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¡No!

      Un grito ahogado se escapó por su garganta, haciendo que su voz se rompiese, se desgarrase, él mismo se sintió así. Corrió, lo más rápido que sus piernas le permitían, pero no fue suficiente. Tropezó y cayó de rodillas frente a aquel árbol. Cogió aire y volvió a gritar aún más fuerte, desesperado, completamente roto, loco, malditamente loco. 

       Ya no podía hacer absolutamente nada, solo llorar, y lamentar no haber llegado a tiempo. El odio, la rabia, y sobre todo el miedo, se apoderaron de su ser. Un terror que por más que quisiera hacer mil y una cosas, lo paralizaba por completo. Y aunque supiera que no podía volver  tan solo quince minutos atrás, le pedía a Dios, a quien fuera que estuviera ahí arriba regresar. 

      Se levantó del suelo secando sus lágrimas, y miró al frente. Y se encontró a sí mismo allí, no había llegado tarde, siempre estuvo ahí. 

      Abrió sus ojos verdes, parpadeando varias veces, e intentó controlar su respiración, la cual estaba demasiado inestable. Como todo su ser en realidad. Tosió varias veces, pasando sus manos por su rostro sudado. 

      Las pesadillas eran algo cotidiano, pero aquello no significaba que estuviera acostumbrado. No solo convivía con sus demonios, con su subconsciente, con él mismo torturándose. Tampoco podía dormir tranquilo. Incluso se martirizaba aún más pensando que era porque se lo merecía. 

       Se levantó de la cama y caminó a paso lento, saliendo de su habitación. Todo permanecía en silencio, sus padres estaban durmiendo, estaba rodeado de tranquilidad, sin embargo sentía que carecía de ella por completo. Bajó la escalera con la mirada puesta en sus pies, hasta que llegó al salón. Observó la habitación con detenimiento, como si nunca hubiera estado ahí. Buscó con nostalgia marcos de fotos colgados por la pared, en los muebles, encima de la televisión. Se sentó con sumo cuidado en el sofá, y no sabía si se debía a su serenidad, pero aprovechó su fugaz momento de cordura para reflexionar. Se preguntó qué era realmente un hogar; si era una casa, un lugar, las fotos familiares, la familia, una persona. ¿Cuál era su hogar?

       Y aunque no tuviera nada en común, en su mente se coló aquella chica, Irish. Por un momento se arrepintió de haberla dejado así, solo le había ofrecido su ayuda. Pero simplemente no podía permitirse aquello. Ella no se merecía que llegara él a su vida para destrozarla. 

—Eryx. —La voz de su padre hizo que reaccionara.

     Se giró en el sofá para mirarlo, sin expresión alguna, estaba nervioso. Le resultaba más fácil encarar a sus padres cuando estaba ebrio. 

—¿Qué haces aquí? —preguntó algo extrañado—. Es muy tarde, será mejor que vayas a...

—Me desvelé. 

        Su respuesta fue breve, y con eso, se levantó y se apresuró a pasar por su lado, pero su padre puso una mano en su espalda. Se detuvo como si se hubiera convertido en un bloque de hielo, rígido, tenso, incluso frío. El hombre se dio cuenta, y poco a poco alejó su tacto de su hijo. 

—Deberías descansar, ya sabes, por tus heridas —soltó en un susurro, el cual pareció hasta cariñoso—, tu madre quiere que guardes algo de reposo...

      Aquel hombre, no obtuvo respuesta alguna, nada. Se quedó allí parado observando como su retoño subía la escalera aún en estado tirante. Le dolía sentir que eso era lo que provocaba en Eryx; y se recriminó a sí mismo lo que había hecho en un pasado.

      El chico llegó a su cuarto, a duras penas, y cerró la puerta tras de sí. Su desgaste ya no solo era emocional, su nivel de vida se estaba evidenciando también en lo físico. Tenía la respiración agitada, como alguien que acaba de correr los cien metros lisos. La diferencia era que él solo había subido unas cuantas escaleras. Su escuchimizado cuerpo se dejó caer en la cama, y luchó por normalizar su respiración, con una mano en su estómago. 

Mamba negra #PGP2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora