Dos meses, aproximadamente ocho semanas. Dos meses demasiado intensos. Las llamadas de Eryx en medio de la madrugada se habían convertido en algo casi cotidiano, recurrente. En una vía de escape para él. Habían incrementado en las últimas dos semanas, por lo que Irish se sentía bastante preocupada. Desde esa noche, desde el día en que la abrazó por primera vez, ella de alguna forma pensó que quizá llevarían una amistad normal. Pero no fue así. Eryx recurría a ella como si fuera su salvavidas, su única oportunidad, porque era consciente de que ni lo iba a juzgar, ni lo iba a dejar solo. Por otra parte, la segunda cita con Dylan fue igual de bien que la primera, y que la tercera, y que las que siguieron. Sin embargo Irish no era capaz de coger confianza con él, no la confianza que sentía con el chico que la llamaba borracho hasta el culo para que lo acogiera en su casa.
Miró a su armario de nuevo, los diez minutos, o probablemente más que había malgastado delante del mueble no le habían servido absolutamente para nada. No encontraba nada apropiado que ponerse para la ocasión. Phoebe le había invitado para que acudiera a una especie de fiesta, que celebraba un amigo de Patrick. Venían los dos desde Seattle, y dijo que quería pasar tiempo con su mejor amiga, iba a ser una aburrida fiesta de negocios con gente igual de aburrida, y ella le podía hacer compañía. Irish no pudo negarse, como de costumbre. La echaba de menos, aunque no tuviera ni un ápice de ganas de ver la cara de Patrick.
Se giró cruzándose de brazos sobre su pecho, y le brindó una mueca frustrada al hombre delante suya, el cual sonreía con burla.
—No se si te servirá de ayuda, pero con cualquier cosa te verás guapa —dijo Dylan apoyando sus manos en la cama, echándose un poco hacia atrás.
Irish resopló negando con la cabeza.
—Pues no, no me sirve en absoluto.
El recuerdo de hacía cuatro días le nubló la mente, al ver al ojiazul sentado en la orilla de su cama. El recuerdo de ellos dos, de ella, con el castaño de ojos verdes.
Entraron por la puerta, Eryx dejando su anatomía apoyada en el cuerpo de Irish. Ella cerró la puerta y le quitó la chaqueta, como acostumbraba a hacer. La colgó en el perchero, y tiró de él hasta su habitación. Lo dejó sentado en la cama, y se quedó de pie mirándolo, de brazos cruzados.
—¿Qué has tomado? —preguntó ella sonando algo molesta.
Eryx se encogió de hombros, creyendo que aquello serviría de algo, que haría que se callara, que lo dejara de mirar de aquella forma.
—¿Acaso importa?
Esa respuesta exasperó aún más a Irish. En el momento en el que lo recogió de la puerta del bar, supo que no solo estaba borracho. Sus iris no eran verdes, no eran verdes como solían serlo, tenía las pupilas dilatadas, mucho. Y lo había visto embriagado suficientes veces como para saber que esa noche llevaba algo más encima.
La joven se agachó, y le quitó los zapatos, mientras él se limitaba a mirarla, sin decir absolutamente nada.
—A mí me importa, joder —masculló.
Eryx suspiró y se recostó en la cama, guiando su mirada hacia el techo de la habitación. Irish pensó que no diría nada más, y se apaciguó con el hecho de que no huiría a la mañana siguiente. Porque no lo había vuelto a hacer, al menos no de la forma en que lo hizo la primera vez. Desayunaban juntos, aquello también se había convertido en algo normal, cotidiano. La muchacha se giró, dispuesta a irse a dormir al sofá, como de costumbre, pero la ronca voz de él la detuvo.
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Mamba negra #PGP2022
Teen Fiction«Dicen que no hay razón para vivir con el corazón roto»