La sala se iba llenando poco a poco, ya casi no quedaban sillas vacías, y eso la sacudió un poco, resultaba alarmante en cierto modo.
Miró a Liam y él le sonrió. Eran amigos desde hacía bastante tiempo, y sabía que a él le encantaba su trabajo, y aunque ella también adoraba ayudar a tanta gente, a veces sentía que le pasaba factura, y acababa sintiéndose mal. A veces cuando no podían ayudar a alguien se sentía responsable, y no entendía porqué.
La reunión comenzó y Liam empezó a hablar, siempre decía lo mismo, Irish ya ni siquiera lo escuchaba, solo miraba alrededor, hasta que la gente empezaba a contar sus historias. Era bueno que ese día tuvieran caras nuevas por allí.
—A ver, ¿alguien quiere empezar? —preguntó Liam lo bastante alto, pero no obtuvo respuesta— Está bien, pues vamos a empezar contigo, cuéntanos tu historia. —Señaló a un chico de pelo rizado que estaba a su lado.
Todas las miradas se posaron en el chico de ojos verdosos, pero él no soltó ni una palabra. Justo cuando ella pensaba que iba a empezar, él se levantó de la silla y huyó casi corriendo. Irish miró a Liam y él le hizo una seña, ella asintió con la cabeza y corrió detrás del chico.
Consiguió coger su brazo antes de que saliese a la calle, él se giró y la miró de arriba a abajo. Su mirada la dejó helada, esos ojos verdes, que reflejaban pena, reflejaban un corazón vacío, roto. Unos ojos verdes y rojizos, vacíos pero a la vez llenos de dolor.
—Sé que es difícil, pero puedes quedarte, es lo mejor para ti... —susurró ella intentando sonar convincente.
—Yo... me voy. —La voz del rizado sonaba ronca, casi inaudible.
Se soltó de su brazo y salió corriendo, un tanto asustado, y negándose a formar parte de eso.
Irish volvió a entrar negando la cabeza, y se quedó parada lo que quedaba de reunión, ya ni siquiera escuchaba las historias de los demás, solo observaba a un punto fijo y pensando en ese chico. Ella de verdad quería ayudarle.
—Sí mamá, ya estoy en casa, y sí, estoy bien —dijo cerrando la puerta principal con una mano, ya que en la otra sostenía el teléfono.
—¿Qué tal hoy en la reunión? —le preguntó.
—Bien, lo de siempre, aunque hoy un chico se ha negado a contar su historia... —soltó ella sin mucha importancia.
—Oye, tengo que dejarte, te quiero mucho, y recuerda que no me gusta que te lleves el trabajo a casa —repitió lo mismo de siempre.
—Yo también te quiero mamá —colgó.
Dejó la chaqueta en el perchero y se quitó los zapatos. Nunca había entendido porqué siempre le decía que no llevase trabajo a casa, no era trabajo, era como un hobbie, le gustaba ayudar a la gente.
Su trabajo de camarera en un bar, tenía que aceptar, que no le llenaba lo más mínimo, además de que no pegaba nada con ella. Liam le pidió el favor de ayudarle con las reuniones, y no pudo decir que no. Siempre le había gustado trabajar con la mente de las personas, su comportamiento, su pasado, intentar hacerlas cambiar e integrarse.
Tenía que reconocer que además del trabajo, las reuniones y todo eso, deseaba tener una pareja, y le gustaría formar una familia. A veces cuando llegaba a casa necesitaba desahogarse con alguien, al igual que la gente se desahogaba con Liam y ella. Según su madre, si no se desahogaba con nadie, al final acabaría explotando, o simplemente consumiéndose.
Mientras tanto Eryx se encontraba caminando por la calle, mirando sus pies. No se atrevía a mirar a los ojos a la gente que pasaba por su lado. Se sentía rechazado, o no creía que ellos le estuvieran mirando bien. No quería llegar a casa y tener que lidiar con lo siempre. Se desvió del camino y dio a parar a un descampado a las afueras de la ciudad. Se quedaría ahí hasta que se hiciera de noche.
Se sentó manchando sus pantalones negros de arena, pero eso era lo que menos le importaba en ese momento. Sacó la petaca que siempre llevaba consigo y la abrió. Miró al cielo antes de beber; cerró los ojos, sintiendo una lágrima caer por su mejilla. ¿A quién pretendía engañar? Él solo era un alcohólico más, que daba asco, no merecía la ayuda de nadie. Dio un largo trago probando el ron que siempre solía beber, al cual ya estaba acostumbrado. El ardor de su garganta era casi inexistente, no se podía comparar con el dolor incesante de su corazón. Terminó de beber de la petaca, hasta que la dejó vacía. Todo a su alrededor comenzó a ser borroso, con el tiempo tardaba menos en embriagarse. Tenía tan solo veintitrés años y llevaba bebiendo desde los veinte.
Dejó caer su cuerpo, quedando completamente acostado en el suelo. Realmente no le importaba dormir ahí, incluso lo prefería. Ahí nadie le iba a juzgar, estaba solo, y eso era lo que más le gustaba. Solo, esa palabra aterraba a cualquier humano, pero a él no. Le encantaba estar solo, se sentía menos rechazado, podía hacer lo que quisiese. Poco a poco sus verdosos y cansados ojos se fueron cerrando, dejando ahí un cuerpo dormido, desprotegido, a merced de cualquier descerebrado.
Irish se acostó en su cómoda cama, entre sus sábanas azules, disfrutando del calor que estas le transmitían. Apagó la luz y puso su cabeza en la almohada. Los mismos pensamientos rondaron por su cabeza, sin dejarle conciliar el sueño. Intentó olvidar todo, solo quería descansar y que comenzara un nuevo día. Cerró sus ojos buscando algo de tranquilidad de la cual, a pesar del silencio que la rodeaba, carecía por completo. Después unos minutos, escuchando su respiración, consiguió quedarse completamente dormida.
El rizado caminó por las frías y desiertas calles, sin ganas de llegar a su casa. Eran aproximadamente las siete de la mañana, su padre ya se habría despertado para ir a trabajar, y tendría que cruzarse con él. Al llegar permaneció mirando desde la acera el lugar donde vivía, o por lo menos el lugar que alguna vez pudo considerar su hogar. Ya no lo era, o al menos para él no se sentía como tal. Se acercó a paso lento y abrió la puerta con manos temblorosas, por lo que pudiera pasar dentro. Sentía el dolor de su cabeza palpitar una y otra vez, volviéndose aún más molesto en la zona cercana a sus sienes. Cerró la puerta y se giró, buscando con la mirada a alguien, sabiendo que no la iba a encontrar. Caminó hasta la escalera y la subió, encontrándose a su padre caminando por el pasillo, dispuesto a bajar. Sus verdosos ojos chocaron con los del hombre que estaba delante suya.
—¿Dónde has dormido? —preguntó su padre parándose.
Relamió sus rosados labios y pasó una mano por su rizado cabello, no quería decirle dónde había estado, sabía que en realidad no le importaba, y si se lo contaba le tendría aún más asco. Había dormido en un descampado, como un vagabundo, y no le gustaría escuchar eso salir de la boca de su hijo, si aún le consideraba así.
Eryx solo pasó por su lado y se metió en su habitación, dejando a su padre solo, mirándolo mientras esperaba una respuesta que nunca llegaría. Cerró la puerta y apoyó su espalda en ella, intentando desocupar sus pensamientos, pero en su mente apareció la idea de volver a las reuniones de alcohólicos anónimos, algo que no haría. Aquello no le serviría de nada, solo sería perder el tiempo, y se negaba a seguir malgastando su vida sin conseguir mejoras. Siempre sería así, debía resignarse a aguantar su existencia, hasta que acabara consumiéndose.
ESTÁS LEYENDO
Mamba negra #PGP2022
Teen Fiction«Dicen que no hay razón para vivir con el corazón roto»