Su madre retiró el termómetro de su piel cuando este comenzó a pitar desagradablemente para él. Parecía como si una ambulancia tuviera la sirena encendida justo en esa habitación, a todo volumen, como si un martillo estuviera penetrando en su cabeza. Temblaba, no sabía si por frío, por nerviosismo, o por ansiedad. Le dolía la cabeza, tenía náuseas, y sentía que el corazón se le saldría el pecho en cualquier momento. No podía comer, porque vomitaba, igualmente tampoco tenía ganas de hacerlo. Llevaba tres días sin dormir del tirón, casi sin descansar, no podía, y cuando lo conseguía, una pesadilla le despertaba.
—No tienes fiebre cariño, al contrario, tu temperatura es baja —anunció Alice dejando el termómetro encima de la pequeña mesa del salón.
No estaba enfermo, sabía que no lo estaba, simplemente quería arrojarse por la ventana, meterse debajo de la cama y no salir, beberse lo que pudiera. No había probado ni una gota de alcohol desde aquel sábado que salió con Mike, y de eso hacían justo cinco días. Los síntomas comenzaron a aparecer el martes, pero se habían intensificado, y necesitaba con urgencia beber lo que fuera, o se volvería demente. Sabía lo que le ocurría, porque no era la primera vez, pero esta sin duda, estaba siendo la más le estaba durando. Tenía mono.
—¿Quieres que vayamos al hospital?
Eryx observó a su madre que estaba de pie, la miró desde su altura en el sofá, y la mujer supo que si las miradas pudieran matar, ella estaría sin pulso. Le asustó en cierto modo la actitud de su hijo. Él quiso reír, aunque no tenía las fuerzas para hacerlo. Quiso reírse en su cara por no querer darse cuenta de que no necesitaba ir al hospital, necesitaba drogarse.
—Necesito dinero —dijo con voz ronca, refugiando sus temblorosas manos en la sudadera gris que llevaba.
Alice para ese entonces ya se encontraba negando, no era idiota, y podía imaginarse lo que ocurría, pero no quería aceptarlo. No quería verlo.
—¿Prefieres que te lo robe?
La mujer parada delante de él se alejó, aún haciendo un gesto de oposición hacia su retoño. No podía prever lo que se le venía encima, pero de haberlo hecho, tampoco podría haber hecho nada. Era demasiado doloroso como para encima encararlo. La ausencia de su marido también influyó, porque Eryx tenía las de ganar, porque sabía intimidarla y lo conseguía.
—Eryx, será mejor que subas, y descanses, te puedo hacer sopa si quieres...
—¿Sopa? —cuestionó con una ceja alzada—. Una sopa no me va a quitar el mono, mamá —escupió casi con maldad.
Soltó aquello solo con una intención: humillarla. Solo por la forma en la que pronunció esa última palabra Alice supo que se venía lo peor, porque la había llamado de esa forma con rabia, y no era la primera vez.
—Eryx vete a tu habitación —dijo intentando sonar firme, sin éxito alguno.
El joven no dijo nada por unos segundos, pero no pretendía quedarse callado, solo estaba preparándose para explotar. Descansando su cabeza porque sabía que iba a recibir un estallido, y le iba a doler aún más. Se levantó del sofá, y apretó su mandíbula, inclinando su cabeza hacia un lado, como un verdadero lunático.
—¡Dame el puto dinero! —gritó quedando bastante cerca de ella— ¡Sé una buena madre por una vez en tu vida joder!
Le estaba chillando en su cara, y Alice simplemente se encogió, esperando que se acabara. Que fuera una mala pesadilla, de la que iba a salir sana y salva.
—¡Necesito puto alcohol! ¡Pastillas! ¡Lo que mierda sea! —berreó ahora moviéndose por toda la habitación—. ¿Es qué no lo entiendes?
Alice ya se encontraba llorando, y levantó la cabeza para encontrarse a un Eryx rojo de la furia, parecía haber recobrado el color tras llevar días pálido. El castaño cogió un jarrón y lo arrojó al suelo, le pegó puñetazos a la pared, dañando sus nudillos en el acto. Se había vuelto completamente loco.
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Mamba negra #PGP2022
Teen Fiction«Dicen que no hay razón para vivir con el corazón roto»