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Lo había intentado, claro que lo había intentado, pero no podía hablar nada con Dylan sin ni siquiera sabía qué quería realmente. Había intentado besar a Eryx la pasada noche, y podría echarle la culpa al alcohol, al dolor, a la soledad que la rodeaba, sin embargo, estaría mintiendo a aquel chico, mintiéndose a sí misma. Quiso besarlo, tanto esa noche, como a la mañana siguiente. Aunque se resignó, se obligó a aceptar que lo suyo no era más que una amistad, una bonita amistad. Y a pesar de tenerlo todo tan claro con Eryx, con Dylan le ocurría justo lo contrario. Se encontraba en un mar de dudas respecto a su compañero de trabajo. Creía que le llegaba a gustar, pero tampoco se permitía decirlo demasiado alto, porque no estaba segura. A una parte de ella le aterraba pensar que eran mas certeras sus ganas de besar al que consideraba su amigo, que lo que llegaba a sentir por Dylan.

        Su inseguridad no la paró ese día, mientras se encontraba bajo el cálido cuerpo del castaño, acostada sobre el sofá del apartamento de él. Este la besaba de manera casi hambrienta, mientras se apoyaba en sus brazos para no aplastarla. Irish tenía los ojos cerrados, tratando de disfrutar de aquel instante, aunque no podía apartar sus pensamientos, no podía distraerse, por más que lo intentara. Sin embargo, Dylan se veía tan libre de preocupación alguna, tan ajeno a todo lo que le rodeaba, solo centrado en la chica debajo suya. 

        Una molesta música los interrumpió en su lote de besos en el sofá. Irish empujó el cuerpo de él para poder levantarse y colocar bien su ropa en el intento. Corrió hasta su bolso, el cual había dejado colgado junto con su chaqueta, y sacó su teléfono móvil, era una llamada de Eryx, por lo que no dudó ni un segundo en descolgarla.

—Hola —dijo haciendo gran esfuerzo por ocultar su sonrisa delante del hombre que la miraba desde el sofá.

         Se escuchaba una respiración agitada al otro lado, y por un momento miró a Dylan con una mueca, pero inmediatamente dejó de hacerlo cuando una voz femenina habló por fin.

—¿Tú eres Irish? —preguntó una mujer, lo que le causó aún más intriga a la castaña.

—Sí, sí, soy yo —se apresuró a responderle—. ¿Tú quién eres? ¿Y por qué me llamas desde el móvil de...

       No le dio tiempo a terminar la pregunta cuando aquella mujer volvió a hablar.

—Soy su madre —contestó, dejando a la joven algo asombrada, incluso intimidada.

         No entendía nada, no lograba a entender por qué la madre de Eryx la estaba llamando, a las nueve de la noche, con el móvil de su hijo. Pero aquellas señas no le hicieron imaginarse nada bueno, porque no existía una razón buena en el mundo para buscarle a aquel acto. Porque la voz que se escuchaba al otro lado de la línea no sonaba ni mucho menos alegre.

—Disculpe, yo... —se calló al percatarse de que realmente no tenía nada que decir—. ¿Ha ocurrido algo?

        Rezó internamente, rezó cuando nunca había creído en esas tonterías. Rezó porque él estuviera bien, y porque esa llamada hubiera sido una equivocación. Pero todas aquellas plegarias supo que serían en vano cuando alcanzó a distinguir un sollozo por parte de la fémina. Pasó una mano por su pelo, arrebatada de nervios, repleta de lo más cercano al verdadero miedo, y lo peor, con esos ojos azules sin quitarle la atención ni un segundo.

—Eryx..., él me dijo que quería verte, me ha pedido que te llamara —dijo sorbiendo sus lágrimas, causando aún más inquietud en la chica al teléfono, si era posible—, estamos en el hospital Northwest.

        Fue lo único que necesitó saber para corroborar que no era nada bueno. Estaba en Seattle, en el hospital, y aquello solo podía significar dos cosas. Que fuera el hospital al que pudiera haber ido desde pequeño, o que hubiera pasado algo lo suficientemente grave como para que tuvieran que conducir hasta la ciudad de al lado. Y por la hora que era, todo apuntaba a que era lo segundo.

Mamba negra #PGP2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora