Cerró la puerta después de despedirse de Eryx. Se acercó hasta la pequeña mesa que estaba delante del sofá, y cogió el mando para después apagar la televisión. Caminó hasta su habitación, y no tardó más en quitarse la ropa y enfundarse en su suave pijama. Se adentró en las sábanas de su cama y cerró los ojos, sin éxito alguno por conciliar el sueño. Había estado genial con Eryx, pero en lo más fondo de su mente, llegaba a arrepentirse por haber dejado plantado a Dylan. Le había mentido. Y para colmo, la respuesta de este fue muy comprensiva por su parte, lo que le hacía sentirse aún peor. Pero, sin saber por qué, no podía remediarlo. No podía reprimir sus ganas de pasar tiempo con Eryx. No quería privarse de ello.
Dylan siempre era tan atento con ella, tan amable, tan cariñoso, como nunca antes la había tratado. Pero nunca parecía ser suficiente. Y luego estaba Eryx, que era un auténtico desastre. Sin embargo, no podía evitar sentirse increíblemente bien con él. De alguna forma sentía que lo necesitaba dentro de su vida. Él era indescifrable, caótico, y bueno, indudablemente bueno. Y le gustaba pensar, imaginar, que esos ojos verdes la miraban de una forma especial. Había querido convencerse de que todo lo que sentía por aquel chico no iba más allá del cariño, de la amistad, pero era hora de dejar esa convicción atrás. Se había percatado, desde el día que fue al hospital a verlo, de que sus sentimientos por él iban más allá. Y aquello le asustaba, por Eryx, porque no sabía qué podía pensar él, por Dylan, porque no sabía qué hacer con él, y por ella misma, porque no quería salir destrozada una vez más.
Dio unas cuántas vueltas más, pero no encontraba ninguna postura idónea para caer rendida. Miles de escenarios absurdos se presentaban por su cabeza, y en todos aparecían esos ojos verdes. Tenía miedo, verdadero miedo, de poder estropear lo que ellos tenían. Así estaban bien. Estaba asustada porque sin saberlo, presentía que Eryx no la iba a corresponder nunca, y le dolía. Temía por perderlo, por volver a perderse a sí misma, por hacerle daño a alguien. Finalmente, consiguió quedarse dormida, entre lágrimas, cesando su silencioso llanto en el acto.
El timbre sonó, mientras Irish estaba terminando de lavar los platos del desayuno. Frunció levemente el ceño, ya que no esperaba la visita de nadie, y puso camino hasta la puerta. Abrió esta, sorprendiéndose por quien estaba tras ella. Phoebe irrumpió en la casa con total comodidad y confianza, quitándose el abrigo y sentándose en el sofá. La castaña la miraba ahora con ambas cejas levantadas, a la vez que tardó un poco en cerrar la puerta.
—La puerta de abajo estaba abierta —anunció la morena encogiéndose de hombros—. Dime, ¿cómo has estado?
Le sorprendió su presencia, y no gratamente. Seguía bastante molesta con su mejor amiga, si aún podía considerarla como tal, tras haberla invitado a aquella fiesta, sabiendo que Tom iba a acudir. Y no solo eso, la había ignorado completamente. Sin embargo, Phoebe parecía tan ajena a su enfado, tan natural, casual. Irish se cruzó de brazos, negando con la cabeza, causando algo de desconcierto en la chica sentada en el sofá.
—¿Cómo he estado? ¿Acaso te interesa? —comenzó a hablar Irish, haciendo notable en su tono el enfado—. El día de la fiesta parecía no importarte en absoluto.
Phoebe alzó una ceja, observándola fijamente desde su postura. Irish había hecho bien quedándose de pie, porque conseguía mostrar algo de superioridad, intimidarle aunque fuera lo más mínimo.
—Te fuiste sin decirme nada —contestó su amiga, pareciendo ahora confusa por su molestia.
—No me dijiste que Tom iba a estar allí —replicó ella, sonando ahora decepcionada, quizá.
Phoebe permaneció en silencio un rato, desesperando realmente a Irish. No esperaba encontrarse a su amiga comprensiva, porque nunca lo había sido. Pero tampoco esperaba que la hubiera fallado de esa forma.
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Mamba negra #PGP2022
Teen Fiction«Dicen que no hay razón para vivir con el corazón roto»