Irish dejó sus pertenencias en el despacho de Liam nada más llegar. Había faltado a las últimas reuniones, ciertamente no se sintió preparada para volver hasta ese día. Su amigo se encontraba preparando las sillas, así que se apresuró para salir acudiendo en su ayuda. Aunque no le hizo falta. El castaño puso todos los asientos en orden antes de que ella hubiera llegado a donde estaba, todo gracias al aporte de Eryx. Fue grato para ella poder convencerlo de que regresara también. Era consciente que desde que Irish dejó de acudir, la ausencia de él también fue notable. Habría acudido a tres o cuatro reuniones en total. Aunque su nerviosismo seguía siendo el mismo, lo ocultaba mucho mejor que la primera vez. Los miembros comenzaron a llegar, y para ese entonces Eryx ya había escogido cual sería su sitio. La castaña se posicionó donde solía, justo detrás de Liam, y como de costumbre, como todas las otras veces que Eryx había estado allí, la observaba de frente.
Liam comenzó a hablar, y los acompañantes relataron cómo había ido su semana, lo orgullosos que estaban de ellos mismos por su abstinencia. Eryx no sabía por qué, pero parecía ser motivo de vanidad. Ciertamente le bastaba con que la chica ahí parada de brazos cruzados fuera la única orgullosa de él. Y, por una vez desde que se conocieron, quiso darle motivos para estarlo. Alzó la mano, cual estudiante pidiendo permiso para hablar a su profesor, captando así la atención de Liam, el mismo que le dio paso para que hablara.
—Hola, soy Eryx —habló más claro de lo que se esperaba, a pesar de tener decenas de ojos examinándole. Total, solo le importaban un par—. Tengo veintitrés años, y llevo una semana y dos días sin beber.
Los desganados aplausos comenzaron a resonar por el lugar, pero su vista estaba fijada en Irish. Ella aplaudió con una expresión puesta que no supo descifrar, una buena mueca, de eso estaba seguro. Le asintió levemente con la cabeza, acompañado de una dulce sonrisa. No quiso continuar hablando, Liam se percató de ello y dio el turno de palabra a otro participante. Un extraño sentimiento parecido al miedo mezclado con templanza le revolvió, ciertamente no supo gestionarlo. Pocas cosas sabía sobrellevar, y las emociones no entraban en esa corta lista. Se había liberado en cierta forma al soltar aquello, pero sintió que a nadie le importaba realmente. Porque era lo que era, insignificante. Y los orbes marrones de aquella chica, a pesar de darle todo el protagonismo del mundo para ella, no lo supo ver. De repente deseó nunca haber hablado, quiso jamás haber aparecido por allí. Quiso meterse debajo de su cama, para que así nadie pudiera verlo. Nadie alcanzara a conocer al monstruo que escondía dentro. De golpe se sintió al descubierto, y no supo qué hacer al respecto.
Irish observó fijamente el comportamiento de Eryx, parecía estar sereno, aunque ido, como si realmente no estuviera allí. Ese tipo de actitud era la que le preocupaba, porque no sabía adónde viajaba su mente cuando estaba ausente, y aquello le asustaba. Eryx podía estar muriendo por dentro, y no exteriorizar ni un ápice de dolor. Lo había descubierto recientemente, y se dedicaba a mirarlo desde más cerca, con más atención tras eso. Pensó en acercarse, pero él podía no querer, asustarse, salir corriendo como tantas otras veces. Así que lo dejó absorto en sus pensamientos, y esperó a que la reunión se acabara para poder hablar con él.
Eryx levantó la vista de sus manos cuando se dio cuenta del barullo a su alrededor. No le dio tiempo a analizar qué estaba pasando, porque lo único que había en su campo de visión fue la figura de la castaña, con los brazos cruzados sobre su pecho. Ese día vestía un jersey morado, junto con unos vaqueros negros rotos por las rodillas y unas deportivas blancas. Le gustaba como se veía el morado en ella, especialmente.
—¿Te pasa algo? —preguntó la chica haciéndole una especie de examen con esos ojos marrones.
El castaño se encogió de hombros, levantándose de la silla, quedando ahora a una altura por encima de ella.
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Mamba negra #PGP2022
Ficção Adolescente«Dicen que no hay razón para vivir con el corazón roto»