dije, sin saber que de verdad me iba a sorprender.
—¡Diego ha dejado a Míriam! —dijo, creyendo que yo explotaría de emoción.
—¿Y? —le dije, pues la noticia me sorprendió, pero no quería dejarme llevar por la emoción.
—¿Cómo que y...? La ha dejado por ti —dijo, perpleja por mi aparente desinterés.
—¿Eso te ha dicho Mario? —supuse que esa sería la fuente de información más directa.
—Bueno, exactamente... no —titubeó—. Pero estoy segura de que ha sido por ti.
—Si la hubiera dejado por mí, ¿no crees que se lo habría contado a su mejor amigo?
—Sí, pero...
—Déjalo, Laura —le dije—. Mejor vamos a disfrutar del día, que hoy me he levantado de buen humor.
Miré hacia el frente, queriendo zanjar el tema, y ellas me entendieron perfectamente. Seguimos hablando y riendo de temas banales. Estábamos llegando al puente y ya se oía la música de los que ya estaban en el río. Nos las prometíamos muy felices cuando, de improviso, vimos a Raúl y a sus amigos. Laura se quedó callada, con el pánico reflejado en la cara. Raúl giró la cabeza y, al vernos, dijo algo a sus amigos para que nos cortaran el paso. Se pusieron en medio del camino y tuvimos que frenar en seco. Desesperada, miré hacia las parrillas donde se hacían las barbacoas y, por suerte, vi que Mario se había dado cuenta de lo que estaba sucediendo y corría, junto con Diego y Urko, hacia donde estábamos nosotras. Mientras, Raúl empezó a hablar.
—Hombre, Laura, ¿qué tal?
—Ahora, mal —dijo mi amiga, con todo el desprecio que pudo reunir contra aquel tipejo—. ¡Déjanos pasar!
—Y si no quiero, ¿qué vas a hacer? ¿Gritar?
—No voy a gritar, Raúl. Dime lo que quieres o déjanos en paz.
—¿Me preguntas qué quiero? —espetó, de forma desagradable y agresiva—. Te quiero a ti. Te lo dije cuando me dejaste, tú eres mía —Empezó a acercarse a Laura, que se echó a temblar de puro miedo, pero en ese momento los chicos llegaron hasta nosotras y se interpusieron en su camino.
—¿Qué problema tienes, Raúl? —gritó Mario, en plan defensivo.
—Ninguno —fue una respuesta seca—. Sólo estoy hablando con mi amiga Laura.
—Pues, si no tienes ningún problema —siguió Mario—, quitaos del medio y dejadlas pasar.
—Sí, Mario, sí —su voz sonaba condescendiente, mientras los demás ya se estaban apartando del camino—. Las dejamos pasar. Hoy no es el mejor día para cobraros las que me debéis pero, no te preocupes, que el día llegará más pronto de lo que imagináis —Urko estaba apretando con fuerza los puños y Diego, muy serio, sin decir nada, valoraba la situación desde la distancia. Los otros comenzaron a retroceder, en dirección al pueblo. Al pasar junto a Laura, Raúl susurró —Tú eres mía y de nadie más.
Laura se apartó, frenando como pudo a Mario, que ya cargaba contra su enemigo. Con aspecto desafiante, se marcharon por fin. Laura se abrazó a Mario y Urko le pasó un brazo por los hombros a Sandra. Diego me miraba con aquellos ojos que me hacían perder la fuerza de la convicción. Pero no cedí. Me monté en la bici y empecé a pedalear hacia el río, dejando que mis amigas se despidieran de sus respectivos novios. Pasé junto a él sin que dejara de mirarme pero, cuando casi había cruzado el puente, echó a correr y se me puso delante para que me detuviese.
—Luna, espera...
—¿Qué quieres? —dije, lo más entera que pude.
—Que hablemos —y no lo decía en tono beligerante, sino de forma humilde.
—No tengo nada que hablar contigo, déjame pasar.
—Pero yo tengo algo que decirte... —se quedó mirándome fijamente la muñeca—. ¿Pulsera nueva?
—No voy a seguirte el juego —intenté pedalear de nuevo, pero Diego sujetaba el manillar—. Déjame, por favor...
—La he dejado, Luna. Por ti... —casi me pareció que una lágrima se le quería escapar—. Ayer fui a la cabaña para contártelo, pero no apareciste. ¿Por qué no viniste?
—¿Todavía me lo preguntas?
—Sí —dijo, impaciente—, todavía te lo pregunto porque todavía no me has contestado.
—¿Qué quieres que te diga? —estaba a punto de explotar—. ¿Sabes lo que yo sé? Que la segunda noche que estuvimos juntos no quisiste acompañarme a casa con la excusa de que habías quedado con Mario, cuando en realidad te fuiste corriendo a acostarte con Míriam. Que ni siquiera le has contado lo nuestro a tu mejor amigo porque ¡no soy tu tipo! — él bajó la cabeza—. Dime, Diego, ¿sabes ya por qué no fui a la cabaña?
—Lo siento mucho, Luna —todavía no me miraba—. Es la primera vez que siento algo así por alguien. Tuve miedo...
—¿Miedo? ¿El tipo más duro del pueblo tiene miedo? ¿De qué? ¿De sentir algo por una chica como yo? ¡Te avergüenzas de que lo sepan los demás!
—Las cosas no son así, Luna. Déjame explicarte...
—No quiero escuchar nada, Diego —y la rabia salió por mi boca en forma de desprecio rotundo—. ¡Me traicionaste! Me hiciste creer que me querías para luego irte con otra. Eso no te lo voy a perdonar. Ahora, déjame pasar.
Diego quería seguir hablando pero, al verme tan alterada, los demás se habían acercado. Urko se puso a mi lado y miró a Diego de muy malas maneras. Me preguntó si estaba bien, creo que para avisar a Diego de que me dejase tranquila. Contesté que sí y urgí a mis amigas a que nos marchásemos. Urko preguntó adónde, pero ninguna contestamos. Yo miré a Diego con desprecio. Sentía mucha rabia, pero también alivio. Había sido capaz de decirle todo lo que llevaba acumulando desde hacía días. Por fin había zanjado el tema. Tenía el corazón roto, pero la historia de Diego había terminado.
Al llegar al río, encontramos el camino casi tapado por las ramas, lo que quería decir que nadie había pasado por allí desde el año pasado. Lo atravesamos con dificultades y dejamos las bicis apartadas del camino, para que nadie pudiera verlas. Lo primero que hicimos al llegar a la gran roca fue abrazarnos. Respiramos hondo, capturando los olores a hojas mojadas, a río, al musgo pegado a la roca que nos traía recuerdos inolvidables. Puedo asegurar que bañarse desnuda en el río, acompañada por tus mejores amigas, no tiene precio. Nupara y el río, dos lugares que dejarían de ser mágicos si la gente los conociera.
—Por fin estamos de nuevo aquí —dijo Sandra, que es una sentimental como yo.
—Sí, tenía muchas ganas de venir.
—¿A qué esperamos? —intervino Laura—. Vamos a quitarnos la ropa y... ¡al agua!
—Yo prefiero no intentarlo, chicas. Solo me queda una semana para que me quiten la escayola, prefiero esperar.
Mientras ellas se quitaban la ropa para meterse en el agua, yo saqué la toalla para tumbarme mirando al cielo. Intentaba aparentar normalidad. Cada vez que me llamaban, las miraba y sonreía pero, en realidad, tenía ganas de llorar. No podía dejar de pensar en las palabras de Diego. Me hablaba de miedo. Miedo tenía yo, a que me rompiera el corazón. Había confiado en él y me había equivocado. Esperaba ser lo bastante fuerte para no volver a caer. Anhelaba su boca, sus caricias, la excitación al tocarse nuestras lenguas. Empecé a llorar pero, entonces, Laura se tiró sobre mí totalmente mojada y me sobrevino una carcajada incontrolable. Nos quedamos allí tumbadas, hablando de temas sin importancia, hasta que llegó la hora de comer. Sentadas ante nuestros bocadillos, era un buen momento para que Laura se sincerase con nosotras.
—¿Por qué Raúl siempre te dice que eres suya? —pregunté.
—Raúl es muy celoso. Antes de venir al pueblo le dejé por ese motivo. No me dejaba hacer nada sin él. Me agobiaba mucho. Ahora, con lo del otro día, yo he empeorado la situación...
—No tendrás problemas más serios, ¿verdad?
—¿A qué te refieres?
—Mira —le dije—, no te acuerdas de lo que pasó después de que cerraran los bares, te despertaste en su casa desnuda... —me agobié solo de imaginarlo— Igual...
—No digas nada, por favor. Desde que estuve con él, todos los días pienso en ello. Estoy deseando que me baje la regla.
—¿Cuándo te toca? —dijo Sandra, más práctica que yo.
—Después de fiestas.
—Creo que te va a salir caro aquel despecho, porque todavía faltan dos semanas…
—Buff... No quiero ni pensar en ello, aunque, por las fechas, creo que tendré suerte. En todo caso, Luna, ¿de qué estabas hablando tú con Diego? —cambió de tema.
—Me ha dicho que ha dejado a Míriam por mí.
—¡Yo tenía razón! —dijo Laura, muy contenta.
—Pero eso no importa —la alegría se le fue de un plumazo—. Le he dicho a la cara todo lo que sabía y ¿sabéis que me ha dicho?
—¿Qué? —dijeron las dos.
—¡Que le entró miedo! —dije, poniendo cara de que no me creía ni una palabra—. Ha tenido la cara dura de decirme que no ha sabido gestionar lo que sentía por mí…
—¿Cómo? —dijo Sandra, alucinada.
—Se supone que es la primera vez que siente algo así por alguien y por eso se ha comportado de esa manera.
—No creo que Diego sea de los que mienten sobre ese tema —dijo entonces Laura, por lo visto, dispuesta a defenderlo—. Si lo piensas un poco, después de tanto tiempo juntos, la ha dejado por ti.
—Eso ya no es suficiente, Laura —argumenté—. Para poder confiar en él, tendría que demostrarme mucho más.
—¿Cómo quieres que te lo demuestre, si no le hablas? — insistió.
—Por ejemplo, contándole lo nuestro a todo el mundo, cosa que todavía no ha hecho. Porque Mario no lo sabe, ¿verdad?— Laura bajó la vista al suelo, demostrando que yo tenía razón.
—En eso tienes razón —dijo, por fin—. Pero Diego está enamorado de ti. No me preguntes por qué, pero sé que es así.
—Me encantaría que eso fuera verdad —de hecho, soñaba despierta con que lo fuese.
No dijimos nada más. Nos quedamos en silencio, pensando las tres en la movida con Raúl. Si resultaba que Laura estaba embarazada, aunque hubiera pocas posibilidades, ¿qué iba a hacer? Podía convertirse en un problema tremendo. Viendo que nuestra inquietud iba en aumento, Sandra sacó de la mochila un radio CD a pilas y nos miró, sonriendo.
—¿Qué has traído? —preguntó Laura, divertida.
—¡Música para bailar! —respondió—. Hoy no quiero que nadie esté triste, así que olvidad los problemas y, venga, a levantarse…
Laura y yo nos quedamos sorprendidas. Pensé que habría traído reggae, pero su sonrisa maliciosa me mosqueó. Intenté ver el CD antes de que lo metiera, pero no me dio tiempo. Puso el volumen al tope y pulsó el play. Durante los escasos segundos que la música tardó en sonar, nuestra expectación creció y creció, hasta que se desveló el misterio: era reggaetón. No era el tipo de música que habríamos esperado de Sandra pero, sorprendentemente, nos encantó. Nos pusimos a bailar y a cantar, dejando los problemas para más tarde.
Entre baños, bailes y más baños, llegó la hora de marcharse. Mis amigas se vistieron y recogimos todo lo que habíamos ensuciado para que el lugar quedara como si nadie hubiera pasado por allí. Para nosotras era importante: en el monte, el bosque, el río o la playa, se puede disfrutar de todo tipo de fiestas, pero hay que respetar la naturaleza. Cogimos las bicis y nos dirigimos al pueblo. Al llegar al puente, escuchamos la música de los chicos, que estaban en su barbacoa. Deseé que no se parasen a saludar a Urko y a Mario, porque no tenía ganas de pasar otra situación incómoda con Diego. Pero la suerte no me acompañaba, por supuesto que se pararon. Yo no quería acercarme, pero la curiosidad pudo conmigo. Algunos chicos estaban bañándose en el río; otros, bailando; y la mayoría de ellos, borrachos. Tenían un montón de botellas de cerveza, en las mesas, sobre las toallas… y todavía les quedaban muchas, metidas en el río a refrescar. Ellos tres estaban de pie, hablando, con sendos vasos de cerveza en las manos. Urko se giró y nos saludó, y los otros dos hicieron lo mismo. Por la lentitud de sus gestos, era evidente que estaban borrachos. Diego echó a andar hacia nosotras y yo pensé “No, por favor, que no se acerque”.
—Me parece que viene hacia aquí —dijo Sandra.
—¿No me digas? —cuando quería, podía ser la reina del sarcasmo—. Yo me marcho...
—No, Luna. Espera —y Laura podía ser la reina del cotilleo.
—Me voy. Vosotras haced lo que queráis...
—Nos vamos contigo— dijo Sandra, resignada.
Empezamos a pedalear, alejándonos de allí. Diego corría detrás de nosotras, llamándome. No me giré para mirarlo. La mejor manera de olvidarlo era no estando con él y eso era lo que pensaba hacer a partir de entonces. Mis amigas se pasaron todo el camino reprochándome la actitud que había tenido con él, al no haber querido escucharle. Entendían mis motivos, pero no los compartían. Al final, cuando llegamos a casa, estábamos tan cansadas que decidimos no quedar por la noche, para poder aprovechar el mercadillo de la mañana siguiente. Nunca comprábamos nada, pero nos gustaba mirar los puestos, ver lo que la gente compra por comprar, por el simple hecho de que esté barato. Eso nos hacía mucha gracia.
Entré en casa y encontré a mis padres abrazados, viendo una película. Me senté con ellos y les conté, por encima, lo que habíamos hecho durante el día. Luego, mientras me daba una ducha, que necesitaba mucho después del día de calor que habíamos pasado, mi madre me hizo el gran favor de prepararme algo de cenar, viendo que estaba agotada. El espejo del baño me devolvió la imagen de una chica con el aspecto horrible, que era exactamente como me sentía. Luego, me puse ropa cómoda y bajé a cenar. Urko todavía no había llegado, seguro que seguía en la barbacoa, dándolo todo. Mis padres habían quedado para salir con unos amigos y me dijeron que encendiera el móvil por si tenían que llamar para algo. No tenía muchas ganas de encenderlo pero me picaba la curiosidad por si Luca me habría mandado algún mensaje. Resultó que no lo había hecho y decidí que lo llamaría el domingo para concretar la fecha de su llegada.
Las fiestas empezarían el siguiente fin de semana. Por suerte, el miércoles me quitarían la escayola. Como el viernes era el chupinazo, pensé que Luca tendría que venir antes. Ese mismo día habría un DJ contratado y sería muy divertido. Estaba haciendo todos aquellos planes cuando Urko entró en casa, me vio en el sofá y se abalanzó a mi lado. Olía muchísimo a alcohol.
—Te quiero, Lunita... —era peor de lo que había imaginado.
—Yo también —acepté—, pero estás muy borracho.
—Un poco... —sí, el eufemismo del año— ¿Papá y mamá?
—Han salido a tomar algo, no sé a qué hora vendrán.
—Mejor —dijo, con la voz anormalmente aguda—. Vamos a poner música y así bailas conmigo...
—Ni lo pienses —dije, disimulando la hilaridad que me producía ver a mi hermano en aquel estado-—. Creo que lo mejor va a ser que te des una ducha, créeme, lo necesitas, y que te vayas a la cama enseguida.
—¡Nooooo! —gritó, como un niño—. A dormir no...
—Venga, Urko, a la ducha —sonaba como mi madre cuando teníamos seis años.
—Perdóname, Luna —dijo, expresando, seguramente, algún pensamiento inconexo.
—¿Por? —temblé de miedo—. ¿Qué me has hecho?
—Te prometí que no me metería en lo tuyo con Diego, pero...
—Te mato, Urko... —no quería ni imaginar lo que había podido hacer o decir.
—¿Sabes qué te digo? Diego es un tío de la ostia...
—Lo que me faltaba —estaba exasperada—. Ahora mi hermano defiende al tío que se ha reído de mí...
—¿Reído? —preguntó, con las cejas muy levantadas— estás muy confundida. Está enamorado de ti y lo está pasando muy mal porque no quieres hablar con él. No sabes cómo se ha pasado Míriam cuando ha salido corriendo detrás de ti hoy.
—Ni lo quiero saber —dije, pero Urko no me dejó seguir hablando.
—¡Escúchame! —gritó, intentando pronunciar bien las palabras—. Le ha dicho que era patético, corriendo detrás de una gorda —Míriam, siempre soltando su veneno—, y él le ha gritado que ni se atreva a decir nada de la chica de la que está enamorado...
En los dibujos animados, cuando uno de los personajes es realmente feliz, la imagen se congela y a su alrededor revolotean pajaritos o aparecen estrellas de colores alrededor de su cara de éxtasis. Pues eso mismo me pasó a mí. No me lo podía creer. Si Diego había sido capaz de gritar algo así delante de todos, ¡significaba de me quería de verdad! Abracé a Urko con todas mis fuerzas y le besuqueé por toda la cara. Se soltó y salió corriendo al baño. Se ve que le había apretado tanto que toda la cerveza que había tomado estaba a punto de salir por donde había entrado. Yo me quedé en el sofá, ignorando el desagradable sonido de sus arcadas, abrazada a un cojín. No podía dejar de sonreír. Lo había hecho, se lo había dicho a todo el mundo... ¡Y pensar en cómo lo había tratado durante todo el día! Se me partía el alma. Eso me pasaba por no pararme a escuchar. Hablando de escuchar, ya no oía nada en el baño, de modo que me acerqué a ver, no fuera que Urko estuviera peor de lo que parecía, que ya era mucho. Había vomitado hasta la primera papilla y se había dormido encima de la taza. Llevaba una borrachera de escándalo. Lo desperté como pude, lo llevé a la cama y lo metí dentro con ropa y todo. Me costó bastante, usando un solo brazo, manejar aquel peso muerto. Salí de allí cerrando la puerta y volví a la sala a intentar terminar las pocas páginas que me quedaban del libro que estaba leyendo. Pero me pesaban los párpados y, además, no podía dejar de pensar en Diego, por lo que cerré el libro y decidí acostarme. Miré por la cristalera de la sala y estaba muy oscuro, era noche cerrada. Me dirigía a las escaleras cuando empecé a oír gritos en la calle. No entendía lo que decían, así que volví a acercarme a la ventana, por si era una pelea y había que pedir ayuda. No había ninguna pelea. Sólo era Diego, absolutamente borracho, gritando mi nombre en dirección a la ventana de arriba, suplicándome que bajara a hablar con él. No podía creer lo que veían mis ojos. Luego, una oleada de vergüenza me subió desde la punta de los pies hasta la de la nariz. ¿Se había vuelto loco? ¿No le importaba la gente que pasara por la calle, ni mis padres? No estaban en casa, pero él no tenía por qué saberlo. Volví a mirarlo a través del cristal. Estaba extrañamente guapo, despeinado, acalorado, con la cara sonrojada por el alcohol y los ojos vidriosos brillando en la oscuridad de la noche. Tuve que recordarme que tenía que conseguir que se callara cuanto antes, porque me había quedado extasiada mirándolo. Salí pitando al porche, ignorando el hecho de que sólo llevaba encima un pijama viejo y desastrado que, en condiciones normales, nunca habría dejado que él viera. Me abalancé sobre él y le puse la mano que no tenía escayolada en la boca.
—¡Cállate, Diego! —supliqué, mientras veía cómo una sonrisa se dibujaba en sus ojos y él aprovechaba mi cercanía para rodearme con los brazos y apretarme fuerte. Su cuerpo emanaba tanto calor que traspasaba la ropa, envolviéndome. Cuando estuve segura de que no iba a gritar más, le destapé la boca y seguí mirándole a los ojos, en parte porque no podía evitarlo.
—¡Luna, mi luna! Has salido —arrastraba las palabras con esfuerzo y apestaba a borrachera, pero la cercanía de su mirada y el calor que desprendía, además de la intensidad con la que se dirigía a mí, lo volvían irresistiblemente atractivo.
—He salido —dije, en voz baja—, pero sólo para que te calles y te marches a casa.
—¡No voy a marcharme hasta que me escuches!
—¡Diego! —grité, susurrando— Estás muy borracho y montando un escándalo. Deja de gritar y vete. Hablaremos mañana... —me sujetaba tan fuerte que no podía separarme de él. Parecía claro que no me iba a soltar y, por otra parte, si ya no estaba con Míriam, no tenía mucho sentido que yo siguiera rechazándolo—. ¿Qué es lo que quieres?
—¿Quieres saber lo que quiero?
—Pues sí...
—¡Te quiero a ti! —gritó una vez más, mientras yo le daba golpecitos en el pecho con la mano sana y miraba alrededor por si había alguien. Después, tomó mi cara entre sus manos y me besó con tanta pasión como nunca antes. Quise resistirme pero, ¿realmente quería escapar de ese beso? La respuesta era no. A pesar de mis temores, a pesar del sabor a cerveza y de lo inapropiado de mi atuendo, no quería que dejara de besarme nunca. Algo después, cuando nuestros labios se separaron, pude hablarle.
—Diego, por favor...
—Luna, te amo —me cortó—. ¡Te amo! Ya no voy a engañarme más.
—Baja la voz, por favor —rogué—. Vas a despertar a todo el vecindario —le empujé como pude, porque caminaba tambaleándose, hacia el interior del porche, para sentarnos en el balancín. Pero me agarró de la cintura y volvió a besarme, esta vez, con dulzura.
—¿Es que no te gustan mis besos?
—Ese es el problema —dije, sentándome y obligándolo a él a sentarse—, que me gustan demasiado.
—¿Entonces? —intentó besarme otra vez, pero le paré poniéndole las manos en el pecho—. Dame otro, por favor...
—No, Diego, creo que no es el mejor momento para hablar. Estás borracho y yo necesito saber si esto es real o mañana me voy a enterar de que has vuelto con Míriam.
—No digas eso. Esto es real, tan real como que estoy delante de ti, diciéndote que te quiero.
—Es una preciosa declaración de amor —realmente lo era—, pero necesito algo de tiempo para creer en ti. Me engañaste, Diego...
—Perdóname —su voz sonaba sincera y dicen que los borrachos no mienten—. Tenía tanto miedo, nunca había sentido algo tan profundo por nadie y no supe gestionarlo.
—Hagamos una cosa —propuse, acariciándole la mejilla—. Mis padres están a punto de llegar, así que márchate a casa y mañana por la tarde hablaremos, en la cabaña...
—No, vendré a buscarte a casa y daremos una vuelta juntos. Y hablaremos.
—Como quieras —dije, conmovida por su clara intención de demostrarme que quería que nos vieran juntos—. Ahora, por favor, vete. No quiero que mis padres te encuentren aquí borracho perdido...
—Vale, pero primero dame un beso —era tan terco como una mula.
Pero ya no podía decirle que no, así que me abracé a su cuello y le besé con todo el corazón, jugando con la lengua muy dulcemente, como si ambas fueran a romperse si se tocaban demasiado. Volví a sentir la misma sensación en las profundidades de mi cuerpo, como un imán que me pegaba a su cuerpo, mientras saboreaba su lengua y él bajaba la mano por mi espalda, acercándose a partes de mi cuerpo que nunca habían sido acariciadas. El ambiente se estaba caldeando y, si dejaba que mis padres nos pillaran, toda la culpa sería mía. Por eso, sólo por eso, dejé de besarle para que pudiera irse. Pero antes, acercó sus labios, enrojecidos por la fuerza de nuestros besos, a mi oído y susurró: “Te amo, que no se te olvide nunca”. Y se fue tambaleándose, con la borrachera todavía a cuestas.
Me quedé idiotizada, mirando cómo se marchaba y tratando de que mi respiración se normalizase. Poco después, entré en casa y subí a mi habitación. Aún sentía sus manos sobre mi cuerpo cuando me metí en la cama, y así, pensando en él, me dormí. Y todos mis sueños de aquella fueron para él, haciendo que despertarme al día siguiente fuera una tortura. Sin embargo, había quedado con mis amigas para ir al mercadillo y, la verdad, estaba deseando contarles, oficialmente, que era la novia de Diego.
Urko estaba en la cocina, con una resaca que apenas le permitía abrir los ojos.
—¿Qué tal Urko?
—Mal, muy mal.
—Tienes una buena resaca, ¿no? —no pude evitar vacilarle.
—Sí, la gran resaca —dijo en voz baja, con las manos sujetándole la cabeza—. Creo que no voy a volver a beber en la vida.
—Ya, hasta la próxima...
—Lo dices como estuviera borracho a diario.
—Sabes que no he querido decir eso —dije, viendo que se lo estaba tomando tan mal—. Me voy a buscar a éstas, que nos vamos al mercadillo.
—¿También Sandra?
—Pues claro. Pero tranquilo, por la tarde será toda para ti.
—¿No vais a quedar? —dijo, haciendo un esfuerzo por seguir hablando.
—Es que yo he quedado... con Diego— y esperé a ver su reacción.
—¿Cómo? —se sobresaltó— ¿Cuándo?
—Es una larga historia, luego te la cuento.
Le acaricié el pelo con la mano y salí en busca de Laura. Después recogeríamos a Sandra, que era la más tardona. De camino al mercadillo, les conté lo sucedido la noche anterior. Se alegraron mucho y, esta vez, no hubo comentarios de duda ni desconfianza. Todo fueron buenas palabras y ayudaron a que me sintiera más segura de mí misma. En el mercadillo estaban los mismos puestos de todos los años. Paseamos y Laura, como siempre, quiso comprarse algo. Estábamos mirando un puesto de pendientes y collares, cuando el veneno de Míriam asomó detrás de nosotras.
—¿Quién te crees tú para pensar que Diego va a ser tu novio? —me di media vuelta para responderle.
—Luna, soy Luna.
—Sí, una Luna sin noche —se notaba el odio que Míriam me tenía—. Porque Diego no va a ser tuyo...
—¿Y eso quién lo dice? —le respondí con la misma chulería.
—Yo, lo digo yo y te puedo asegurar que Diego va a volver conmigo antes de lo que tú piensas.
—Perfecto, que vuelva. Pero recuerda esto: aunque esté contigo, estará pensando en mí. Que no se te olvide nunca. ¡Vamos chicas! Que aquí hay una herida que sangra demasiado.
Le puse la sonrisa más falsa que tenía y nos marchamos. No la soportaba, no me iba a dejar en paz en todo el verano. Tenía que entender que, a veces, hay que saber perder. Aunque se sufra, hay que admitir que la otra persona ya no te quiere. El amor no se obliga, porque entonces deja de hacerte feliz. Mis amigas me felicitaron por la contestación que le había dado a Míriam. Sabía que había sonado muy arrogante, pero Míriam tenía que saber que, aunque lo pareciera, yo no era débil y, si me buscaba, me iba a encontrar. Después del encontronazo con Míriam, la mañana transcurrió entre risas y pequeñas compras. Por suerte, se pasó muy rápido y quedamos en vernos al día siguiente en Nupara. Las dos me desearon mucha suerte. No por Diego, si no por Christian. Aquella noche había quedado con él. Si antes no tenía dudas de que mi respuesta iba a ser negativa, ahora lo tenía todavía más claro. Me daba mucha pena, pero no sabía cómo decirle que estaba con Diego y que siempre había estado enamorada de él. Entre otras cosas, le tenía que devolver la pulsera. No podía aceptarla.
Después de comer salí al porche, quería leer un rato y esperar a Diego fuera. No quería pasar el mal rato de que llamara y mis padres le empezaran a hacer preguntas incómodas. No sé por qué motivo, lo padres tiene ese tipo de cosas.

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Holaaaa!!!

Por fin juntos!! Amais a Diego como lo amo yo? Es un encanto, le da todo igual y solo quiere estar con Luna, es un amor.

Os da pena Chistian? Como se tomará la relación de Luna y Diego? Poco a poco ire desvelando muchas cosas, espero que os este gustando la historia.

Muchos muakas y no olvidéis comentar, compartir y votar!!!

Luna de VainillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora