Era egoísta. Era un capullo egoísta. Era mucho peor que todo aquello, y lo sabía. Se lo recordaba a él mismo una y otra vez, como si eso mismo fuera a detenerlo en su propósito. Pero no lo hizo. Pocas cosas eran capaz de pararlo en su persistente caminar. Sin embargo, algo se alineó en su contra para que sucediera tan solo una de esa corta lista. Una que no esperaba.
Eryx se detuvo en seco justo al doblar la esquina. Sus pies permanecieron hincados en el suelo, incapaz de moverse un milímetro. Trató de respirar, pero parecía que el aire se encontraba lo suficientemente obstruido en su tráquea como para dejar que lo hiciera con regularidad. Quizá no era oxígeno, y se resignó a pensar que un nudo se había formado en su garganta, un nudo que le impedía tragarse sus propias lágrimas, obligándole a soltarlas sin pudor alguno. Y al igual que ese nudo, un coche rojo le vetó para seguir con su camino. Un coche que había visto antes, lo reconocía, y jamás esperó volver a ver, delante de ese edificio.
De repente todo aquello le pareció ridículo.
Se obligó para dar media vuelta, y su cuerpo siguió las órdenes mandadas por su cerebro, pero su cabeza no lo hizo. Una voz lo detuvo, lo forzó a seguir mirando esa escena. Y ahí la vio. La divisó corriendo hasta ese coche rojo, acompañada del propietario del mismo. Ambos corrieron, ambos reían, y ambos subieron al vehículo. Había estado tan ciego en sus intenciones que no se había percatado de que estaba empapado, de la tormenta que estaba cayendo sobre su cabeza. Por eso corrían. El coche desapareció de la calle al mismo tiempo que él decidió marcharse también, justo por donde había llegado hasta allí. Repitió el camino de vuelta, sin saber diferenciar qué era lo que le estaba afectando más, la idea de que Irish hubiera subido al coche de Dylan, y se hubiera ido con él, o el hecho de haber escuchado su risa tras seis meses sin hacerlo. La había visto después de tanto tiempo.
Eryx creía estar preparado para ver su rostro después de todo, era a lo que se atenía al estar yendo hasta su casa, mas no esperaba encontrarse aquella situación. Él solo quería disculparse, asumir su culpa, redimirse, hacer lo que ella le pidiera, todo lo que estuviera en su mano. La quería cerca, quería abrazarla y no soltarla en días, deseaba impregnarse en su aroma, en su energía, en su maldita risa porque presentía que precisaba de ella, porque creía que podía olvidarla. A pesar de saber que jamás lo haría. Simplemente quería verla.
El joven volvió a casa, con la misma rapidez con la que la había abandonado, pero sin esa determinación. Regresó aún más roto de lo que se había marchado. Y justo después de cruzar la puerta, casi corrió hasta su habitación, encerrándose en esta. Se lanzó hasta la cama, empapándola no solo con su ropa mojada, también con sus lágrimas. Agarró a aquel perro de peluche, el que alguna vez alguien bautizó como Bessy, y descargó su llanto aferrándose a este.
Se refugió en esas cuatro paredes, en el calor que Bessy le transmitía, se escondió como cuando era tan solo un niño y temía a su madre cuando se enfadaba con él. Perdió todas las agallas que había reunido antes de salir de casa. Había pasado de ser un hombre, a volver a la niñez en cuestión de un rato. Y trató de convencerse a sí mismo de que era mejor así, que Irish no necesitaba sus explicaciones, porque ella estaba bien sin su compañía. Irish estaba mejor sin él.
Mike lo escuchó con atención, lo escuchó como el que oye una historia por primera vez, y por la expresión en su rostro parecía ser así. Él le había prometido que no sabía absolutamente nada, insistió en que Irish no había abierto la boca respecto a lo que podía haber ocurrido entre ellos dos. Probablemente lo sentía demasiado doloroso como para hablar al respecto. Y aquello le hacía sentirse aún peor.
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Mamba negra #PGP2022
Teen Fiction«Dicen que no hay razón para vivir con el corazón roto»