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Pasó una vez más sus manos por su cara, por su pelo, retirando el agua, aunque era inútil ya que seguía cayendo del grifo. Era una forma de intentar despejar su mente de lo que había pasado dos días atrás, pero también resultaba fallido. 

       Salió de la ducha cuando terminó, y enrolló una toalla alrededor de su cuerpo, mientras con otra secaba su pelo. Se paró en frente del espejo y comenzó a cepillar su castaño pelo, deshaciendo varios nudos, relajándose también el acto. Se giró sujetando la toalla que estaba tapando su cuerpo, y suspiró quedándose algunos segundos ahí, recordando a aquel chico sentado en su retrete, mientras ella curaba sus heridas, y admiraba sus ojos. Negó levemente con la cabeza y salió del baño, dirigiéndose a su dormitorio. Intentaba no pensar en lo estúpida que había sido al intentar presentarse. 

      Se vistió algo menos discreta de lo habitual, y volvió al baño para maquillarse un poco. Iba a salir con Phoebe, no la había visto desde hacía poco más de dos meses, y ya era hora de que se actualizaran un poco sobre sus vidas. Aunque ella no solía tener mucho que contar, nunca traía novedades o cotilleos para su mejor amiga, salvo algún incidente en su trabajo o alguna pelea de sus padres. Sin embargo, ese día sí tenía mucho para contarle, pero no sabía si debía.

       Una vez había terminado de prepararse, recogió todo rápidamente, para no sentirse culpable al volver y ver su habitación hecha un desastre, y se dispuso a salir. El camino hasta donde la esperaba Phoebe se le hizo eterno. Intentó camuflar sus pensamientos con música, pero curiosamente ese día solo aparecían aleatoriamente canciones tristes en su lista de música. Desconectó los auriculares cuando aún le faltaban dos calles para llegar, y se sentía peor que cuando había salido de su casa. Sin duda la música no había ayudado para nada.

       Alcanzó a ver a su mejor amiga desde lejos, esperándola en la esquina al lado de la librería, en aquella esquina. Siempre se veían en ese lugar, desde que tenían a penas once años. Irish se sintió sacudida al pensar en todo lo que había cambiado, ellas ya no eran las mismas niñas que charlaban con el dueño de la pequeña librería, ni siquiera el dueño seguía siendo el de antes, ya nada era igual, salvo aquella esquina, la cual parecía estar intacta. Sino hubiera sido por ver a Phoebe allí sonriente, pero madura, vestía un traje de chaqueta beige, como una ejecutiva formal que lo da todo por su trabajo y por su familia, lo que era, lo que llegaría a ser. Sino hubiera sido por ver a Phoebe así, cómo los años habían pasado para ella, Irish sentiría que aún tenía once años. 

      Cuando llegó a estar en frente suya la morena le abrazó fuerte. Irish suspiró devolviéndole el gesto, cerrando los ojos por unos segundos. La había echado de menos. 

—Te has cortado el pelo —susurró Irish separándose poco a poco de ella.

       Phoebe asintió varias veces mostrando de nuevo sus dientes blancos y perfectos.

—¿Te gusta? —preguntó tocando su pelo y sacudiendo ligeramente la cabeza—. Patrick me dio el empujoncito, y me atreví.

       Phoebe siempre había tenido el pelo muy largo, y ahora lucía una melena que le llegaba justo por los hombros, recta, y se había cortado flequillo a cada lado. Irish solo pensó que se veía aún más mayor, aunque le quedara bastante bien. 

—Estás diferente —se limitó a decir, pero se corrigió—, estás guapa. 

       Irish y Phoebe siempre habían sido totalmente distintas, Phoebe era una persona responsable, en su adolescencia tuvo su época alocada, pero nunca fue alguien imprudente. Por el contrario Irish era más disparatada, y pasota, y tenía más miedo al compromiso, a crecer. Phoebe ya tenía su vida hecha, con Patrick, se iban a casar, iban a tener dos hijos y un perrito; iban a vivir en una casa muy acogedora e iban a ser felices, en resumen. Eran muy diferentes, pero ella nunca pensó que sus vidas iban a acabar siendo tan lejanas. 

—Gracias amiga —sonrió y abrazó a la castaña por segunda vez.

       Caminaron hablando un poco hasta que llegaron a la cafetería que por supuesto siempre visitaban. Al menos a pesar del tiempo, había cosas que nunca cambiaban. Se sentaron en una mesa y Phoebe apoyó sus codos en la mesa, y volvió a sonreír, ella siempre tan alegre.

—Bueno, cuéntame, ¿qué tal? Llevamos más de dos meses sin vernos —habló su mejor amiga.

       Irish le mantuvo la mirada sin expresión alguna, los recuerdos de aquella noche volvieron a aparecer, pero ella se encogió de hombros y sonrió también.

—Nada nuevo, ya sabes, mi vida es aburrida —contestó riendo un poco al final.

       Phoebe alzó levemente las cejas, no terminaba de creerla, encontraba a su amiga más callada de lo normal, pero la conocía, y por más que insistiera, no saldría nada de su boca hasta que ella quisiera. 

       Charlaron durante horas, bebiendo sus cafés sorbito a sorbito para que pareciera que les iba a durar más. Irish siempre se encontraba extraña cuando volvía a ver a Phoebe, pero al cabo de un rato, no podía parar de reír y hablar. No le agradaba demasiado cuando hablaba de Patrick, y los planes que tenían juntos, pero sabía disimularlo. Por culpa de él Phoebe se había mudado, sentía que ya solo hacía planes con Patrick. Detestaba el hecho de verla así, ya se la imaginaba con una tremenda barriga abrazada a ese hombre, y ellos cómo no, con una sonrisa. Patrick era su futuro, y Irish era su pasado.

       El atardecer cayó en el cielo, las dos jóvenes pagaron sus cafés, y salieron del local. La morena levantó su muñeca izquierda, mirando su reloj de cuero negro. Irish se limitó a cruzar sus brazos y suspirar, sabía lo que iba a decir justo en ese momento.

—Tengo que irme, Patrick llegará pronto de trabajar, y tengo que preparar la cena, seguro que llega muy cansado...

       Al escuchar ese nombre automáticamente dejó de escucharla y simplemente asintió mirando hacia algún punto en el suelo.

—Deberías venir a Seattle a verme algún día —dijo Phoebe, volviendo a captar su atención.

      Irish hizo el intento de reprimir una mueca, ir a Seattle significaba ir a su apartamento, y ver a Patrick. Y eso no le interesaba en absoluto. Él no era un mal chico, pero inconscientemente le aborrecía, por su forma de ser, no tenía nada que ver con ella, por sus comentarios inoportunos y por ser la mayor razón por la cual ya casi no veía a su amiga. 

       Estaba acostumbrada a que Phoebe viniera a verla, a tomar café en ese local y a pasear por donde se habían criado desde pequeñas. Seattle no tenía nada de eso.

—Sí, lo intentaré, estoy un poco ocupada con el trabajo, las reuniones...  ya sabes.

      Ocupada no era la palabra, quizá su mente sí estaba colapsada por tantas cosas, pero aún así disponía de tiempo libre, incluso como para ir a Seattle. Si su amiga hubiera sabido lo que pasaba por su cabeza en ese momento, la hubiera obligado, porque necesitaba desconectar, del trabajo, de las reuniones, de todo. De su vida. 

      Se despidió de Phoebe, la cual se subió en su coche y desapareció por la esquina. Irish suspiró pesadamente y emprendió el camino de vuelta a casa, con las manos metidas en sus bolsillos y mirando sus pies. 

      A pesar de todas sus diferencias, y del tiempo que pasaban separadas, cada vez que veía a Phoebe se sentía renovada de alguna forma, le daba vida. Como cuando iba a casa de sus padres, se sentía un poco menos sola. Aunque se alegrara por ella, se sentía algo apenada al ver desde fuera la vida de Phoebe, logrando todo lo que quería, compartiendo su vida con alguien más. Y aquello le recordaba a sus errores del pasado, quizá no solo suyos, pero que igualmente le pasaron factura. 

     Ella nunca iba a tener una vida así, porque no estaba hecha para eso, porque nunca nadie la iba a querer tanto.

      Llegó a casa después de un rato, y sus pies fueron directos al sofá, haciendo que se dejara caer en este, quedando sentada. La idea de llamar a sus padres pasó por su mente, pero no lo hizo. Buscó en sus contactos el número de Liam, y no dudo en pulsarlo. Un par de toques de espera sonaron, mientras ella movía la pierna con nerviosismo, hasta que la voz del castaño resonó al otro lado de la línea. 

—¿Irish?

      Relamió sus labios, y respiró hondo. Aquello llevaba días ocupando su cabeza, y no lo iba a dejar pasar. 

—Hola Liam... —aclaró un poco su garganta—, necesito tu ayuda. 

Mamba negra #PGP2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora