Habían pasado exactamente tres semanas desde que Eryx había regresado de aquel viaje, de aquella escapada organizada por Liam. Tres semanas en las que no había dejado de pensar en su pasado, y en cómo le seguía afectando. Siempre marcaría su vida, le perseguiría, siempre estaría detrás de cada pesadilla, cada decisión, cada gesto que llevara a cabo. Le resultaba curioso cómo tan solo un error podía cambiar el transcurso de toda una vida, dándole una vuelta de ciento ochenta grados, un acto que podía ejecutarse en apenas segundos. Aquella noche no había cometido un error, al menos no solo uno. Había sido una completa catastrofe, provocada por él, solo por él.
Un pensamiento le había atormentado durante esas tres semanas, uno que creía olvidado algunos meses atrás. Uno contra el que había luchado, creía haber vencido, sin embargo, parecía haber sido la presencia de cierta chica en su vida la culpable de que hubiera desaparecido por un tiempo. Pero estaba de vuelta. Malditamente hambriento, porque se alimentaba de su energía, le robaba la paz, y la cordura. Había matado a su hermana.
Necesitaba más de tres semanas para librarse del temblor que aún albergaba su cuerpo.
Todo en su vida se encontraba jodidamente revuelto. La despedida entre Margaret y él había sido dura, y a pesar de jurar que se mantendrían en contacto, el sentimiento de pérdida seguía presente. Por otro lado, la reacción de Liam respecto a su trágica historia le había sorprendido cuánto menos. Siempre pensó que tras terminar su monólogo lo que recibiría serían miradas acusadoras, palabras de odio, rostros horrorizados e incluso la ausencia de alguien a quien ya consideraba su amigo. Sin embargo, lo que encontró fue bastante opuesto a eso. No supo cuántos abrazos y palabras de consuelo aceptó aquella noche, a la luz de la hoguera, sintió que todas esas personas, con su misma adicción, le estaban brindando un sentimiento que pocas personas le habían dado. Comprensión. No porque él creyera que no era su culpa, como ellos le habían intentado hacer creer. Simplemente se sintió agradecido, arropado.
Las palabras de Liam, en la habitación que ambos compartían, sin duda, habían terminado de agrandar su corazón, de abrazarlo por completo.
«Has sido muy valiente ahí. Estoy francamente orgulloso de ti Eryx, has hecho lo correcto»
Aquello había ido acompañado por algo más, que también le martilleaba la cabeza desde hacía tres semanas. Ella debe saberlo.
Esas palabras habían despertado algo en él, algo tan fuerte capaz de haberlo levantado de la cama, y haberlo manejado a su antojo, hasta que se había encontrado a sí mismo delante de la puerta donde ella vivía, con las manos sudorosas y la respiración totalmente inestable.
Ella debía saberlo. Y él le contaría hasta el último detalle si se lo pedía.
Irish había permanecido paralizada en el mismo lugar, desde el momento en que la voz de Eryx había resonado en sus oídos, a través de aquel aparato. Le había permitido subir, sin soltar ni una palabra, había pulsado el botón, y colgó el auricular en su lugar.
No sabía cuánto tiempo había pasado, pero tenía la certeza de que él ya se encontraba detrás de su puerta. Era su turno, debía mover la ficha, tenía que abrirle, abrirse, en todos los sentidos de la palabra. Abrirse tras haberse cerrado herméticamente tiempo atrás.
Debes confiar. Aquellas habían sido las palabras de Liam. Si no hubiera sido por esa llamada de su mejor amigo unas horas antes, jamás le habría dejado subir.
Debía confiar, justamente, en quien la había traicionado hacía meses. Qué ironía. Sin embargo, sabía, con seguridad, que Liam nunca le mentiría. Nunca le haría daño. Por lo tanto, cuando agarró el pomo de la puerta, ejerciendo quizás más fuerza de la que necesitaba para sujetarlo, estaba confiando en él, en Liam.
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Mamba negra #PGP2022
Teen Fiction«Dicen que no hay razón para vivir con el corazón roto»