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No existía una parte en su cuerpo que no le doliera

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No existía una parte en su cuerpo que no le doliera. Escuchaba ruidos, voces a su alrededor, pero se negaba a abrir los ojos, a pesar de que había despertado hacía unos minutos. Presentía que su angustia, en lugar de calmarse, solo se agravaría con su despertar. Prefería seguir en su sueño, en el que aunque todo estuviera negro, su tortura se resumía en lo físico. Aquello no le importaba en absoluto, era de otro tipo de pesar del que huía.

            Sin embargo, no podría esconderse de este por mucho tiempo.

—Sus constantes son normales, y su pulso también, está a salvo. —Una voz gruesa resonó en la habitación, y alcanzó a escuchar un suspiro, totalmente reconocible para él. Deseó abrazar a su madre, abrazarla fuerte y no soltarla jamás—. No creo que tarde mucho más en despertar, paciencia, ha sido duro, pero su hijo está vivo.

—Gracias doctor —dijo su padre, con voz apagada, débil.

            Escuchó la puerta cerrarse, y a su vez, el llanto de Alice floreció. Aquello pareció enviar una señal a su cuerpo, obligándolo a abrir sus ojos de una vez, a la vez que fruncía el ceño, acostumbrándose a la luz blanquecina que iluminaba el lugar. 

           Parpadeó una, dos, tres veces. Estaba vivo, y no había cosa en ese instante que odiara más.

—¿Eryx?

          La imagen del rostro de su madre se hizo visible ante él, y no supo qué hacer, cómo actuar, solo fue capaz de soltarse a llorar. Cerró los ojos de nuevo y dejó que todo se resumiera en sus lágrimas. Deseó consumirse y evaporarse, volar lejos, desaparecer. 

           El calor de unos brazos lo arroparon, el abrazo más sincero, y a la vez más doloroso que nunca nadie le había dado. Pero lo había necesitado tanto.

—Mamá... —susurró en un sollozo, mojando con sus lágrimas su cárdigan gris. De haber sabido que sería la última vez que la llamaba así, que la abrazaba en años, la habría apretado más fuerte. Habría gritado cuánto la quería—. ¿Dónde está?

           Eryx rompió el abrazo, buscando el color verde de los ojos de su madre, solo para encontrarse una mirada igual de compungida que la voz de su padre. Alice agarró la mano de su hijo, recogiéndola entre las suyas, lo sujetó fuerte, seguro, por si también se lo arrebataban. Se prometió a sí misma que no lo iba a permitir.

—¿Dónde está Hope? —volvió a preguntar, saboreando el nudo en su garganta, el cual anunciaba las inminentes lágrimas que estaban por salir, otra vez.

             Alice negó con la cabeza, rompiéndose una vez más. Estaba totalmente quebrada, devastada, destrozada. Había perdido demasiado en tan solo noche. No era capaz de admitirlo en voz alta, de explicarlo con palabras, porque si lo escuchaba de nuevo creía que moriría. 

Mamba negra #PGP2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora